En el magníficat, María exclama: “desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”. Eso es lo que hacemos los cristianos en las fiestas marianas: felicitamos a María por las maravillas que Dios ha hecho en su favor.
Al celebrar la fiesta de su Asunción a los cielos, celebramos la coronación de la obra de Dios en ella. Dios la ha introducido dentro de su vida, la ha hecho partícipe de su gloria en el cielo, glorificándola.
Al bendecir a María, no inventamos nada nuevo, ya que su misma prima la llama en el evangelio: “dichosa, feliz, bienaventurada tú que has creído”.
Esta es la primera bienaventuranza del Nuevo Testamento, que coincide con la última, que pronunciará Jesús resucitado ante santo Tomás: “Dichosos los que crean sin haber visto”.
María es feliz porque ha creído, porque se ha fiado de la palabra de Dios, porque ha sido la perfecta discípula de Cristo. Lo ha seguido en el sufrimiento y en la cruz. Ahora lo sigue en la glorificación, cumpliendo Jesús sus promesas: “Quiero que donde esté yo, estén también mis seguidores”.
María es feliz para siempre porque está con Cristo, porque vive la vida de Dios. Por eso, María es una fuente de esperanza para nosotros, los creyentes.
Cristo también quiere glorificarnos y hacernos partícipes de su vida inmortal. Si ha cumplido su promesa en ella, lo hará también en nuestras vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario