María nos precede y nosotros esperamos participar un día de su suerte. Nos lo dice el libro del Apocalipsis: el dragón [=el maligno] no pudo con la mujer [=la Virgen María, la Iglesia, cada creyente], ni podrá nunca, porque Dios la protege.
Las fuerzas del mal siguen haciéndonos la guerra, pero no pueden tener la última palabra, ya que el triunfo final es de nuestro Dios y del Cordero, vencedor de la muerte.
En nuestros sufrimientos y tribulaciones miremos a María. Ella nos precede y nos asegura el destino de vida y felicidad que está reservado para los que perseveren en la fe.
San Juan de la Cruz dice que las almas que viven una altísima experiencia de unión con Dios en esta vida no mueren de muerte natural, sino de un acto de purísimo amor, por el que se unen definitivamente con Cristo. Por eso, san Alfonso María de Ligorio dice que la Virgen María «murió en el amor, a causa del amor y por amor».
Sor María de Jesús de Ágreda, en su libro Mística Ciudad de Dios, escribió que «La enfermedad que le quitó la vida a María fue el amor, sin otro achaque ni accidente alguno».
Por eso se habla de la «dormición» de María. Su muerte fue un pasar de este mundo al cielo sin violencia ni sobresaltos.
Que nuestro amor por Cristo crezca cada día, para que él se determine a romper definitivamente la «tela del encuentro» y nos una consigo para siempre. Amén.
«La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo» (Catecismo, 974).
«Oh Madre de Dios, en el alumbramiento conservaste la virginidad, en tu dormición no abandonaste al mundo, siendo Madre de la Vida, te trasladaste a la vida eterna y por tus oraciones salvas de la muerte a nuestras almas. Incansable en tus oraciones, Madre de Dios, en tu intercesión manifiestas esperanza inquebrantable. No fuiste retenida en el sepulcro ni en la muerte, porque siendo la Madre de la Vida fuiste trasladada a la vida por aquel que se encarnó en tu vientre virginal» (Oración de la liturgia bizantina).
«En verdad la muerte de los santos del Señor Dios de las virtudes es preciosa, pero mucho más preciosa es la migración de esta vida por parte de la Madre de Dios. Ahora alégrense los cielos y aplaudan los ángeles; ahora acomódese la tierra y exulten los hombres; ahora el aire resuene con gozosos cánticos; la noche oscura expulse la triste y deforme tiniebla, y se imite el esplendor del día radiante con la claridad de los fuegos» (San Juan Damasceno).
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