Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 7 de febrero de 2024

Los números de la Cuaresma


Acompaño esta entrada con la fotografía de un «cuadro mágico», que se encuentra en la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona. Es un juego de números. De hecho, si se suman los cuatro números de una fila (sea en horizontal, en vertical o en diagonal, al derecho o al revés), siempre sale el mismo número: 33, la edad de Jesucristo.

Recordemos que, en la Biblia, los números tienen más sentido simbólico que matemático. De hecho, tanto en hebreo, como en griego, en latín, en árabe y en otros idiomas antiguos, los números se escriben con letras del alfabeto, por lo que muchas veces hay juegos de palabras entre letras y números, que no pueden traducirse a otros idiomas.

En la antigüedad tuvo mucha importancia la «cábala», un tipo de filosofía que intenta interpretar la Biblia a partir de números: el número de letras o de sílabas de una palabra, el número de palabras de una frase, los números escondidos en las palabras que se repiten en un texto, etc. En la Edad Media fue practicada por judíos, cristianos y musulmanes. Todavía hoy hay grupos cabalísticos y escuelas de este pensamiento, especialmente en el Monte Carmelo, en Israel.

Los 40 días

La palabra latina «Quadragesima» hace referencia al número 40. La liturgia recuerda que este periodo de preparación a la Pascua surgió por el deseo de imitar el retiro de Jesús en el desierto, al inicio de su vida pública: «Jesús, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal».

Pero, ¿por qué Jesús se retiró durante ese preciso periodo de tiempo? Debemos recordar que la Biblia hace un uso abundante del simbolismo de los números, que hay que saber interpretar para comprender su mensaje.

En concreto, el número 40 aparece más de cien veces, pero pocas con un significado matemático. Recordemos que, en la antigüedad, morían muchos niños y los adultos vivían unos 40 años. Solo una minoría superaba esa edad. Por eso, era el símbolo de una generación, de una vida, de un tiempo suficientemente largo para realizar algo importante. 

La vida de Moisés es un ejemplo claro. Murió con 120 años (Dt 34,7), que san Esteban divide en tres etapas de 40: el tiempo que pasó en Egipto, adorando a los dioses falsos, el tiempo que pasó en el desierto, purificándose, y el tiempo que vivió al servicio de Dios y de su pueblo (Hch 7,20-40). Es como si hubiera vivido tres «vidas». 

En otros textos sucede algo similar. Isaac se casó con Rebeca a los 40 años (Gén 25,20) y también su hijo Esaú (Gén 26,34). Es el tiempo que Israel, guiado por Moisés, caminó por el desierto (Dt 29,4), que duró el reinado de David (1Re 2,11) y que Job vivió felizmente, después de sus desgracias (Job 42,16). 

Igual que 40 años significan una vida, 40 días significan un tiempo suficientemente largo para que se realice algo importante. Es lo que duró el diluvio (Gén 7,12), el tiempo que Moisés pasó en oración antes de recibir las tablas de la Ley (Éx 24,18), lo que tardaron sus enviados en explorar la Tierra Prometida (Núm 13,25) y lo que Elías anduvo antes de encontrarse con Dios (1Re 19,8). Jonás anunció la destrucción de Nínive a los 40 días (Jon 3,4). Jesús fue presentado en el templo a los 40 días de su nacimiento (Lc 2,22), como mandaba la Ley (Lv 12). Como ya hemos dicho, es lo que duró la permanencia de Jesús en el desierto (Mt 4,2) y, después de la resurrección, se apareció también durante 40 días (Hch 1,3). Por otra parte, los que cometen un delito deben recibir un máximo de 40 azotes, ya que superar ese número sería un exceso irracional (Dt 25,3).

Con estas premisas, la Cuaresma supone el tiempo necesario, el tiempo completo, el tiempo oportuno que la Iglesia nos ofrece para nuestra salvación. [...]

Hay otra interpretación patrística del número 40 – recogida en el himno latino del oficio de lectura – como un número cósmico (el 4, imagen de los cuatro confines de la tierra) multiplicado por un número moral (el 10, en referencia al Decálogo), para convertirse en «una expresión simbólica de la historia de este mundo». Así, los Padres encontraron en el ayuno de 40 días una recapitulación de toda la historia de la humanidad, con sus desobediencias, que «Jesús asume en sí y lleva consigo hasta el fondo».

Las 6 semanas

También fueron interpretadas simbólicamente por los Santos Padres. En la Biblia, el 7 es un número perfecto, «divino». Se usa para indicar que algo posee la plenitud, como la creación de Dios (Gén 1) o el libro de los 7 sellos, que contiene los designios de Dios sobre la historia (Ap 5,1). 

Por el contrario, el 6 indica que algo no está completo. Se pueden recordar las tinajas de Caná (Jn 2,6) o el número de la bestia inmunda, «que es número humano, el 666» (Ap 13,18). 

Además, el séptimo día es de descanso, mientras que los seis previos son de trabajo. Eusebio de Cesarea (s. IV) afirma que, igual que Dios trabajó durante seis días y el séptimo descansó, los cristianos deben esforzarse en trabajos espirituales durante seis semanas (la Cuaresma) antes de vivir las siete semanas de Pascua, que son el anticipo de la vida eterna:

«Después de Pascua, celebramos Pentecostés durante siete semanas íntegras, de la misma manera que mantuvimos virilmente el ejercicio cuaresmal durante seis semanas antes de Pascua. El número seis indica actividad y energía, razón por la cual se dice que Dios creó el mundo en seis días. A las fatigas soportadas durante la Cuaresma sucede justamente la segunda fiesta de siete semanas, que multiplica para nosotros el descanso, del cual el número siete es símbolo». 

San Juan pone de relieve que, en Caná, el agua que Jesús transformó en vino se encontraba en 6 tinajas de las que los judíos usan para los baños de purificación ritual antes de la boda. Al transformar el agua de esas tinajas en vino, indica que aquellos ritos preparaban el banquete de bodas entre Cristo y su Iglesia. 

Las 6 semanas de Cuaresma son como las 6 tinajas de la purificación. Indican el tiempo del noviazgo, el tiempo dedicado a la limpieza, para que todo esté preparado el día de la boda. La semana séptima se celebra la Pascua, las bodas del Cordero. 

Tomado de mi libro La fe celebrada. Historia, teología y espiritualidad del año litúrgico en los escritos de Benedicto XVI, Burgos 2012, pp. 185-189.

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