El Jubileo o Año Santo es una celebración gozosa y festiva para conmemorar un acontecimiento importante. Los jubileos "ordinarios" se celebran cada 25 años a nivel mundial, aunque también hay jubileos "extraordinarios", unidos al recuerdo de acontecimientos particulares.
La palabra «jubileo» viene del hebreo «jobel», que es el cuerno de macho cabrío (también llamado «shofar») que se tocaba de una manera insistente para convocar el año jubilar y que los judíos siguen tocando hasta el presente algunos días especiales, para llamar al culto en la sinagoga.
La palabra «jobel» aparece 27 veces en el Antiguo Testamento hebreo. Cuando se tradujo al griego, los LXX usaron el término «áphesis», que literalmente significa ‘remisión’, ‘liberación’ y ‘perdón’. De manera que este es el significado que da el Nuevo Testamento al jubileo. No se refiere tanto a unos ritos que hay que celebrar en lugares y tiempos determinados, sino a un compromiso de vida en favor de los necesitados.
El pueblo de Israel celebraba un «PEQUEÑO JUBILEO» cada siete años y un «GRAN JUBILEO» cada cincuenta años.
Durante el «PEQUEÑO JUBILEO» no se plantaban las tierras, se dejaban en «barbecho», para no sobreexplotarlas y que pudieran dar más frutos los otros años. No olvidemos que no tenían abonos o fertilizantes (aparte de los naturales). Como ese año no se cultivaba, había que compartir lo que cada uno pudiera haber almacenado en los años anteriores con los que no tenían nada (especialmente con los huérfanos, las viudas y los emigrantes) (cf. Éx 23,10-11; Lev 25, 1-7; Dt 15, 1-6).
Dejar descansar la tierra cada siete años tenía el mismo significado que el descanso semanal de los israelitas: era una confesión de fe en el Dios Creador, que es el único origen de todo y mantiene todo en la existencia. El ser humano solo es su colaborador, pero no es el dueño absoluto de la tierra, sino únicamente su administrador.
En el decálogo se manda: «Recuerda el día de sábado para santificarlo... Porque en seis días ha hecho el Señor el cielo...» (Éx 20,8-11). Este mandamiento hace referencia al relato de la creación en siete días (cf. Gén 1). Los seis días en que Dios crea terminan con la expresión «y vio que era bueno». El sábado es el recuerdo de que aquel que hace las cosas buenas no es el hombre, sino solo Dios. Reconocer que Dios es el origen de la vida y del mundo, es abrirse al don de la vida, de la belleza y de la bondad como gratuitos. El sábado es el reconocimiento del verdadero origen de la vida y la acogida plena de todos los dones de Dios, a quien se responde con la alabanza.
El sábado es renuncia para entrar en la alegría plena, para poder gozar de todo. Renunciando a ser nosotros los creadores, nos convertimos en aquellos que poseen todo, porque todo lo reciben del verdadero Creador. El sábado se convierte, de este modo, en la verdadera entrada en la fiesta, en la alegría. Es gozar de la creación, la belleza y la libertad en la verdad. Todo es vuestro, porque el sábado os recuerda que nada en realidad os pertenece, porque todo es don de Dios.
Esto se ve más claramente en el «pequeño jubileo», el barbecho de las tierras cada siete años. Renunciando a la sobreexplotación del terreno, al año siguiente daba una cosecha mejor y más abundante, porque los ciclos de la naturaleza no dependen del ser humano, sino de Dios.
El «GRAN JUBILEO» era una institución más seria. Aparte de no plantar las tierras, para dejarlas en barbecho, ese año se perdonaban las deudas, se liberaban a los esclavos israelitas, se devolvían las tierras y posesiones que los judíos habían tenido que vender a sus vecinos por necesidades económicas… De hecho, cuando se compraba o vendía una tierra o una casa, no se hacía para toda la vida, sino hasta la celebración del siguiente jubileo.
En aquella sociedad, si uno era pobre vendía sus bienes, si seguía endeudado vendía a los propios hijos como esclavos y, finalmente, se vendía él mismo. El año del jubileo, todos recobraban la libertad y los bienes. Era una manera de redistribuir la riqueza, de impedir que algunas familias poderosas se fueran quedando con todo y que los más débiles terminaran por no tener nada.
El libro del Levítico dedica un capítulo entero a las celebraciones del pequeño y del gran jubileo, dando normas muy precisas:
«Habló Yahvé a Moisés en el monte Sinaí diciendo: Habla a los israelitas y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo voy a daros, la tierra tendrá también su descanso en honor de Yahvé. Seis años sembrarás tu campo, seis años podarás tu viña y cosecharás sus productos; pero el séptimo año será de completo descanso para la tierra, un sábado en honor de Yahvé: no sembrarás tu campo, ni podarás tu viña. No segarás los rebrotes de la última siega, ni vendimiarás los racimos de tu viña sin podar. Será año de descanso completo para la tierra. Aun en descanso, la tierra os alimentará a ti, a tu siervo, a tu sierva, a tu jornalero, a tu huésped, que residen junto a ti. También a tus ganados y a los animales de tu tierra servirán de alimento todos sus productos.
Contarás siete semanas de años, siete veces siete años; de modo que el tiempo de las siete semanas de años vendrá a sumar cuarenta y nueve años. Entonces en el mes séptimo, el diez del mes, harás resonar clamor de trompetas; en el día de la Expiación haréis resonar el cuerno por toda vuestra tierra. Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia...» (Lev 25).
Esta institución jubilar nunca se realizó totalmente, hasta las últimas consecuencias. Era más un deseo que una realidad. Por eso los profetas anunciaban la llegada del mesías, que establecería el verdadero año jubilar, año de gracia y de perdón.
Jesús habla de esto al empezar el evangelio: «Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y les dijo: “Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy”» (Lc 4,14ss).
Jesucristo anuncia que el «año jubilar» o «año de gracia» unido a su persona tiene como cimiento «anunciar a los pobres la Buena Noticia», el evangelio. Toda su vida y actividad es anuncio de la cercanía de Dios, de su amor y misericordia hacia todos, pero especialmente hacia los más débiles, pequeños y afligidos. El anuncio del evangelio va unido a gestos concretos de liberación hacia los cautivos y oprimidos, de ayuda a los necesitados, de misericordia con los más necesitados.
Con Cristo se establece definitivamente el tiempo de la gracia y de la salvación. Con su encarnación, muerte y resurrección han comenzado ya los tiempos definitivos. Todos los días y todos los lugares son buenos para encontrarnos con la misericordia de Dios.
Si la Iglesia celebra jubileos especiales en fechas y lugares particulares es para repartir de una manera abundante entre sus hijos las gracias que nos ha merecido Cristo y para concienciar a los fieles de la gran necesidad que tenemos de la misericordia de Dios.
El jubileo nos invita a ser misericordiosos con los demás, como Dios lo es con nosotros. Al mismo tiempo que recibimos el perdón de Dios, hemos de estar dispuestos a ofrecer nuestro perdón a los hermanos.
Que maravilla Padre ,estas lecturas si las cumpliesen sería un gozo pero nos ada temas y confiemos dan ánimos Fe amor y esperanza ,que este año seamos servidores.
ResponderEliminarBuenas noches P.Eduardo San de MiguelO.C.D
Abrazos