Tal como recordábamos en la entrada de ayer, desde 1908, cada año se celebra del 18 al 25 de enero la semana de oración por la unidad de los cristianos. A estos días de oración se adhieren la mayoría de las Iglesias y comunidades cristianas. Un total de 300 denominaciones: católica, ortodoxas, anglicanas, bautistas, luteranas, reformadas, unidas e independientes.
El ecumenismo estudia las divisiones históricas en el interior del cristianismo y busca la unión de todos los creyentes en Cristo, para que se cumpla su deseo: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).
Por desgracia, después de 2000 años de cristianismo, los seguidores de Jesús estamos divididos: unos somos católicos, otros protestantes, otros ortodoxos. Y san Pablo nos dice: «Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir» (1Cor 1,10). Lo primero y principal es Cristo, al que todos tenemos que amar y servir. ¡Todo lo demás viene después!
El concilio Vaticano II afirmó que la promoción del ecumenismo era uno de sus principales objetivos y lo definió como un impulso del Espíritu Santo. Los papas posteriores han repetido que la búsqueda de la unidad entre todos los creyentes en Cristo es un camino irreversible y absolutamente prioritario en la vida de la Iglesia.
El diálogo ecuménico no ignora que las distintas tradiciones cristianas tienen modelos de pensamiento distintos y que, a veces, dan un significado diverso a las mismas palabras. Tampoco intenta imponer a los otros los propios puntos de vista, sino que se esfuerza por encontrar juntos lo esencial de la fe cristiana y formularlo de una manera comprensible al hombre contemporáneo.
Hay tres campos específicos del trabajo ecuménico. En primer lugar, están las relaciones con las antiguas Iglesias orientales y con las Iglesias ortodoxas del primer milenio. En segundo lugar, las relaciones con las comunidades eclesiales surgidas de la Reforma del siglo XVI. Y, por último, la relación con las nuevas comunidades evangélicas, surgidas a partir del s. XIX de los movimientos carismático y pentecostal.
Con los ortodoxos compartimos la fe y los sacramentos. Solo nos separan cuestiones disciplinarias. Con las Iglesias protestantes tradicionales (luteranos, calvinistas, anglicanos, metodistas, bautistas…) se han logrado importantes acuerdos sobre los contenidos cristológicos y eclesiales. Con las comunidades evangélicas modernas el diálogo es más difícil, pero no podemos renunciar a él si queremos permanecer fieles a los deseos de Cristo.
Entre todos los acuerdos alcanzados destaca la “Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación”, firmada por la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica en 1999. El Consejo Metodista Mundial también la firmó en 2006, la Alianza Reformada Mundial, la Comunión Anglicana y otras denominaciones, en 2017.
«Es nuestra fe común que la Justificación es obra del Dios trino. El Padre envió a su Hijo al mundo para salvar a los pecadores. La encarnación, muerte y resurrección de Cristo son el fundamento y el presupuesto de la Justificación. Por esto, la Justificación significa que Cristo mismo es nuestra justicia, en la que participamos mediante el Espíritu Santo, conforme con la voluntad del Padre. Juntos confesamos: Solo por gracia en la fe en la obra salvífica de Cristo, y no por mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones, y nos capacita y nos llama a obras buenas» (n. 15).
Por iniciativa del papa Francisco, el domingo que cae dentro de esta semana (que este año es el 24 de enero) se celebra el "domingo de la Palabra de Dios". En la carta apostólica por la que establece este domingo especial, dice así: "Este domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos. No se trata de una mera coincidencia temporal: celebrar el domingo de la Palabra de Dios expresa un valor ecuménico, porque la Sagrada Escritura indica a los que se ponen en actitud de escucha el camino a seguir para llegar a una auténtica y sólida unidad".
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