Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 24 de agosto de 2023

La fundación del monasterio de San José de Ávila


El 24 de agosto es el aniversario de la fundación del convento de San José de Ávila por parte de santa Teresa de Jesús. En la foto se ve un cuadro que la representa como fundadora, con su sombrero y su bastón. Recordemos cómo sucedieron las cosas.

Un atardecer de septiembre de 1560, en la celda de Dª Teresa se encontraban reunidas dos sobrinas suyas, a las que ella criaba allí, y otras diez religiosas amigas, comentando una carta circular que había hecho llegar el rey Felipe II a todos los monasterios, en la que exponía los daños causados por los luteranos en Francia y en el resto de Europa, y pidiendo oraciones por la unidad de la Iglesia. Comenzaron a tratar del gran bien que hace la oración de los buenos religiosos, de los ermitaños antiguos del Monte Carmelo, de fray Pedro de Alcántara y de las descalzas reales, que él había reformado, de lo hermoso que sería vivir en una comunidad así... Su sobrina María de Ocampo aseguró que, si se hacía, aportaría mil ducados y Dª Guiomar, que se había unido al grupo, también prometió su ayuda. Teresa no estaba muy convencida, hasta que pocos días después sintió al comulgar que Cristo «me mandó mucho que lo procurase, haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el monasterio» (V 32,11).

Comienzan dos años de luchas continuas. Sus conocidos (especialmente el confesor) dicen que es una locura. Ella quiere pareceres autorizados, por lo que escribe a san Pedro de Alcántara, a san Francisco de Borja y a san Luis Bertrán, quienes responden apoyándola incondicionalmente. El provincial de los carmelitas también aprueba la fundación, por lo que se decide a pedir un Breve papal para realizarla. Cuando se conoció la noticia en la Encarnación y en la ciudad, la mayoría se puso en contra, por lo que el provincial retiró su apoyo (V 32,15). 

La acusaban de alumbrada y de endemoniada, por lo que pidió su parecer al teólogo más renombrado en ese momento en Ávila: el dominico P. Pedro Ibáñez, para quien escribió un largo memorial de cuarenta párrafos con la situación de su espíritu, la primera Cuenta de conciencia que conservamos: «La manera de proceder en la oración que ahora tengo es la presente: pocas veces son las que estando en oración puedo tener discurso con el entendimiento, porque comienza a recogerse el alma y estar en quietud, de tal manera que ninguna cosa puedo usar de las potencias y sentidos [...]. Me ha venido una determinación muy grande de no ofender a Dios, que antes moriría mil muertes que tal hiciese [...]. Con todo, aunque creo que es Dios ciertamente, yo no haría ninguna cosa, si no le pareciese bien a quien tiene cargo de mí [...]. Esto es lo que siento que el Señor obra en mí. Todo lo remito al juicio de vuestra merced». 

A pesar de la oposición de la ciudad y de las presiones que recibe, el parecer del dominico será positivo y lo acompañó con un dictamen laudatorio, escrito en treinta y tres puntos. 

Reconfortada, se decide a pedir un segundo Breve papal; esta vez, poniendo el monasterio bajo la obediencia del obispo, ya que el anterior permitía fundarlo bajo la obediencia del provincial de los carmelitas, que ahora no lo acepta. Como el obispo tampoco estaba dispuesto a tomar el monasterio bajo su obediencia, san Pedro de Alcántara le escribe una preciosa carta solicitándoselo: «Una persona muy espiritual, con verdadero celo, desde hace tiempo pretende fundar un monasterio religiosísimo en ese lugar. […] Por amor de nuestro Señor, pido a vuestra señoría que lo ampare y reciba». 

Don Álvaro de Mendoza no se dejó impresionar y volvió a manifestar su negativa. Finalmente, san Pedro de Alcántara se dirigió a la residencia de descanso del obispo en el Tiemblo, pero no pudo arrancarle una respuesta positiva. Todo lo que consiguió fue la promesa de que cuando volviera a Ávila iría personalmente a conocer a la monja de la que tanto había oído hablar para escuchar sus razones. 

Así cuenta el encuentro el secretario del obispo, D. Juan Carrillo: «Fray Pedro de Alcántara le llevó al monasterio de la Encarnación, donde estaba la madre Teresa de Jesús, para que tratase con ella el negocio de la fundación; y la tarde que vino el obispo de hacer esto, este testigo le oyó decir que totalmente le había mudado nuestro Señor, porque hablaba en aquella mujer, y venía persuadido a que por ninguna vía dejaría de hacer la fundación de San José». Desde ese momento, D. Álvaro se convirtió en amigo y confidente de la Santa, llegando a ser su dirigido y a dejarle sus bienes en herencia.

Aunque las contradicciones externas crecieron, hizo venir de Alba a su hermana Juana y a su cuñado para que se encargasen de las obras de adaptación de una casita fuera de las murallas (V 33,4ss). Las obras se alargan porque unos muros ceden, cayendo sobre uno de los sobrinos de Teresa, que quedó como muerto. Al enterarse, Teresa fue corriendo a la obra y tomó del suelo el cuerpecito, abrazándose a él. El niño se despertó y ella se lo entregó a su madre. Los obreros comenzaron a decir que era un milagro. La Santa les respondió que lo que habría sido un milagro es que el muro hubiera permanecido en pie, estando tan mal construido, y que tenían que volver a levantarlo. Los dineros faltaban, pero supuso una gran ayuda la inesperada llegada de algunas monedas de oro enviadas desde América por su hermano Lorenzo (Cta. 2,1-2).

Ella se encarga personalmente de terminar las obras de acondicionamiento: «Acomodó una pieza pequeñita para iglesia, con una rejita pequeña de madera doblada y bien espesa, por donde viesen las monjas misa, y un zaguán pequeñito por donde se entraba a la iglesia y a la casa, que todo, en pequeño y pobre, representaba el portal de Belén».

No sin nuevos trabajos, se superan las últimas dificultades y el 24 de agosto de 1562 se inaugura el conventico de S. José (V 36,5). Teresa tenía cuarenta y siete años.

Los comienzos fueron muy difíciles. Los pocos amigos que le quedaron se demostraron fieles en aquellos días terribles. Francisco de Salcedo llegó a sufrir con paciencia burlas y persecuciones por visitarlas y favorecerlas. El Concejo de la ciudad convocó una reunión para tratar el caso. Fueron citados: el corregidor, cuatro regidores, dos caballeros, el provisor, tres canónigos, los priores de cinco monasterios masculinos acompañados de un fraile de cada Orden, dos letrados del Ayuntamiento y dos representantes del pueblo. Veinticinco varones reunidos para discutir sobre los proyectos de un grupito de mujeres. Por supuesto que no fue consultada ninguna mujer que representara a los seis monasterios femeninos de la ciudad, ni menos aún las interesadas. En dicha reunión, el P. Domingo Báñez fue su único defensor. Cuando todos estaban dispuestos a deshacer el nuevo monasterio, advirtió que no podían, bajo pena de excomunión, ya que contaba con los oportunos permisos del obispo y de Roma. 

Como no podían deshacerlo, el Ayuntamiento les pone pleito, porque afirma que la tapia del conventillo da sombra a las fuentes públicas. El argumento tenía poca consistencia, pero con esta y otras historias semejantes se determinaron a presentar el pleito ante el rey, para que diera orden de cerrar el monasterio. Con el tiempo se calmarán las cosas y se olvidará el pleito, el cual no se cerró formalmente hasta el año 2012, en un pleno extraordinario del Ayuntamiento abulense con motivo del 450 aniversario de la fundación de San José.

Texto tomado de mi libro "De la rueca a la pluma. Enseñanzas de Santa Teresa de Jesús para nuestros días". Editorial Monte Carmelo, Burgos 2015, 79-83. Enlace a la reseña de la editorial aquí.

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