Nos pide que seamos constructores de paz y que anunciemos la buena noticia, pero sin demasiados programas ni seguridades (ni bolsa, ni alforjas, ni sandalias). Incluso nos advierte de que puede ser peligroso, ya que nos envía como corderos en medio de los lobos.
En realidad, nos pide que nos parezcamos a él, que vive confiando siempre en el Padre, y que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, manso incluso en el momento de su muerte, "como cordero llevado al matadero".
En la segunda lectura, san Pablo, que es el modelo de los que se consagran por entero a la evangelización, dice que está marcado por las heridas de Cristo en su pasión y que se gloría de poder participar de su cruz... ¡casi nada!
Menos mal que en la primera lectura leemos que, en el momento oportuno, nos inundará la verdadera alegría, Dios mismo nos consolará como una madre hace con sus hijos pequeños y nos acariciará, secando las lágrimas de nuestros ojos. Y eso no solo en la vida eterna, sino que a veces podemos experimentarlo ya en esta vida, como un anticipo y pregustación de lo que nos espera.
Que las caricias del Señor nos den fortaleza para ponernos en camino sin miedos, mirando siempre hacia delante, confiando en la misericordia del Señor, que sobrepasa nuestros entendimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario