Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 31 de enero de 2024

Dios creador. Puntos para la reflexión y oración


Santa María de Jesús Crucificado, o.c.d., llamada de seglar indistintamente Miriam o Mariam Bawardy, sentía compasión de los hombres que sufren, pero también de los animales y de las plantas, de la creación entera. Así la describe una hermana de su monasterio cuando todavía estaba viva: 

«Nosotros no podemos hacernos idea de cuánto sufre a causa de ciertas impresiones sobrenaturales que la aferran y la inundan tanto a nivel de su cuerpo como de su alma, pero sobre todo a nivel de su alma, sumergiéndola en un mar de amargura. Ella sufre con el dolor de cada nación, de cada individuo, e incluso se deja conmover por el dolor de las bestias que sufren y que sufrirán. En un cierto sentido podríamos decir que ella se compadece de la tierra demasiado árida o demasiado bañada, de los árboles y de las plantas».

Sí, se compadecía de la tierra y del mar, de las plantas y de los animales, porque contemplaba toda la creación como obra de Dios, que ama a todas sus criaturas y las mantiene en la existencia. Por eso decía: 

«Siento que todas las criaturas, los árboles y las flores están en Dios y también en mí, pues yo estoy en Dios y él está en mí, y todo lo que hay en él está también en mí... Para amar como él ama, yo querría un corazón más grande que el universo».

La creación es hermosa porque refleja la belleza de Dios. ¿Contemplo la obra de Dios y le doy gracias por la naturaleza? ¿Respeto la obra que Dios ha creado?

Poema de José Luis Blanco Vega, s.j. (1930-2005)

El autor del siguiente poema nos invita a descubrir que Dios Creador no abandona su obra, sino que se hace presente en cada cosa: la luz, el árbol, el agua, la brisa, la rosa... Pero hay que aprender a mirar para saber descubrirlo en la vida ordinaria. 

Eso es la contemplación: aprender a mirar para ver más allá de las apariencias, como hicieron los discípulos durante la transfiguración de Jesús, que descubrieron la gloria de Dios en su humanidad. Miremos el mundo con atención contemplativa para descubrir las huellas de Dios en sus obras.

Alfarero del hombre, mano trabajadora,
que, de los hondos limos iniciales,
convocas a los pájaros a la primera aurora,
al pasto, los primeros animales.

De mañana te busco, hecho de luz concreta,
de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro, vigor, origen, meta
de los sonoros ríos de la vida.

El árbol toma cuerpo y el agua melodía,
tus manos son recientes en la rosa,
se espesa la abundancia del mundo a mediodía,
y estás de corazón en cada cosa.

No hay brisa si no alientas, monte si no estás dentro,
ni soledad en que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia. Vivir es este encuentro:
tú, por la luz, el hombre, por la muerte.

¡Que se acabe el pecado! ¡Mira que es desdecirte
dejar tanta hermosura en tanta guerra!
Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte
de haberle dado un día las llaves de la tierra.

Del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz (1542-1591)

San Juan de la Cruz se dirige a las criaturas, buscando en la contemplación de la naturaleza la «huella» de su autor: «Caminando por la consideración y conocimiento de las criaturas al conocimiento de su Amado, criador de ellas» (Cántico 4,1). Así, les pregunta:

¡Oh bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado!,
¡oh prado de verduras
de flores esmaltado!,
decid si por vosotros ha pasado.

Y las obras de Dios le responden, invitándole a descubrir en su belleza y armonía una huella de la hermosura de Cristo, ya que Dios ha creado todo por medio de él y para él (cf. Col 1,16). «En esta canción lo que se contiene en sustancia es que Dios creó todas las cosas con gran facilidad y brevedad, y en ellas dejó algún rastro de quien él era, no solo dándoles el ser de nada, más aún, dotándolas de innumerables gracias y virtudes, y hermoseándolas con el admirable orden y dependencia indeficiente que tienen unas de otras, y esto haciéndolo todo con su sabiduría, por quien las creó, que es el Verbo, su unigénito Hijo» (Cántico 5,1). Esta es la respuesta de las criaturas:

Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.

En cierto momento, confiesa que descubre a su Amado en todas las cosas, ya que todas están llenas de su presencia. Por eso, canta así:

Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,

la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.


Tomado de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos, ISBN: 978-84-8353-865-4 (páginas 71-74).

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