Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 6 de abril de 2022

Pascua judía, Pascua de Jesús, Pascua cristiana


«Era la víspera de la fiesta de Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre. Y él, que había amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Nuestra Semana Santa coincide con las fiestas pascuales de los judíos.

La Pascua era la fiesta por excelencia para Israel. Había comenzado siendo una celebración de pastores nómadas, al inicio de la primavera, en el momento de cambiar de los pastos de invierno (en los valles, lugares más cálidos) a los de verano (en las montañas, único lugar de aquellos áridos parajes donde crece algo verde en esas fechas). El nombre de la fiesta significa precisamente eso: «paso» de un lugar a otro.

Las ovejas estaban recién paridas, por lo que las madres y las crías estaban débiles y podían morir durante la marcha. Para evitar el calor del sol, los desplazamientos se hacían de noche; por eso se esperaba a la luna llena de primavera (motivo por el que, todavía hoy, la Pascua se celebra cada año en días distintos, entre marzo y abril).

Precisamente durante la fiesta anual de Pascua, el pueblo de Israel hizo experiencia de la bondad de Dios, que le libró de la esclavitud de Egipto por manos de Moisés. El libro del Éxodo nos dice claramente que Moisés pidió al faraón que permitiera ir a los judíos al desierto para celebrar la fiesta de Pascua (Ex 5,1).

En los siglos posteriores, los judíos piadosos subían cada año a Jerusalén por esas fechas. No era un acontecimiento cualquiera; era la celebración de los orígenes del pueblo, la ocasión de renovar la alianza con Dios y la fe en su providencia: El Dios que nos sacó de la esclavitud e hizo de nosotros un pueblo, estará con nosotros para siempre.

Jesús también celebraba cada año la Pascua (Lc 2,41-42). Durante las fiestas pascuales, Jesucristo encontró la muerte en Jerusalén y resucitó del sepulcro. A partir de entonces, la Pascua se convierte para los cristianos en el «paso» de la muerte a la resurrección, del pecado al perdón, del hombre viejo a la vida nueva en Cristo.

El domingo anterior a la Pascua, Jesús entró solemnemente en la ciudad, a lomos de un borriquillo, entre las aclamaciones del pueblo y de los niños. No debemos olvidar que Jesús se dirigió a la Ciudad Santa para celebrar y vivir la Pascua definitiva.

El pueblo acogió al Señor como rey de Israel, aclamándolo como el enviado, el mesías, el profeta esperado. En estos días él explicó con sus palabras y obras qué tipo de rey, de mesías y de profeta es: no viene a dominar, sino a servir y a dar la vida en rescate por los pecadores. A muchos no convencieron sus actitudes ni sus propuestas. Por eso, la mayoría de los que el domingo lo aclamaron como Rey, el viernes pidieron su muerte.

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