Ya hemos explicado muchas veces que, desde 1908, cada año se celebra del 18 al 25 de enero el octavario de oración por la unidad de los cristianos (aunque en algunos países del hemisferio sur, donde coincide con el periodo de vacaciones, lo aplazan a la semana de Pentecostés).
A estos días de oración se adhieren la mayoría de las Iglesias y comunidades cristianas. Un total de 300 denominaciones: católica, ortodoxas, anglicanas, bautistas, luteranas, reformadas, unidas e independientes.
El lema del año 2025 es: «¿Crees esto?» (Jn, 11, 26). El motivo es que este año se conmemoran los 1700 años del concilio de Nicea (325 d. C.), que proclamó la fe profesada en el credo que une a los
cristianos que confiesan el misterio de Dios uno y trino.
En la bula de convocatoria del jubileo que estamos viviendo en el corriente 2025, el papa Francisco dice: «Nicea representa una invitación a todas las Iglesias y comunidades eclesiales a seguir avanzando en el camino hacia la unidad visible, a no cansarse de buscar formas adecuadas para corresponder plenamente a la oración de Jesús: "Que todos sean uno: como tú, Padre, estas en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn 17, 21)».
Convocado por el emperador Constantino, al Concilio de Nicea asistieron, según la tradición, 318 Padres, en su mayoría orientales. La Iglesia, recién salida de la clandestinidad y la persecución, empezaba a experimentar lo difícil que era compartir una misma fe en los diferentes contextos culturales y políticos de la época. El acuerdo sobre el texto del credo consistía en definir el fundamento esencial sobre el que edificar comunidades locales que se reconocieran como Iglesias hermanas, respetando cada una la diversidad de la otra.
El concilio de Nicea supuso un hito en la historia de la Iglesia porque configuró una herencia dogmática y litúrgica común en el credo que recitamos en los domingos y solemnidades en la santa misa, texto de convergencia de todas las Iglesias y comunidades eclesiales.
Oración. Dios, Padre nuestro, acepta nuestra alabanza y acción de gracias por todo lo que ya une a los cristianos en la confesión y el testimonio de Jesús, el Señor. Apresura la hora en que todas las Iglesias se reconozcan en la única comunión que tú quisiste y por la cual tu Hijo oró con el poder del Espíritu Santo. Escúchanos, tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Estos son los lemas de los últimos años, a los que dedicamos las entradas correspondientes:
- 2024. «Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo» (cf. Lc 10,27). En la parábola del buen samaritano, Jesús explica en qué consiste amar al prójimo. Algunos Padres de la Iglesia interpretaron esta parábola en sentido cristológico, indicando que la persona herida al borde del camino es la humanidad (Adán) y que el buen samaritano, que movido por amor sale a auxiliarlo, es el mismo Jesucristo. La posada a la que Jesús, el buen samaritano, lleva a la persona herida es la Iglesia. Es a ella a quien el samaritano confía la humanidad hasta que él vuelva. Ella tiene ahora la misión de sanar al ser humano con el vino y el aceite (símbolo de los sacramentos).
- 2023. «Haz el bien; busca la justicia» (cf. Is 1,17). El texto de Isaías nos hace comprender que la vivencia de la fe debe ir siempre acompañada por una praxis coherente con aquello que se profesa. El culto a Dios resulta vacío si no va acompañado por la compasión y la misericordia. Una manera de favorecer la unidad entre los cristianos es trabajar juntos por la justicia, cooperando en acciones que hagan patente el deseo de paz y de unidad que brota de la fe en Jesucristo.
- 2022. «Hemos visto aparecer su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Los tres sabios que llegaron de oriente siguiendo una estrella fueron la primicia de los pueblos no judíos, que se acercaron para adorar al enviado del Señor. Detrás de ellos llegamos personas de otras naciones, con la esperanza de que la buena noticia del evangelio llegue a todos y todos podamos reunirnos en una sola Iglesia, formando parte de la familia de Dios y sintiéndonos hermanos, independientemente del lugar de proveniencia de cada uno.
- 2021. «Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia» (cf. Jn 15,5-9). Jesús nos invita a dejar que su palabra permanezca en nosotros (Jn 15,7) y luego todo lo que le pidamos nos lo concederá. En su palabra damos fruto. Como personas, como comunidad, como Iglesia, deseamos unirnos a Cristo para perseverar en su mandamiento de amarnos unos a otros como él nos ha amado (Jn 15,12).
- 2020: «Nos mostraron una humanidad poco común». En nuestra búsqueda de la unidad de los cristianos, abandonarnos a la providencia divina requiere que soltemos muchas cosas a las que estamos muy atados. Para Dios lo importante es la salvación de todos.
- 2019: «Actúa siempre con toda justicia». Dios de bondad, nos has encomendado hacer de nuestra casa común un lugar de justicia para todos. Jesús nos enseña que tú mandas la lluvia sobre el justo y el injusto y que nosotros debemos amar a todos, sin hacer discriminaciones. Concédenos a todos los cristianos trabajar unidos por la paz y la justicia. Amén.
- 2018: «Fue tu diestra quien lo hizo, Señor, resplandeciente de poder». Señor, humildemente te pedimos que por tu gracia las Iglesias puedan ser en todo el mundo instrumentos de tu paz. Que, a través de su acción conjunta como embajadoras y agentes entre los pueblos divididos de tu amor sanador y reconciliador, pueda tu Nombre ser santificado y glorificado. Amén.
- 2017: «Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia». El mundo necesita embajadores de reconciliación que rompan barreras, construyan puentes, hagan la paz, abran puertas a nuevas formas de vida en el nombre de aquel que nos reconcilió con Dios, Jesucristo. Su Espíritu Santo nos conduce por el camino de la reconciliación en su nombre.
- 2016: «Destinados a proclamar las grandezas del Señor». Compartir el Bautismo significa que todos somos pecadores y que necesitamos la salvación que Dios nos ofrece, todos experimentamos la misma llamada a salir de las tinieblas e ir al encuentro de Dios lleno de misericordia. Precisamente en el bautismo, nos sumergimos en la fuente de la misericordia y de la esperanza, de la que nadie está excluido, esta experiencia de gracia crea un vínculo indisoluble entre los bautizados, de modo que nos consideremos realmente hermanos y miembros de un solo pueblo de Dios, capaz de anunciar las maravillas que él ha obrado a partir del testimonio sencillo y fraterno de la unidad, así como del compromiso mutuo de poner en práctica las obras de misericordia corporales y espirituales, realizando nuestra común misión de transmitir a los otros la misericordia que hemos recibido, empezando por los pobres y abandonados.
- 2015: «Jesús le dice: "Dame de beber"». El encuentro entre Jesús y la samaritana nos invita a probar agua de un pozo diferente y también a ofrecer un poco de la nuestra. En la diversidad nos enriquecemos mutuamente. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos constituye una ocasión privilegiada para la oración, el encuentro y el diálogo. Es una oportunidad para poder reconocer las riquezas y los valores que están presentes en el otro, el distinto, y para pedir a Dios el don de la unidad.
- 2014: «¿Es que Cristo está dividido?» El empeño ecuménico responde a la oración del Señor Jesús que pide «que todos sean uno» (Jn 17,21). La credibilidad del anuncio cristiano sería mucho mayor si los cristianos superaran sus divisiones y la Iglesia realizara «la plenitud de catolicidad que le es propia, en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión».
- 2013: «¿Qué exige el Señor de nosotros?» Se te ha hecho conocer lo que está bien, lo que el Señor exige de ti, ser mortal: tan solo respetar el derecho, practicar con amor la misericordia y caminar humildemente con tu Dios.
- 2012: «Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo» (cf. 1Cor 15,51-58). Los materiales fueron preparados en Polonia. La unidad plena y visible de los cristianos, a la que aspiramos, exige que nos dejemos transformar y conformar, de modo cada vez más perfecto, a la imagen de Cristo. La unidad por la que oramos requiere una conversión interior, tanto común como personal. No se trata simplemente de cordialidad o de cooperación; hace falta fortalecer nuestra fe en Dios, en el Dios de Jesucristo, que nos habló y se hizo uno de nosotros; es preciso entrar en la nueva vida en Cristo, que es nuestra verdadera y definitiva victoria; es necesario abrirse unos a otros, captando todos los elementos de unidad que Dios ha conservado para nosotros y que siempre nos da de nuevo; es necesario sentir la urgencia de dar testimonio del Dios vivo, que se dio a conocer en Cristo, al hombre de nuestro tiempo.
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