En el evangelio del domingo 5 del Tiempo Ordinario, ciclo "c", (Lc 5,1-11) leemos que Jesús llamó a Pedro para que se convirtiera en “pescador de hombres”. Pero solo unos momentos antes, después de la pesca milagrosa, Pedro se había arrojado a los pies de Jesús, suplicándole: “Apártate de mí, que soy un pecador”. Precisamente cuando Pedro se reconoce indigno de estar con Jesús, él le llama y le da una misión.
Lo mismo sucede en la primera lectura, en la que Isaías se reconoce “hombre de labios impuros”, indigno de anunciar la Palabra de Dios. Entonces, el ángel le purifica y Dios le confirma en su vocación de profeta.
En la Biblia podemos encontrar varias escenas similares. Cuando Dios llamó a Moisés, este le dijo que era tartamudo, por lo que no podía convertirse en su enviado. Cuando Dios llamó a Jeremías, este alegó que era solo un muchacho y nadie lo escucharía. Cuando Dios llamó a Amós, este respondió que era un simple pastor y recolector de higos, por lo que no le tomarían en serio…
Dios elige colaboradores humanamente incapaces, porque una misión divina siempre sobrepasa las capacidades de cualquier ser humano. En la obra de Dios, él es siempre el que debe actuar. Los hombres solo somos sus colaboradores, “siervos inútiles” (Lc 17,10), que “llevamos un tesoro en vasijas de barro” (2Cor 4,7).
Yo, personalmente, doy gracias a Dios, que se fio de mí y me llamó a servirlo en la vida consagrada y en el ministerio sacerdotal, no por mis méritos, sino por su bondad. Soy más pecador que san Pedro y mis labios son más impuros que los del profeta Isaías, pero él ha querido hacerme partícipe de su misión. Sobrecogido ante una realidad que me desborda, solo puedo decir: “Aquí estoy, Señor. A pesar de mi pobreza, cuenta conmigo”.
En la Biblia podemos encontrar varias escenas similares. Cuando Dios llamó a Moisés, este le dijo que era tartamudo, por lo que no podía convertirse en su enviado. Cuando Dios llamó a Jeremías, este alegó que era solo un muchacho y nadie lo escucharía. Cuando Dios llamó a Amós, este respondió que era un simple pastor y recolector de higos, por lo que no le tomarían en serio…
Dios elige colaboradores humanamente incapaces, porque una misión divina siempre sobrepasa las capacidades de cualquier ser humano. En la obra de Dios, él es siempre el que debe actuar. Los hombres solo somos sus colaboradores, “siervos inútiles” (Lc 17,10), que “llevamos un tesoro en vasijas de barro” (2Cor 4,7).
Yo, personalmente, doy gracias a Dios, que se fio de mí y me llamó a servirlo en la vida consagrada y en el ministerio sacerdotal, no por mis méritos, sino por su bondad. Soy más pecador que san Pedro y mis labios son más impuros que los del profeta Isaías, pero él ha querido hacerme partícipe de su misión. Sobrecogido ante una realidad que me desborda, solo puedo decir: “Aquí estoy, Señor. A pesar de mi pobreza, cuenta conmigo”.
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