El evangelio del domingo tercero del tiempo ordinario (ciclo "c") dice que Jesús, después de su bautismo en el Jordán y de superar las tentaciones en el desierto, «volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan» (Lc 4,14-15).
San Lucas subraya que Jesús inicia su actividad pública predicando «con la fuerza del Espíritu». El mismo Espíritu que descendió sobre María para que el Hijo del Altísimo se encarnara en su vientre (cf. Lc 1,35), que después descendió sobre Jesús en el bautismo (cf. Lc 3,22) y lo empujó al desierto (cf. Lc 4,1-2), actuará en él a lo largo de toda su vida pública.
De hecho, en el mismo evangelio de este domingo se dice también que Jesús leyó la profecía de Isaías que anuncia: «El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido y enviado…» (Lc 4,16ss, cf. Is 61,1ss).
Durante su vida pública, Jesús «exultó en el Espíritu» (cf. Lc 10,21), habló con autoridad, actuó con poder y expulsó a los demonios «con el dedo de Dios» (Lc 11,20), que es el Espíritu Santo (Mt 12,28).
Durante su vida pública, Jesús «exultó en el Espíritu» (cf. Lc 10,21), habló con autoridad, actuó con poder y expulsó a los demonios «con el dedo de Dios» (Lc 11,20), que es el Espíritu Santo (Mt 12,28).
Jesús era tan consciente de que el Espíritu de Dios actuaba en él, que habló de una blasfemia contra el Espíritu, que no puede ser perdonada, en referencia a los que afirmaban que actuaba con el poder del demonio y no con el del Espíritu. Con ello, se sustraían a la posibilidad de recibir el perdón y la salvación que se realizan en Jesús por la fuerza del Espíritu (cf. Mc 3,28-30).
El «Espíritu de Dios», que actuó en Jesús y lo resucitó de entre los muertos, se convirtió a partir de ese momento en el «Espíritu de Cristo» (Rom 8,9), «Espíritu de Jesucristo» (Flp 1,19), «Espíritu del Señor» (2Cor 3,17), «Espíritu del Hijo» (Gál 4,6).
El «Espíritu de Dios», que actuó en Jesús y lo resucitó de entre los muertos, se convirtió a partir de ese momento en el «Espíritu de Cristo» (Rom 8,9), «Espíritu de Jesucristo» (Flp 1,19), «Espíritu del Señor» (2Cor 3,17), «Espíritu del Hijo» (Gál 4,6).
Jesús lo comunica generosamente a los creyentes: «No me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mí... con la fuerza del Espíritu» (Rom 15,18-19).
San Pedro explica así lo sucedido en Pentecostés: «Jesús, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo, lo ha derramado sobre nosotros, tal como estáis viendo y oyendo» (Hch 2,33).
San Pablo, en la segunda lectura de este domingo afirma que el Espíritu es la fuente de la unidad de todos los creyentes: «Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1Cor 12,13).
San Pablo, en la segunda lectura de este domingo afirma que el Espíritu es la fuente de la unidad de todos los creyentes: «Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu» (1Cor 12,13).
El Espíritu construye la unidad de la Iglesia, ya que hace de nosotros el único Cuerpo de Cristo, en el que todos los miembros tienen la misma dignidad, en cuanto poseedores del único Espíritu, que hace de cada uno un elemento precioso, único.
Dejemos que el Espíritu de Dios actúe en nosotros, como hizo Jesús durante su vida mortal, ya que «los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios» (Rom 8,14).
Dejemos que el Espíritu de Dios actúe en nosotros, como hizo Jesús durante su vida mortal, ya que «los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios» (Rom 8,14).
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