El 8 de agosto se celebra la fiesta de santo Domingo de Guzmán. Un autor de finales del siglo XIII presenta así los nueve grados de orar que el santo enseñó a sus frailes:
De la excelencia y clases de oración, su necesidad, progreso, forma, preparación, e impedimentos trataron ampliamente los santos doctores Agustín, León, Ambrosio, Gregorio, Hilario, Isidoro, Juan Crisóstomo, Juan Damasceno, Bernardo y otros devotos doctores, griegos y latinos. También se ocuparon de ella en sus libros de forma excelente y rigurosa, con devoción y elegancia, el glorioso y venerable doctor fray Tomás de Aquino y Alberto, de la Orden de Predicadores, y Guillermo en el tratado de las virtudes.
Con todo, queremos añadir aquí algo sobre la manera de orar, muy frecuentada por el bienaventurado Domingo, según la cual el alma ejercita los miembros del cuerpo para dirigirse con más intensidad a Dios y, al ponerlo en movimiento, es movida por él hasta entrar unas veces en éxtasis, como Pablo (2Cor 12,2); otras en agonía, como el Salvador (Lc 22,43); otras en arrobamiento, como el profeta David (Sal 31,23). Consta que hubo santos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento que oraron así algunas veces.
Tal forma de orar incita a la devoción, alternadamente del alma al cuerpo y del cuerpo al alma. En el caso de santo Domingo, lo llevaba a derramar vehementes lágrimas y encendía el fervor de su buena voluntad de tal modo, que la mente no podía impedir que los miembros del cuerpo delatasen su devoción con señales exteriores. Y, por la misma fuerza de la mente en oración, a veces prorrumpía en peticiones, súplicas y acciones de gracias.
Dejando aparte sus formas muy devotas y habituales mientras celebraba la misa y en la recitación de la salmodia, durante las horas canónicas en el coro o de viaje (donde con frecuencia se le veía arrebatado de repente sobre sí mismo hablando con Dios y con los ángeles), los modos de orar a los que ahora queremos referirnos fueron los siguientes:
En el primero se inclinaba ante el altar, como si Cristo, en él representado, estuviera allí real y personalmente, y no solo de manera simbólica.
Con frecuencia oraba también el bienaventurado Domingo tendiéndose entero en tierra apoyado sobre la cara.
Levantándose del suelo, se disciplinaba con una cadena de hierro.
Después de esto, colocado delante del altar o en el capítulo, fijo el rostro frente al crucifijo, santo Domingo lo miraba con suma atención doblando las rodillas una y otra vez y hasta cien veces
Algunas veces, cuando residía en el convento, el santo padre Domingo se colocaba de pie ante el altar, con todo el cuerpo erguido sobre sus pies sin apoyarse o arrimarse a nada y en ocasiones con las manos extendidas ante el pecho como si fuera un libro abierto.
Alguna vez se vio orar al santo padre Domingo, según yo mismo escuché con mis oídos de quien lo presenció, con las manos y los brazos abiertos y extendidos con fuerza a semejanza de cruz, cuanto le era posible manteniéndose en pie.
Con frecuencia se le encontraba orando literalmente flechado al cielo, cual saeta lanzada por un arco tenso en línea recta a lo alto, con las manos levantadas con fuerza por encima de la cabeza, enlazadas o un poco abiertas como para recibir algo de arriba.
Se sentaba tranquilo y abría ante él un libro. Hecha la señal protectora de la cruz, comenzaba a leer.
Oraba y caminaba, y se encendía en su meditación como el fuego. Tenía de peculiar en tal oración que gesticulaba como si espantase chispas o moscas de la cara, y por esto se protegía con frecuencia con la señal de la cruz.
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