Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 23 de septiembre de 2016

¿Qué es la teología?


Los seres humanos nos preguntamos por el significado de las cosas y de los acontecimientos; nos cuestionamos el sentido de nuestra existencia, nuestro origen y nuestro destino. De hecho, Kant resumía la filosofía en el esfuerzo por responder a tres preguntas: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo? y ¿qué me cabe esperar?

De una forma o de otra, todos los hombres se plantean estas cuestiones alguna vez en su vida y todas las tradiciones filosóficas y religiosas intentan dar una respuesta por medio de reflexiones, narraciones mitológicas o interpretaciones científicas. 

Estos interrogantes surgen de la misma estructura reflexiva del hombre, que necesita conocer para poder decidir y actuar. Lo vemos en los niños, que de una manera innata se preguntan por el nombre, la función y el sentido de las cosas: ¿Qué es esto?, ¿para qué sirve?, ¿cómo funciona?, ¿por qué esto es así? Una señal clara de envejecimiento es perder el deseo de aprender.

Esta curiosidad natural permite el aprendizaje de los niños y ha hecho posible la adquisición de todo tipo de conocimientos entre los seres humanos considerados como especie, lo que nos ha llevado al avance continuo de las ciencias y de la técnica.

El dominio científico y tecnológico ha mejorado las condiciones de nuestra existencia y ha alargado nuestra esperanza de vida, pero no es suficiente para hacernos felices. La pregunta por el sentido de la vida sigue siendo tan esencial en nuestros días como en los tiempos antiguos.

Así como la botánica da respuestas a nuestro interés por conocer el mundo de las plantas, la antropología filosófica reflexiona sobre la estructura del ser humano y el sentido de su existencia. El hombre creyente, como es natural, también se pregunta por los contenidos de su fe. Este es el contenido de la teología, especialmente el misterio de Dios y su proyecto sobre nosotros.

Según Aristóteles, la «física» trata de las realidades materiales, la «matemática» de las formas puras o ideales (los números) y la «teología» es la ciencia que tiene por objeto a Dios (la reflexión del hombre sobre Dios).

Sin embargo, desde un punto de vista cristiano, la teología no es un discurso racional sobre Dios (a eso lo llamamos hoy teodicea, que es una rama de la filosofía), sino la reflexión creyente sobre los contenidos de la fe.

Sigue siendo válida la formulación de san Anselmo de Canterbury, que afirma: «La teología es la fe que busca entenderse a sí misma». Y añade: «Señor, yo no pretendo penetrar en tu profundidad, ¿cómo iba a comparar mi inteligencia con tu misterio? Pero deseo comprender de algún modo esa verdad que creo y que mi corazón ama. No busco comprender para creer, sino que creo primero, para esforzarme luego en comprender. Porque sé que si no empiezo por creer, no comprenderé jamás». 

Por su parte, santo Tomás de Aquino dice que, hablando con propiedad, la «Sacra Doctrina» (como entonces era llamada la teología) «es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo», del que nosotros podemos participar solo porque él mismo nos lo ha revelado.

El cristiano desea profundizar en lo que ya cree, con la ayuda de los medios que la razón le ofrece. Partimos de la vida de fe, intentando clarificar sus contenidos y su dinamismo interno.

De todas formas, somos conscientes de que nuestras reflexiones son siempre inseguras, parciales, sin poder explicar nunca totalmente el misterio.

Nuestra principal certeza es que Dios ha hablado y se ha comunicado a la humanidad, se ha revelado, por lo que podemos conocer algo de él: lo que él mismo nos ha contado. Esta certeza proviene de la fe. 

Porque somos seres racionales, nos preguntamos sobre las posibilidades y el contenido de esta comunicación de Dios a los hombres: ¿Tienen sentido los dogmas?, ¿de dónde provienen?, ¿pueden cambiarse? Es natural que nos hagamos estas preguntas. La teología intenta responderlas.

Para saber más: Catecismo de la Iglesia Católica nn. 94-95.

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