Ya he hablado en muchas ocasiones de la historia y de las peculiaridades de este tiempo litúrgico. Hoy resumo sus cuatro características principales, que ya he tratado otras veces: tiempo de gracia, tiempo de preparación para la Pascua, tiempo de catequesis bautismal y tiempo de conversión.
1. La Cuaresma es un tiempo de gracia
La Cuaresma es, ante todo, un regalo de Dios: «Tú has establecido generosamente este tiempo de gracia para renovar en santidad a tus hijos» (prefacio segundo de Cuaresma). Es un tiempo especialmente propicio y privilegiado.
Es verdad que para los cristianos cada momento es favorable y siempre es día de salvación, pero la liturgia cristiana aplica estas palabras especialmente a la Cuaresma.
Un himno de laudes (edición española) canta: «Este es el día del Señor, este el tiempo de la misericordia», evocando a san Pablo, que dice: «En el tiempo de la gracia te escucho, en el día de la salvación te ayudo. Pues mirad: ahora es el tiempo de la gracia, ahora es el día de la salvación» (2Cor 6,2, cf. Is 49,8).
Para comprender el mensaje de estos textos, tenemos que recordar las leyes sobre el año jubilar (Lev 25).
Para comprender el mensaje de estos textos, tenemos que recordar las leyes sobre el año jubilar (Lev 25).
Cada 50 años se debía perdonar las deudas y liberar a los esclavos israelitas, recuperando las posesiones que se habían vendido por necesidades económicas.
Era una manera de impedir que algunas familias se quedaran con todo y que los más débiles terminaran por no tener nada.
La institución jubilar nunca se realizó hasta las últimas consecuencias. Era más un deseo que una realidad.
Por eso los profetas anunciaban que el mesías establecería el verdadero año jubilar, tiempo de gracia y de perdón. Jesús, leyendo en la sinagoga de Nazaret un texto que habla de esto, exclamó: «Esta Escritura se ha cumplido hoy» (Lc 4,21, cf. Is 61).
Con Cristo se establece en nuestra historia el tiempo de la salvación. Todas las celebraciones de la Iglesia son actuación del año de gracia, especialmente la cercana Pascua, en la que se perdonan todas las deudas y somos redimidos en la Sangre de Cristo.
Por eso, san León Magno en Cuaresma invitaba a hacer las mismas cosas de siempre, pero con una atención mayor: «En estos días, hay que poner especial solicitud y devoción en cumplir aquellas cosas que los cristianos deben realizar en todo tiempo».
Por eso, san León Magno en Cuaresma invitaba a hacer las mismas cosas de siempre, pero con una atención mayor: «En estos días, hay que poner especial solicitud y devoción en cumplir aquellas cosas que los cristianos deben realizar en todo tiempo».
Lo mismo enseñaba san Benito para los monjes, al decirles que la Cuaresma consiste en cumplir con delicadeza las obligaciones del propio estado: «La vida del monje debería tener en todo tiempo una observancia cuaresmal; sin embargo, como son pocos los que tienen semejante fortaleza, los exhortamos a que en estos días guarden su vida con suma pureza, y a que borren también en estos días santos todas las negligencias de otros tiempos».
Así pues, la Cuaresma no significa un paréntesis en el camino, sino una oportunidad de concentrarnos en lo importante, dejando de lado lo accesorio, lo que nos distrae de lo esencial: el amor a Dios y al prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración.
Como en los primeros siglos, hoy la Iglesia subraya que la Cuaresma es tiempo de preparación para la Pascua: «La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos».
2. La Cuaresma es un tiempo de preparación para la Pascua
Como en los primeros siglos, hoy la Iglesia subraya que la Cuaresma es tiempo de preparación para la Pascua: «La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos».
Desde el primer día, la liturgia fija la mirada en el destino hacia el que nos dirigimos, que son las celebraciones pascuales: «Oh Dios, [...] derrama la gracia de tu bendición sobre estos siervos tuyos que van a recibir la ceniza para que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar con el corazón limpio a la celebración del misterio pascual de tu Hijo».
Las homilías de los Santos Padres indican que este era el sentir de la Iglesia antigua, como vemos en las lecturas de san Atanasio (viernes IV y domingo V) y de san Gregorio Nacianceno (sábado V).
La seriedad de estos días y la gravedad de sus textos deben ir unidas a la verdadera alegría, la que surge del gozo de atisbar la meta de nuestra peregrinación: la participación en la Pascua de Cristo.
El ritual para la iniciación cristiana de adultos propone que los candidatos, después de un tiempo adecuado de preparación catecumenal, entren en un periodo de «purificación e iluminación» que, si no es por causas realmente extraordinarias, debe coincidir con la Cuaresma.
3. La Cuaresma es un tiempo de catequesis bautismal
El ritual para la iniciación cristiana de adultos propone que los candidatos, después de un tiempo adecuado de preparación catecumenal, entren en un periodo de «purificación e iluminación» que, si no es por causas realmente extraordinarias, debe coincidir con la Cuaresma.
Esta etapa inicia con la inscripción del nombre, que debe hacerse el primer domingo, durante la celebración eucarística.
Hablando con propiedad, «con esta ceremonia concluye el catecumenado» y los aspirantes al bautismo deben ser llamados «elegidos», «iluminandos» o con otro nombre similar, aunque también se les puede seguir llamando «catecúmenos».
La comunidad cristiana ha ido formando a los candidatos a través de los padrinos y catequistas. Ahora comienza para ellos un proceso de prueba y purificación, desarrollado a través de varias etapas.
Durante la Cuaresma tienen lugar los diversos «escrutinios» y «entregas».
Durante la Cuaresma tienen lugar los diversos «escrutinios» y «entregas».
Hablando de la Eucaristía, san Pablo dice: «Yo recibí del Señor la tradición que os transmití» (1Cor 11,23).
Eso es lo que hace la Iglesia, transmite lo que ella ha recibido de Dios por medio de Jesucristo: los contenidos de la fe, la moral, los sacramentos y la manera de relacionarse con Dios (la oración).
Jesucristo ha «entregado» la revelación a la Iglesia, que tiene que «entregarla» a todos los hombres para que tengan vida en abundancia.
La «traditio» ('entrega') no es solo una doctrina que se aprende. Las palabras reveladas son vida divina y engendran vida en quienes las acogen con fe.
La «traditio» ('entrega') no es solo una doctrina que se aprende. Las palabras reveladas son vida divina y engendran vida en quienes las acogen con fe.
Por eso, en el momento oportuno, la Iglesia solicita de los aspirantes una «redditio», una 'devolución', una confesión pública de lo que han recibido y del efecto que esto ha hecho en sus vidas.
Normalmente tiene lugar el Sábado Santo por la mañana, en que los aspirantes realizan la profesión de fe y reciben la unción con el óleo de los catecúmenos.
Por último, en la Vigilia Pascual, reciben los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y eucaristía).
Ese proceso también afecta a los ya bautizados. Por un lado, el ritual les pide que, «en tiempo de Cuaresma, o sea, durante la etapa de purificación e iluminación, acudan con asiduidad a los ritos del escrutinio y de la entrega, y den ejemplo a los catecúmenos de la propia renovación en el espíritu de penitencia, de fe y de caridad».
Ese proceso también afecta a los ya bautizados. Por un lado, el ritual les pide que, «en tiempo de Cuaresma, o sea, durante la etapa de purificación e iluminación, acudan con asiduidad a los ritos del escrutinio y de la entrega, y den ejemplo a los catecúmenos de la propia renovación en el espíritu de penitencia, de fe y de caridad».
Pero no solo deben hacerse presentes para dar buen ejemplo. El ritual añade que esta propuesta «será útil para cuantos quieran ahondar en su vida cristiana, bien individualmente o por medio de reuniones periódicas en las que, a modo de neocatecumenados, se replanteen los compromisos de su fe y de su bautismo».
De hecho, el capítulo cuarto propone la adaptación del proceso a los adultos bautizados en la infancia, pero que no han recibido una formación cristiana suficiente.
Juan Pablo II invitó a realizar: «una catequesis postbautismal a modo de catecumenado, que vuelva a proponer algunos elementos del “Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos”, destinados a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del bautismo ya recibido».
Juan Pablo II invitó a realizar: «una catequesis postbautismal a modo de catecumenado, que vuelva a proponer algunos elementos del “Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos”, destinados a hacer captar y vivir las inmensas riquezas del bautismo ya recibido».
Benedicto XVI insistió en lo mismo en diversas ocasiones: «Desde los orígenes, la Cuaresma se vive como el tiempo de la preparación inmediata al bautismo […] También para nosotros la Cuaresma es un “catecumenado” renovado, en el que salimos de nuevo al encuentro de nuestro bautismo».
Tarea urgente, si queremos estar capacitados para dar razón de nuestra esperanza (cf. 1Pe 3,15).
En Cuaresma, la Iglesia invita a la conversión por medio de numerosos textos tomados de los profetas, de san Pablo y de los evangelios. Esto es así desde el primer día hasta el final:
El llamamiento a la conversión aflora como tema dominante en todos los componentes de la liturgia del Miércoles de Ceniza. Ya en la antífona de entrada se dice que el Señor olvida y perdona los pecados de quienes se convierten; y en la oración colecta se invita al pueblo cristiano a orar para que cada uno emprenda «un camino de verdadera conversión».
Al hablar de «conversión», el Antiguo Testamento usa la palabra hebrea «šub», que se utilizaba para señalar que alguien que seguía un camino equivocado vuelve atrás y emprende el correcto.
4. La Cuaresma es un tiempo de conversión
El llamamiento a la conversión aflora como tema dominante en todos los componentes de la liturgia del Miércoles de Ceniza. Ya en la antífona de entrada se dice que el Señor olvida y perdona los pecados de quienes se convierten; y en la oración colecta se invita al pueblo cristiano a orar para que cada uno emprenda «un camino de verdadera conversión».
Al hablar de «conversión», el Antiguo Testamento usa la palabra hebrea «šub», que se utilizaba para señalar que alguien que seguía un camino equivocado vuelve atrás y emprende el correcto.
El Nuevo Testamento usa la palabra griega «metanoia» que en su origen tenía el mismo sentido, aunque terminó significando «cambiar de opinión, arrepentirse».
En la Biblia indica una verdadera transformación, que conlleva una nueva manera de actuar: «No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente» (Rom 12,2).
Se trata de cambiar la vida tomando a Jesús como modelo, de abandonar al hombre viejo para revestirse del nuevo (cf. Col 3,9-10).
El hombre «viejo» o «carnal» se guía por los instintos, como el primer Adán. El hombre «nuevo» o «espiritual» (es decir, convertido) es el que se deja guiar por el Espíritu, a imagen de Cristo.
San Pablo dice que, por el bautismo, se realiza una verdadera recreación: «Habéis sido lavados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1Cor 6,11), que nos convierte en hijos de Dios: «La señal de que ya sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gal 4,6).
En último término, la conversión consiste en que vivamos conforme a lo que ya somos: «Si vivimos gracias al Espíritu, procedamos también según el Espíritu» (Gal 5,16-26, cf. Flp 2,5).
Convertirse conlleva una opción radical, en la que no bastan los pequeños reajustes, no es una simple decisión moral, sino una elección de fe, que nos lleva a unirnos a Jesús, a vivir como él vivió.
Convertirse conlleva una opción radical, en la que no bastan los pequeños reajustes, no es una simple decisión moral, sino una elección de fe, que nos lleva a unirnos a Jesús, a vivir como él vivió.
Esto significa cultivar la gracia recibida en el bautismo, para que no quede estéril, como recuerda san León Magno: «Si bien los hombres renacen a la vida nueva principalmente por el bautismo […] debemos esforzarnos para que nadie se encuentre bajo el efecto de los viejos vicios el día de la redención».
Podemos decir que la conversión es un «descentrarnos», colocando a Dios como origen y destino de nuestro actuar.
La conversión consiste en aceptar que dependemos totalmente de Dios, de su gracia y de su amor, por lo que nos abandonamos en sus manos con el deseo de que su voluntad se cumpla en nuestras vidas.
Como es natural, esa meta no se alcanza con una Cuaresma, ni con muchas. Es un proceso que dura toda la vida.
La palabra griega «metanoia» se tradujo en el latín de la Vulgata por «poenitentia», por lo que los textos bíblicos que invitan a la conversión, se entendieron como llamadas a la penitencia. La conversión no la excluye, pero, como hemos visto, es algo más radical.
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