Ha habido representantes de las 70 diócesis españolas, de los distintos movimientos eclesiales, así como de las distintas congregaciones religiosas y grupos de vida consagrada que hay en nuestro país. En total, superamos los 3000 participantes, pertenecientes a distintos estados de vida, vocaciones y sensibilidades, conscientes de formar parte de la única Iglesia de Cristo.
Tuvimos algunas conferencias para todos los congresistas, otras divididas para los distintos «itinerarios» (Palabra, Comunidad, Sujeto, Misión) y cada uno de nosotros participaba en 4 talleres, de los más de 60 programados. Los había de catequesis, testimonios, canto, misiones, vida conyugal, etc.
Yo elegí uno impartido por un teólogo (sobre la vocación teológica en la Iglesia), otro impartido por una carmelita descalza (sobre la oración como misión principal de las contemplativas), otro sobre evangelización en las redes sociales y otro que impartió sobre algunos temas bíblicos y de cultura rabínica la doctora Cayetana-Heidi Johnson, profesora de lenguas orientales y arqueóloga. Quiero compartir algo de este último.
Hablamos de algunos términos hebreos usados en la Biblia para referirse a la «llamada» וַיִּקְרָא (vayikrá), la primera palabra del libro del Levítico, presente en varios textos de vocación, unida a otra que se refiere al «servicio» que estamos llamados a prestar עבדה (avodá).
El fin de la llamada y de la labor que se nos encomienda es la תיקון עולם (Tikún ha Olam), que podemos traducir por «reparar el mundo» (que, por cierto, va unido al jubileo, al toque del sofar, a la expiación y a la esperanza mesiánica, pero no puedo desarrollarlo todo aquí).
Para la Biblia y la tradición judía, el mundo es bueno, porque es obra de Dios, pero el Creador nos ha dejado espacio para que colaboremos con él en la mejora de su obra, sembrando el bien en el momento y lugar concretos en los que nos toca vivir.
No se trata de que todos estemos llamados a realizar grandes obras (algunos, sí y su responsabilidad es responder a su misión). La mayoría de nosotros colabora con sus semejantes en la realización de su trabajo diario, hecho con dedicación y honestidad: el esposo, amando a su mujer; el panadero, preparando el pan; el agricultor, trabajando el campo; el maestro, educando a los niños y jóvenes que tiene encomendados...
Además del cumplimiento de los propios deberes, colaboramos con la obra que Dios nos encomienda cuando somos sensibles ante las necesidades de los demás y procuramos ayudarlos, preparando así la paz y fraternidad que harán posible la venida del mesías.
También nos puso algunas imágenes de las campañas arqueológicas en las que participa en Jerusalén (especialmente en la Ciudad de David y en la piscina de Siloé, que significa «enviado», donde Jesús sanó a un ciego) y en otros lugares de la Tierra Santa.
Soy consciente de que ese taller era muy técnico y no interesaba a todos, pero yo lo disfruté enormemente (y creo que las más de 100 personas que participaron conmigo, también lo gozaron). Por eso lo comparto con ustedes, de la manera más sencilla que sé.
Dios nos ayude a todos a sentirnos «llamados», «vocacionados», y a colaborar con él en el anuncio de la Buena Noticia y en la construcción del reino. Amén.
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