Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 21 de febrero de 2024

El libro de la profecía de Jonás


La primera lectura de la misa de hoy está tomada del libro de la profecía de Jonás, del que vamos a hablar en esta entrada.

El profeta Nahum realizó su ministerio hacia el 620 a. C. Anunció al pueblo de Judá la justicia de Dios contra todos sus opresores, especialmente contra Nínive, la capital de Asiria. 

A diferencia de los otros profetas, no denunció el pecado de sus paisanos ni mucho menos tuvo una visión universal de la salvación. Su escrito se limita a tratar un solo tema: la inminente destrucción de Nínive.

El libro de la profecía de Jonás se sitúa idealmente en el mismo tiempo del profeta Nahum, aunque con una mentalidad contraria.

Aunque se encuentra entre los libros proféticos, es un libro sapiencial, que intenta transmitir una enseñanza teológica por medio de una narración ficticia, aunque quizás tenga a la base el recuerdo de algunos acontecimientos reales (la predicación de algún profeta fuera de Israel o el anuncio profético de que también los no judíos pueden salvarse).

El relato bíblico cuenta la historia de Jonás, a quien Dios ordenó que anunciara la destrucción de Nínive (capital de Asiria, la gran enemiga de Israel). El profeta pensó que si anunciaba a los ninivitas que su ciudad iba a ser destruida por Dios, cabía la posibilidad de que se arrepintiesen de su mala vida, y entonces Dios tendría que perdonarlos. Así que, en lugar de ir a Nínive, que está al noreste, se fue en dirección contraria, hacia Tarsis, que está al noroeste.

Pero Dios suscitó una tempestad, y los marineros terminaron arrojándole al mar después de que Jonás confesara su culpa. Una ballena se tragó a Jonás y lo devolvió a su lugar de partida. Al profeta no le quedó otro remedio que ir a predicar a Nínive.

Tal como imaginaba Jonás, los ninivitas se convirtieron e hicieron penitencia (incluso el rey y los animales domésticos), por lo que Dios tuvo compasión y no destruyó la ciudad. El profeta se enfadó, pero Dios le hizo comprender que él tiene misericordia de todos, también de los enemigos de Israel, de los animales y de las plantas.

Frente al nacionalismo radical de Nahum, el libro de Jonás anuncia la universalidad de la salvación. La mayoría de los hebreos esperaba la victoria militar de Israel sobre los otros pueblos, así como su sometimiento y destrucción. Pero el autor de este escrito afirma que Dios quiere la salvación de todos.

Además, manifiesta que no es Dios quien castiga a los pecadores enviándoles desgracias, sino que son los pecadores los que se hacen daño a sí mismos con su actuar. Cuando Dios amenaza con un castigo, lo que en realidad hace es avisar de las consecuencias de nuestro actuar, pero lo que él desea es la conversión del pecador para poder salvarle.

En el evangelio que se lee hoy (Lc 11,29-32), Jesucristo puso a los ninivitas como ejemplo de conversión, a diferencia de sus contemporáneos, que escucharon su predicación pero no le hicieron caso. Los evangelios también presentan los tres días que Jonás paso en el vientre de la ballena como imagen de los tres días que Jesús pasó en el sepulcro antes de la resurrección.

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