La Biblia no es un libro de geografía, de historia ni de literatura –aunque contenga datos geográficos e históricos y use de figuras literarias–, sino un libro de fe, escrito por creyentes y para creyentes. Su fin último es confesar la fe de los escritores y hacer brotar la fe en los lectores, tal como recuerda san Juan en su evangelio: «Jesús hizo muchos más signos de los que han sido recogidos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengáis vida en él» (Jn 20,30-31). Esta es también la misión última de la Iglesia: suscitar y fortalecer la fe para que los creyentes alcancen la salvación (en esta vida y en la eterna). Y el modelo tiene que ser siempre la actividad de Jesús.
El contexto social, cultural y económico de cada comunidad cristiana condiciona su vida y también su labor pastoral, haciendo que se pongan los acentos en una u otra realidad. La Iglesia debe conjugar una doble fidelidad: a Dios y al hombre real, con sus preocupaciones y alegrías concretas, tal como recuerda el Vaticano II en la «Gaudium et spes».
La Iglesia, para anunciar a Cristo y trabajar al servicio del reino de Dios, además de desarrollar su actividad pastoral en los contextos tradicionales, necesariamente debe hacerse presente en los «areópagos» modernos:
«El mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola, […] el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación, […] el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales que favorecen el diálogo y conducen a nuevos proyectos de vida» (Juan Pablo II, Redemptoris missio, 37).
Íntimamente unidas a la teología pastoral se encuentran la teología de la misión, que se centra en el primer anuncio del evangelio a los no cristianos, y el diálogo interreligioso para trabajar con los creyentes de otras religiones en el cuidado de la creación y en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Los principios fundamentales para la actividad misionera están recogidos en la declaración «Ad gentes» del concilio Vaticano II, que afirma:
«La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. […] Lo que el Señor ha predicado una vez o lo que en él se ha obrado para la salvación del género humano hay que proclamarlo y difundirlo hasta los confines de la tierra, de suerte que lo que ha efectuado una vez para la salvación de todos consiga su efecto en la sucesión de los tiempos. […] Todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo, han de fomentar en sí mismos el espíritu verdaderamente católico y consagrar sus fuerzas a la obra de la evangelización. […] Colaboren fraternalmente con otros cristianos, y con los no cristianos, teniendo siempre presente que la edificación de la ciudad terrena se funda en el Señor y a él se dirige».
Los principios fundamentales para el diálogo interreligioso están recogidos en la declaración «Nostra aetate» del concilio Vaticano II, que afirma:
«Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra; y tienen también un fin último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos, hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa, que será iluminada por el resplandor de Dios y en la que los pueblos caminarán bajo su luz» (n. 1).
Entre todos los acuerdos sobre la colaboración interreligiosa para el cuidado de la creación y la promoción de la justicia, destaca el «Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común», firmado en Abu Dabi el año 2019 por la Iglesia Católica y los sunníes de al-Azhar, que comienza así:
«La fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe sostener y amar. Por la fe en Dios, que ha creado el universo, las criaturas y todos los seres humanos –iguales por su misericordia–, el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y todo el universo y ayudando a todas las personas, especialmente a las más necesitadas y pobres».
Texto tomado de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, "Hablar de Dios y del hombre en el siglo XXI. Introducción a la Teología y sus contenidos", editorial Monte Carmelo, Burgos 2019, páginas 183-186.
Guardo entre todo:
ResponderEliminarLa Biblia es un libro de Fe escrito por creyentes y para creyentes.
Dicho por usted Padre Eduardo.