La Navidad ya ha terminado para la mayoría de la gente, pero la liturgia de la Iglesia sigue celebrando el tiempo de la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo en la carne hasta el domingo próximo, fiesta del bautismo del Señor. Por lo tanto, seguimos en tiempo de Navidad. Un tiempo oportuno para reflexionar en el misterio del amor de Dios, que se "despojó" de su rango para hacerse pequeño y convertirse en siervo de todos.
Pido al Señor que nos conceda seguir creciendo en su amor todos los días de nuestra vida y que sepamos descubrir su cercanía tanto en las grandes fiestas como en los días ordinarios, en las celebraciones alegres y en los momentos tristes, en los días de descanso y en el trabajo, recordando que "también entre los pucheros (las ollas de la cocina) anda el Señor", tal como afirma santa Teresa de Jesús.
En años pasados les he propuesto varias meditaciones para estos días, que puede ser bueno recordar (basta hacer un click en los títulos para leerlas):
- La divina filantropía. La Navidad nos hace comprender que Dios no envió a su Hijo al mundo como premio a nuestro buen comportamiento; por el contrario, lo envió a pesar de nuestras malas obras. No porque nosotros lo merecemos, no porque somos buenos o porque Él tiene necesidad de nosotros, sino porque Él es bueno y generoso. Navidad es la mejor manifestación de lo que la Escritura llama la «filantropía» de Dios: «Se ha manifestado la bondad de Dios y su amor por los hombres» (Tit 3,4).
- Acampó entre nosotros. Jesús, que entró en nuestra historia hace más de dos mil años, nunca nos ha abandonado, sigue entre nosotros, cumpliendo su palabra: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). San Pablo dice que el nacimiento de Cristo inauguró «la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4), en la que nos encontramos. Por eso añade que «este es el tiempo de la gracia, hoy es el día de la salvación» (2Cor 6,2).
- El desposorio entre Dios y los hombres. La tradición patrística presenta la Navidad como un desposorio entre Dios y los hombres. La teología encerrada en el símbolo del matrimonio de Cristo con la Iglesia es aplicada por los escritores eclesiásticos al momento del nacimiento del Señor, cuando la divinidad desposa la humanidad, haciéndose los dos uno solo (cf. Gén 2,24; Mc 10,7-9).
- El admirable intercambio. En la antigüedad cristiana fue muy común presentar la encarnación del Señor como un admirable intercambio, en el que Jesucristo asumió lo nuestro (carne, historia, limitaciones, sufrimientos y pecados) y nos dio lo suyo (Espíritu Santo, gloria, perdón y vida eterna). Este tema es tan importante que el Catecismo afirma que «Navidad es el misterio de este “admirable intercambio”».
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