Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 18 de febrero de 2020

¿Para qué sirve la teología?


Aunque pueda sorprender, quiero comenzar mi reflexión afirmando que la teología no sirve para nada; al menos, en el sentido que damos ordinariamente a la idea de servir para algo. Pero no nos asustemos: como veremos más adelante, lo más «inútil» es lo más necesario para los seres humanos.

Retrocedamos a la época del Neolítico, cuando nuestros antepasados dejaron de ser cazadores y recolectores nómadas y se transformaron en agricultores y ganaderos sedentarios. El invento de los recipientes de cerámica supuso la gran revolución que les permitió almacenar alimentos, transportarlos y cocinarlos. Eso cambió sus vidas para siempre.

No es fácil explicar el origen de la cerámica, del barro modelado y cocido, pero nos encontramos con la dificultad añadida de que las vasijas más antiguas que conocemos no eran solo vasijas para quienes las fabricaron, ya que llevan adornos innecesarios, incisiones y pinturas que les añaden un valor simbólico. 

Esto nos indica que el ser humano es una mezcla maravillosa de materia y espíritu. De hecho, la técnica y el arte surgieron y se desarrollaron juntos. En los yacimientos arqueológicos son tan numerosos los objetos «útiles» (flechas, cuchillos, cuencos...) como los «inútiles» (collares de conchas y huesos, amuletos...). La técnica es útil y el arte no, pero ambas cosas son igualmente necesarias.

Posiblemente, lo más característico de la especie humana sea su capacidad de ocuparse de cosas inútiles y de transformar lo útil en superfluo. Profundicemos en este argumento: a un obrero que construye una mesa le llamamos «artesano», y esperamos que su mesa sea útil; pero si la mesa es elegante, le llamamos «artista», aunque ese mueble no sirva para nada en concreto. 

De hecho, no pedimos a las mesas taraceadas con mármoles de colores que se conservan en los museos vaticanos que, aparte de producir gozo estético, sirvan para algo más. Las obras de arte no necesitan tener una finalidad; son valiosas por su capacidad de transmitir sensaciones, independientemente de su funcionalidad original.

Podemos decir que lo más gratuito es lo más específicamente humano: la música, la literatura, el cine, la filosofía, la religión. Hablando con propiedad, ¿para qué sirve la poesía?, ¿por qué colgamos cuadros en las paredes?, ¿acaso los manteles de la mesa dan más sabor a los alimentos?, ¿qué añaden las joyas a nuestros cuerpos?, ¿por qué gastar esfuerzos y recursos en plantar jardines? 

Detengámonos en la última pregunta, aparentemente tan simple. Podemos comprender los esfuerzos del ser humano por arar los suelos, de manera que la tierra produzca frutas y verduras para su alimentación. Pero deberían sorprendernos sus ingentes esfuerzos por plantar flores, por dar forma a los setos, por colocar estatuas en unos espacios que solo sirven para pasear. 

A diferencia del huerto, del que esperamos sacar un rendimiento, el jardín es algo totalmente gratuito. Es el mejor ejemplo de la naturaleza «humanizada», modelada por un ser que no solo se sirve de ella, sino que también la disfruta, distanciándose de su origen animal. De ahí que la Biblia presente la creación como un jardín que Dios plantó para el hombre, un espacio en el que poder relacionarse personalmente con él. Y que el ser humano, que se siente expulsado del jardín, siempre ansíe regresar a él.

Los jardines no son estrictamente necesarios para sobrevivir, pero sin ellos nuestra vida sería menos humana. Podríamos subsistir sin flores, como podríamos subsistir sin el arte y sin la religión, pero el arte y la religión son inevitables si queremos seguir siendo humanos. La dimensión espiritual nos diferencia de los animales, dotándonos de una sensibilidad hacia valores que dan calidad humana a la existencia.

En una sociedad dominada por el materialismo, donde se trabaja con afán para poseer cosas, es bueno recordar aquellas actividades «improductivas» que hacen la vida más agradable y ofrecen a nuestra existencia un significado verdaderamente humano, dando sentido a lo que somos y hacemos. 

Sobre estas cosas reflexiona la teología: sobre el misterio del hombre, que se trasciende a sí mismo y que no está satisfecho con lo que ya es o posee. También sobre sus inquietudes, esperanzas y frustraciones; así como sobre el misterio de Dios, origen y destino de lo que somos. En este sentido, la teología no es «útil», pero es «necesaria». 

Texto tomado de mi libro "Hablar de Dios y del hombre en el siglo XXI. Introducción a la Teología y sus contenidos", editorial Monte Carmelo, Burgos 2019, páginas 19-21. Quienes lo deseen, tienen información sobre el mismo en este enlace de la editorial:

Hablar de Dios y del hombre en el siglo XXI

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