El domingo 19 del Tiempo Ordinario, ciclo "a", se lee el evangelio de Mateo (14,22-33), que cuenta que Jesús subió al monte a solas para orar, porque necesitaba encontrarse "a solas con Dios solo". Después, el evangelio continúa con la narración de Pedro que camina sobre las aguas cuando se fía de Jesús, pero se hunde cuando se fía de sus fuerzas.
Como Elías, que se retiró al monte para orar, como Jesús, que hizo lo mismo, como Pablo, que oraba por los judíos y por todos los hombres, los cristianos tenemos que ser personas de oración.
Desde mediados del siglo XX, se ha repetido muchas veces que «el cristiano del siglo XXI será místico o no será cristiano». Al principio, parecía una afirmación exagerada, pero, con el pasar del tiempo, se ha demostrado verdadera.
Hoy ya no se puede ser cristiano solo por herencia sociológica, porque se ha nacido en un país de tradición cristiana o porque lo son los propios padres. En la sociedad occidental contemporánea, la práctica de la religión se ha convertido en una opción personal, en la que el ambiente no solo no ayuda, sino que la dificulta.
Para que surja la fe en un ambiente postcristiano se necesita una experiencia del misterio (eso es la mística), un encuentro personal con Cristo, que es el corazón del cristianismo. Y para mantenerla es necesario perseverar en la amistad con él, por medio de la oración asidua.
Santa Teresa de Jesús dice que la única puerta para entrar en el castillo interior, donde Dios mora y donde suceden las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma, es la oración . No hay otro camino para establecer una relación íntima de amistad con él.
Si estamos convencidos de que queremos encontrarnos con Cristo, hemos de convencernos de cuál es el medio para lograrlo: la oración. Y hemos de practicarla con insistencia, aunque nos cueste trabajo.
Si no lo hacemos, no tenemos excusa posible, por mucho que queramos engañarnos a nosotros mismos, diciendo que no tenemos tiempo o que hay otras cosas más urgentes. Para la higiene personal o para acudir al médico encontramos siempre el tiempo necesario.
Cuando decimos que no tenemos tiempo para orar, deberíamos reorganizar nuestras vidas, porque eso significa que nuestro tiempo está mal repartido. Claro que, para reorganizar la propia vida y dedicar tiempo a la oración hay que tener claro que la relación con Dios es algo no solo importante, sino esencial en nuestra vida, absolutamente «prioritario».
La oración es la ofrenda de nuestro tiempo y de nosotros mismos a Dios, sin necesidad de otras motivaciones fuera del amor. Cuando más ocupados estemos, cuando más nos cueste dejar todas las cosas para darle nuestro tiempo a Dios en la oración, más auténtica y valiosa será.
No deberíamos dar a Dios los tiempos muertos, en los que no tenemos otra cosa que hacer, sino los momentos más valiosos de la jornada, cuando estamos más despejados.
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