Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 23 de julio de 2022

Señor, enséñanos a orar


En el evangelio del domingo 17 del Tiempo Ordinario, ciclo c, san Lucas recuerda que, al hablar de la oración, en Jesús se da primero la práctica y después la teoría: «Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar"...» (Lc 11,1-13).

Lucas recuerda que en Jesús se da primero la práctica y después la teoría. Los discípulos le piden que, igual que Juan enseñó a orar a sus seguidores de una forma concreta, Jesús les enseñe a orar «como él» hacía. 

Los discípulos de Juan oraban y ayunaban pidiendo a Dios la llegada de su Reino. La predicación inicial de Jesús coincidía con la de Juan: «Arrepentíos porque el Reino de Dios está cerca». Quizás la oración de los discípulos de Juan y la de los discípulos de Jesús fuera igual al principio; pero, con el pasar del tiempo, los discípulos de Jesús han descubierto en él una manera peculiar de relacionarse con Dios y quieren aprender el estilo propio de su maestro. Por eso le piden que les enseñe.

Entonces, Jesús les regala el Padre nuestro y una preciosa catequesis sobre la confianza en Dios, que ama a los hombres, que se ocupa de ellos con interés, que escucha sus plegarias. Lo ilustra con algunos ejemplos, que vemos a continuación.

En primer lugar, el del hombre que se presenta a media noche en casa de su amigo para pedir unos panes e insiste hasta que consigue lo que necesita. Esta parábola no tiene paralelismo en los otros evangelistas. Solo la recoge Lucas en esta catequesis sobre la bondad de la oración. En ella invita a orar con insistencia y confianza. 

Tomada al pie de la letra, de una manera superficial, podría dar la impresión de que molestamos a Dios con nuestras oraciones. En realidad, dice todo lo contrario: no tenemos que cansarnos de orar, aunque no veamos los resultados inmediatamente. Este problema con el modo de hablar de Jesús (y de toda la Biblia) está presente en muchos textos, cuando queremos interpretarlos con nuestras categorías occidentales contemporáneas, olvidando que estos textos fueron escritos por orientales hace muchos siglos.

Más tarde, Jesús añade un nuevo ejemplo, hablando del hijo que pide a su padre un pan o un pez o un huevo, sabiendo que no recibirá en su lugar una piedra o una serpiente o un escorpión. Jesús enseña que podemos solicitar a Dios lo necesario, como un niño que pide a su padre la comida. Nuestra confianza en él tiene que abarcar todos los ámbitos, también los de la alimentación y las otras necesidades básicas. De todas formas, Jesús ya ha dicho antes que el don de Dios supera las peticiones y expectativas de los hombres, ya que está dispuesto a darnos su propio Espíritu; es decir, a sí mismo.

Entre medias, Jesús invita a pedir, buscar y llamar, con insistencia y perseverancia. El cristiano nunca puede sentirse satisfecho con lo que ya posee o conoce. Siempre tiene que estar pidiendo a Dios, buscando su rostro y su voluntad, llamando a su puerta. 

Santa Teresa de Jesús habla de una «determinada determinación» de perseverar en el camino de la oración, una vez iniciado, sin echarse atrás por las dificultades o contradicciones que puedan surgir. Por su parte, san Juan de la Cruz nos invita a desembarazarnos de todo lo que poseemos y conocemos, sin dejar de caminar nunca, hasta que lleguemos a la plena unión transformante con el Amado. Para ello, no hay que detenerse con los pasatiempos ni hay que asustarse ante las dificultades. Hay que mirar fijamente a la meta de la oración, que es la unión con Cristo, y perseverar hasta conseguirla: 

«Por cuanto el deseo con que el alma busca a su Amado es verdadero y su amor grande, no quiere dejar de hacer alguna diligencia de las que de su parte puede; porque al alma que de veras ama a Dios no le da pereza de hacer cuanto puede por hallar al Hijo de Dios, su Amado, […] y para esto no ha de admitir deleites ni regalos algunos, ni bastarán a detenerla e impedirla en este camino todas las fuerzas y asechanzas de los tres enemigos del alma, que son mundo, demonio y carne» (C 3,1).

Jesús afirma que es Dios mismo el que da al que pide y abre al que llama. Literalmente, el texto dice: «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá». El verbo «encontraréis» está en activo, lo que significa que «nosotros» terminaremos encontrando si perseveramos en la búsqueda. Pero «se os dará» y «se os abrirá» están en pasivo. Es una manera de expresión muy común en la Biblia, llamada «pasivo teológico», que indica siempre que Dios hará algo, pero a él no se le nombra por respeto al Nombre divino, que se consideraba impronunciable. Así que si pedimos y llamamos, «Dios» nos dará y nos abrirá. 

Es importante saber qué vamos a pedir y dónde vamos a llamar. El Padre conoce lo que necesitamos antes de que se lo digamos, pero es necesario que nosotros tomemos conciencia de nuestras necesidades más profundas; aquellas que nosotros no podemos satisfacer ni tampoco nuestro mundo y que se resumen en el don del «Espíritu Santo», que debe ser el objeto último de nuestra súplica: «Cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan». 

En el evangelio de Lucas queda claro que necesitamos orar con insistencia confiada. La invitación a perseverar, a «no cansarse nunca», a no desanimarse, se repite varias veces: «Tened ceñida la cintura y las lámparas encendidas» (Lc 12,35), «les dijo una parábola para inculcarles que era necesario orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18,1). 

Hoy que tanto se habla del aparente silencio de Dios, esta invitación es más actual que nunca. Pedimos sin ver los frutos, buscamos en la oscuridad de la noche, llamamos a una puerta que parece cerrada. En este caso, nuestra oración tiene que ser más intrépida e insistente, conscientes de que no dejará de cumplirse lo que dice la Escritura: «Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha» (Sal 34 [33],7).

Tomado de mi libro La alegría de Orar. El Padre nuestro explicado con palabras sencillas, editorial Monte Carmelo, Burgos 2018, ISBN: 978-84-8353-912-5, páginas 125-128. Tienen información sobre el mismo en la página de la editorial, que pueden consultar en este enlace.

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