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sábado, 4 de enero de 2025

La Epifanía del Señor


Tradicionalmente, el 6 de enero se celebra la fiesta de la Epifanía del Señor. En los países donde el 6 de enero no es feriado, la fiesta litúrgica se traslada al primer domingo después del 1 de enero, para facilitar la participación de los fieles en la misa. Hablemos del origen y significado de esta celebración.

Origen de la fiesta

Las primeras referencias provienen del s. II, de Egipto, donde la secta gnóstica de los basilidianos celebraba el bautismo de Jesús. San Clemente Alejandrino (Stromata, 1,21) atestigua que, según ellos, Dios habría descendido en ese momento sobre Jesús para convertirlo en el Cristo. 

Desde principios del s. IV, a la vez que se generalizó la Navidad en Occidente, en Oriente se extendió una fiesta de la manifestación del Señor en la carne y de la revelación de su divinidad. Conmemoraban que Jesús «manifestó su gloria» (Jn 2,11) en distintos acontecimientos: nacimiento, adoración de los Magos, bautismo, su primer signo, «y en algunas iglesias, también la transfiguración y la multiplicación de los panes». 

A finales del s. IV, al intercambiarse Epifanía y Navidad entre Oriente y Occidente, sus contenidos sufrieron adaptaciones. El 25 de diciembre se concentró en la Natividad. El 6 de enero, los occidentales subrayaron la adoración de los Magos y los orientales el bautismo del Señor. 

Las liturgias orientales cantan la manifestación de la Santísima Trinidad en el bautismo y hacen referencia a la santificación de las aguas y del Cosmos. El descenso de Cristo al Jordán es prefiguración de su muerte y anticipo de su victoria pascual. Por eso, este día los fieles renuevan su bautismo. Veamos ahora las características de la Epifanía en Occidente.

La realeza de Cristo

El Evangelio del día es el de la adoración de los Magos. En la antigüedad se pensaba que siempre que nacía un personaje importante, especialmente un rey, un astro se manifestaba en el cielo. 

Así lo interpretaron los Magos, que «al ver la estrella, se dijeron: Este es el signo del gran Rey; vamos a su encuentro y ofrezcámosle nuestros dones». Al ver la estrella en tierras de Israel, se dirigieron directamente a la corte de Jerusalén, para preguntar por el rey al que pertenecía. 

La primera lectura de la misa anuncia que todos los pueblos, con sus reyes a la cabeza, acudirán a Jerusalén para ofrecer dones al Dios verdadero y a su Mesías: «Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60,3). Por eso, la respuesta del salmo responsorial canta: «Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra». Este tema se repite, con ligeras variaciones, en la liturgia de las horas. 

De esta manera, se afirma que el Niño que nació en la pobreza de una gruta es el Rey del mundo, al que todos los reyes deben veneración, tal como anunciaron los profetas: «Esta estrella resplandece como llama viva y revela al Dios, Rey de reyes; los magos la contemplaron y ofrecieron sus dones al gran Rey». 

Desde antiguo, en los dones de los Magos se vio una manifestación de la identidad del Niño: el oro se ofrecía a los reyes, el incienso a Dios y la mirra era utilizada para ungir los cadáveres antes de la sepultura. Muchos textos lo recuerdan: «Le ofrecieron regalos: oro, como a rey soberano; incienso, como a Dios verdadero; y mirra, para su sepultura». [...]

La universalidad de la salvación

Los Santos Padres vieron en los Magos de Oriente un anticipo de los pueblos no judíos, llamados a encontrar la salvación en Cristo. Así lo interpreta san León Magno: «Que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas […] Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido […] en el mundo entero». 

Si en la Navidad se celebra la venida de Dios al mundo, en Epifanía se celebra que su venida nos capacita para ir a su encuentro. Los Magos son la primicia, a la que siguen muchos otros. 

Porque se vio en estos personajes un anticipo de los paganos que habían de convertirse al Señor, y para indicar que la salvación es para todos, se terminó por pintar a uno negro (africano), a otro de piel amarilla (asiático) y a otro blanco (europeo), representando a los tres continentes que se conocían en la antigüedad.

La liturgia subraya la idea de la manifestación del Señor como salvador de todos los pueblos: «Señor, tú que manifestaste a tu Hijo en este día a todas las naciones por medio de una estrella, concédenos, a los que ya te conocemos por la fe, llegar a contemplar cara a cara la hermosura infinita de tu gloria». [...]

Una fiesta de extraordinaria riqueza

Aunque los otros aspectos quedaron algo apagados, nunca se olvidaron totalmente, tal como se puede comprobar en los textos litúrgicos hasta nuestros días: «Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos». A Benedicto XVI le gusta recordar que estos variados acontecimientos son distintos momentos de una única realidad:

«La Epifanía, la “manifestación” de nuestro Señor Jesucristo, es un misterio multiforme. La tradición latina lo identifica con la visita de los Magos al Niño Jesús en Belén y, por tanto, lo interpreta sobre todo como revelación del Mesías de Israel a los pueblos paganos. En cambio, la tradición oriental privilegia el momento del bautismo de Jesús en el río Jordán, cuando se manifestó como Hijo unigénito del Padre celestial, consagrado por el Espíritu Santo. Pero el evangelio de san Juan invita a considerar “epifanía” también las bodas de Caná, donde Jesús, transformando el agua en vino, “manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos” (Jn 2,11)».

Tomado de mi libro "La fe celebrada. Historia, teología y espiritualidad del año litúrgico en los escritos de Benedicto XVI", Burgos 2012, pp. 155-159.

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