Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 22 de julio de 2025

La teología sistemática


Después de haber hablado en otras entradas de la teología en general y de la teología fundamental, bíblica y patrística en particular, hablemos hoy de la teología sistemática o dogmática.

La teología sistemática intenta realizar una reflexión ordenada sobre la dogmática cristiana. Algunos pueden asustarse con este nombre, porque hoy «dogmático» suena a impositivo, cerrado al diálogo. En realidad, los dogmas son las formulaciones de los contenidos de nuestra fe, la presentación que hace la Iglesia de las verdades reveladas por Dios. 

La palabra «dogma» proviene del griego. En el griego clásico, «dokein moi» puede significar ‘yo opino’, ‘me parece’, pero también, con más propiedad, ‘he llegado a la conclusión’, ‘estoy convencido de algo después de estudiarlo con detenimiento’. Al mismo tiempo, puede referirse a una sentencia jurídica o a un decreto válidamente emitido por la autoridad competente. 

El Nuevo Testamento recoge la palabra con el segundo sentido en varias ocasiones: «Salió un edicto (dogma) de César ordenando que se empadronase todo el pueblo» (Lc 2,1); «El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido (verbo edoksen, del que deriva el sustantivo “dogma”)» (Hch 15,28); «Al pasar por las ciudades, comunicaban las decisiones (dogmas) de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén para que las observasen» (Hch 16,4). Etc.

El dogma es una verdad radical, que pertenece al depósito de la revelación, ya que viene de Jesús y de los apóstoles, aunque haya sido formulado más tarde, con unos términos en los que siempre se puede profundizar para comprenderlos mejor. 

No solo hay dogmas religiosos, sino que todas las ramas del saber tienen sus principios firmes, a los que se ha llegado con esfuerzo y sobre los que se construyen las nuevas investigaciones. Alguien que quiere estudiar matemáticas tiene que aceptar que dos más dos son cuatro; no puede decir que “a mí me parece que son cinco” o que “mejor consideremos que son tres y medio”. Lo mismo sucede en las otras ramas del saber.

Ya hemos tenido ocasión de afirmar que, en principio, el cristianismo no es un conjunto de dogmas: el cristianismo, ante todo, es Cristo, su mensaje y su obra salvadora a favor de los hombres. Esto es cierto, pero la teología, que es la reflexión sobre los contenidos de la fe cristiana, sí que estudia y expone los dogmas, las verdades que hay que creer, que provienen de la revelación y que la Iglesia propone como tales. Los dogmas no son fruto del capricho de los hombres, sino que surgen del esfuerzo de la Iglesia por defender y profundizar en aquello en lo que ya cree desde sus orígenes como verdad revelada. 

Veamos un ejemplo: la Iglesia siempre ha creído que Jesucristo es el Hijo de Dios, que existía desde siempre, que se encarnó en el tiempo y que vive inmortal y glorioso después de la resurrección. Cuando algunos herejes negaron estas verdades o intentaron explicarlas de manera distinta a como lo entendía la Iglesia, esta definió como dogma de fe que Jesucristo es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, una sola persona con dos naturalezas inconfusas, inmutables, indivisibles e inseparables (cf. concilio de Calcedonia, año 451). 

Estas verdades de fe, una vez que han sido formuladas como dogmas, han de ser aceptadas por todos los creyentes y no pueden ser cambiadas, aunque siempre se puede profundizar en ellas, se pueden clarificar o explicar con palabras nuevas, más inteligibles. Esta es la función de la teología sistemática.

Aunque nuestra sociedad insista en que es imposible conocer la verdad y en que todo es relativo, nosotros sabemos que hay una verdad permanente y eterna, que es Dios mismo. Así, «todo el que busca sinceramente la verdad, busca a Dios, aunque no lo sepa, porque Dios es la verdad» (Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein). 

Él, en su misericordia, ha salido a nuestro encuentro y se ha dejado conocer. Jesús enseñó que solo «la verdad os hará libres» (Jn 8,32) y oró por los creyentes, diciendo: «Padre, santifícalos en la verdad: tu Palabra es la verdad» (Jn 17,17). La Iglesia acoge agradecida la revelación de la verdad y la propone formulada en sus dogmas. El resumen de la fe de la Iglesia (de sus dogmas) se llama credo o símbolo (que, en griego, significa ‘juntar’, ‘reunir’).

Hay cuatro bloques principales de la teología sistemática, de los cuales dependen todas las demás materias que completan los estudios teológicos:

- La CRISTOLOGÍA es la reflexión sobre la persona, la predicación y la obra de Jesús confesado como el Cristo de Dios. Es el principio y cimiento de la teología sistemática o dogmática, ya que solo a partir de lo que Jesús enseñó podemos hablar con sentido sobre Dios y el hombre.

- El tratado sobre Dios reflexiona en el misterio de la SANTÍSIMA TRINIDAD. Sin despreciar lo que las distintas religiones han descubierto sobre la identidad de Dios y sobre su actuar, somos conscientes de que Dios está más allá de todo lo que los hombres pueden decir sobre él. Por eso nos centramos en la revelación de Cristo, que nos enseña que Dios es comunión de personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en la unidad del amor.

- La ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA estudia los orígenes del mundo y del hombre (la creación), así como su realización histórica (el pecado y la gracia) y su destino último (la escatología) a la luz de la revelación de Jesucristo. 

- La ECLESIOLOGÍA trata de la identidad y organización de la Iglesia. De este tratado dependen los estudios sobre la liturgia, los sacramentos, la teología de los ministerios y de los estados de vida, la mariología y el ecumenismo. 

Texto tomado de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, "Hablar de Dios y del hombre en el siglo XXI. Introducción a la Teología y sus contenidos", editorial Monte Carmelo, Burgos 2019, páginas 139-142.

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