Artabán era un sabio que se dedicaba a estudiar las estrellas. La aparición de una muy luminosa le hizo comprender que había nacido una persona muy especial, a la que merecería la pena conocer. Y se puso en camino, con tres valiosos regalos: un diamante de la isla Méroe, un trocito de jaspe de Chipre y un rubí de las Sirtes.
Quedó con otros tres sabios (Melchor, Gaspar y Baltasar) en Borsippa, la ciudad sagrada del dios Nabu, la del zigurat de siete pisos, para hacer juntos el camino.
Cuando ya estaba cerca, Artabán se encontró con un hombre desnudo y malherido, al que unos ladrones habían robado y abandonado junto al camino. Curó sus heridas hasta que estuvo recuperado y le regaló el diamante.
Cuando llegó al lugar acordado, sus compañeros ya se habían marchado, aunque le dejaron una nota en la que le invitaban a seguir la estrella para encontrarse con ellos más adelante.
Llegó a Belén de Judá y no encontró al Niño ni a sus compañeros. Por el contrario, se topó con los soldados de Herodes, que estaban matando a los inocentes. Ofreció su rubí a un soldado para salvar a uno de los pequeños, pero un capitán lo descubrió y lo metió en la cárcel de Jerusalén, en la que permaneció más de treinta años.
Poncio Pilato le concedió un indulto durante las fiestas de Pascua. En la calle se encontró con una muchedumbre que se disponía a contemplar la ejecución de un falso profeta, que había blasfemado contra Dios.
Cerca de allí estaban vendiendo como esclava a una muchacha joven. Rebuscó entre sus andrajos y compró su libertad con el trocito de jaspe que todavía conservaba como regalo para el Mesías. Ya no le quedaba ningún regalo.
Cuando llegó al Gólgota, la tierra tembló y una piedra golpeó la cabeza de Artabán, que quedó herido por tierra. Entonces, un joven que debía tener los mismos años que él llevaba fuera de su casa, le dijo: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”.
“¿Cuándo hice esas cosas?”, preguntó moribundo. La respuesta fue: “Lo que hiciste por mis hermanos, me lo hiciste a mí”.
“¿Cuándo hice esas cosas?”, preguntó moribundo. La respuesta fue: “Lo que hiciste por mis hermanos, me lo hiciste a mí”.
Y Artabán expiró, emprendiendo el viaje definitivo y comprendiendo que sus sufrimientos habían tenido sentido.
Aquí pueden encontrar una preciosa reflexión a partir de esta historia.
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