«"Habla, Señor, que tu siervo escucha". Cada domingo, la Iglesia se pone ante el Señor en la celebración litúrgica y le dirige esta súplica. Toda palabra de las lecturas y cantos, toda aparición del Señor en el santo sacrificio, son la respuesta a esta petición humilde, pero hecha con la confianza de la esposa.
Claro está que la Iglesia no reconoce con luz meridiana a su Señor y la vida que en ella circula, sino en una mirada de fe. Él, con amor eterno, se lo revela todo, y le muestra lo que ella es ahora, a la vez que le muestra la vida íntima de la divinidad.
El resultado de tal revelación interior es un nuevo acrecentamiento de la vida divina. Cuanto mayor conocimiento tiene la Iglesia de lo que ya es, tanto mayor empeño pone en llegar a ser lo que debe ser. Otra vez nos es dado comprobar la inseparabilidad de lo místico y lo moral en la liturgia; esta es la mejor maestra de moral. El creciente conocimiento despierta un amoroso celo, y la siempre nueva participación de la vida divina comunica fuerza para obrar». (Emiliana Lörh).
Claro está que la Iglesia no reconoce con luz meridiana a su Señor y la vida que en ella circula, sino en una mirada de fe. Él, con amor eterno, se lo revela todo, y le muestra lo que ella es ahora, a la vez que le muestra la vida íntima de la divinidad.
El resultado de tal revelación interior es un nuevo acrecentamiento de la vida divina. Cuanto mayor conocimiento tiene la Iglesia de lo que ya es, tanto mayor empeño pone en llegar a ser lo que debe ser. Otra vez nos es dado comprobar la inseparabilidad de lo místico y lo moral en la liturgia; esta es la mejor maestra de moral. El creciente conocimiento despierta un amoroso celo, y la siempre nueva participación de la vida divina comunica fuerza para obrar». (Emiliana Lörh).
Dos discípulos del Bautista Juan
le oyeron decir cuando Jesús pasaba:
“Ese que allí va es el Cordero
que viene a quitar nuestros pecados”
y eso les bastó para seguirlo.
Mas, al ver Jesús que iban en pos de él,
preguntó a los dos: “¿Qué es lo que andan buscando?”
Le dicen: “Maestro, ¿dónde vives?,
pues queremos caminar contigo”;
y aceptándolos les dijo: “Vengan”.
Y EN ESE DÍA,
CERCA DE LAS CUATRO DE LA TARDE,
FUERON CON JESÚS DONDE VIVÍA,
PARA NUNCA MÁS DE ÉL ALEJARSE.
Uno de los dos, se llamaba Andrés,
y llegó a contar lo que ocurrió a su hermano:
“Ese hombre, al que hemos encontrado,
es el Cristo al que tanto esperamos”,
y lo fue guiando hasta su encuentro.
Jesús lo miró y dijo: “Simón,
tú, hijo de Juan, serás llamado Pedro”.
Y ellos, al instante, lo siguieron
dejando la barca y algún sueño,
para ser de Cristo y su proyecto.
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