Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 14 de enero de 2024

Aunque es de noche


Retomo esta entrada de hace algunos años. Ayer, un amable lector me escribió un mensaje del que selecciono unas líneas: «El tiempo ordinario es muy importante. A veces parece que solo se le recuerda en los momentos más espectaculares.... pero luego está el día día. Lo monótono, donde el fuego del amor puede enfriarse y corremos el riesgo de sufrir una amnesia cristiana. ¿Cómo ver a Cristo en todos los momentos, en lo ordinario y lo extraordinario?»

Les recuerdo lo que enseña mi padre y maestro, san Juan de la Cruz sobre este argumento. Él insiste en que vivimos de fe «en la noche». Ahí tenemos que descubrir la presencia de Dios: en lo ordinario, en lo monótono, incluso en lo aburrido: «¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche! Aquesta eterna fuente está escondida, ¡qué bien sé yo do tiene su manida!, aunque es de noche...»

Nos gustaría tenerlo todo claro, pero la fe nos exige fiarnos de Dios, incluso en medio de la noche, sabiendo que «él está cerca de los que lo invocan» (Sal 145,18), tanto cuando lo sentimos como cuando no.

Los llamados «relatos de la infancia» del Señor en el evangelio de Lucas concluyen así: «Ellos no comprendieron la respuesta que les dio... Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2,50-51).

Aquí no se trata de tenerlo todo muy claro, de comprenderlo perfectamente, sino de conservar en el corazón el misterio de Jesucristo, nuestro Señor, que camina a nuestro lado, a veces lo perdemos (como María y José cuando él tenía doce años), lo buscamos y lo volvemos a encontrar (en el templo o en otro lugar), rompe nuestros esquemas y nos desconcierta.

Si somos capaces de hacer silencio, de meditar, de conservar las cosas en el corazón... se irá haciendo la luz en medio de la oscuridad, se abrirán nuestros ojos y descubriremos que él caminaba a nuestro lado siempre, aunque no éramos capaces de reconocerle (como les sucedió a los discípulos de Emaús).

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