La parábola del hijo pródigo ha sido representada por muchos artistas en el pasado y sigue siéndolo en el presente. Aquí pueden ver algunos cuadros contemporáneos.
Podemos verlos con espíritu de conversión, recitando esta oración:
Padre, me declaro culpable, pido clemencia, perdón por mis pecados. Me acerco a ti con absoluta confianza, porque sé que tú prefieres la penitencia a la muerte del pecador (cfr. Ezequiel 33,11). A ti no te gusta ni la venganza ni el rencor, tu corazón es compasivo y misericordioso, y sé que solo estás esperando a que tenga la humildad de reconocer mi pecado, arrepentirme y pedir perdón para desbordar la abundancia de tu misericordia. "Cuando confesamos nuestros pecados, Dios, fiel y justo, nos los perdona" (1Jn 1,9). Miro al horizonte: veo tus brazos abiertos y un corazón de Padre queriendo atraerme con lazos de un amor infinito. Padre, perdóname, quiero recibir el abrazo eterno. Amén.
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