Después de haber hablado de la Teología en general y de la Teología Fundamental en particular, hablemos hoy de la Teología sistemática o dogmática.
Esta rama de la Teología intenta realizar una reflexión ordenada sobre la «dogmática» cristiana. Algunos pueden asustarse con el nombre, porque hoy «dogmático» suena a impositivo, cerrado al diálogo. En realidad, los «dogmas» son las formulaciones de los contenidos de nuestra fe, la presentación que hace la Iglesia de las verdades reveladas por Dios.
La palabra «dogma» proviene del verbo griego dokein. En el griego clásico, dokein moi puede significar «yo opino, me parece», pero también, con más propiedad, «he llegado a la conclusión, estoy convencido de algo después de estudiarlo con detenimiento». El «dogma» es una verdad radical, alcanzada con esfuerzo.
No solo hay dogmas religiosos, sino que todas las ramas del saber tienen sus principios firmes e indiscutibles. Alguien que quiere estudiar matemáticas tiene que aceptar que dos más dos son cuatro. No puede decir que a mí me parece que son cinco o que mejor consideremos que son tres y medio. Lo mismo sucede en las otras ramas del saber.
En principio, el cristianismo no es un conjunto de dogmas. El cristianismo, ante todo, es Cristo, su mensaje y su obra salvadora a favor de los hombres.
Pero la teología, que es la reflexión sobre los contenidos de la fe cristiana, sí que estudia y expone los dogmas, que son las verdades que provienen de la revelación y que la Iglesia propone como tales.
Los dogmas no son fruto del capricho de los hombres, sino que surgen del esfuerzo de la Iglesia por defender y profundizar lo que ya cree desde sus orígenes como verdad revelada. Veamos un ejemplo: La Iglesia siempre ha creído que Jesucristo es el Hijo de Dios, que existía desde siempre, que se encarnó en el tiempo y que vive inmortal y glorioso después de la resurrección. Cuando algunos herejes niegan estas verdades o intentan explicarlas de manera distinta a como lo entiende la Iglesia, esta define como dogma de fe que Jesucristo es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, una sola persona con dos naturalezas inconfusas, inmutables, indivisibles e inseparables (cf. Concilio de Calcedonia, año 451).
Estas verdades de fe, una vez que han sido formuladas como dogmas, han de ser aceptadas por todos los creyentes y no pueden ser cambiadas, aunque siempre se pueden profundizar, clarificar o explicar con palabras nuevas, más inteligibles. Esta es la función de la Teología sistemática.
Aunque nuestra sociedad insista en que es imposible conocer la verdad y en que todo es relativo, nosotros sabemos que hay una Verdad permanente y eterna, que es Dios mismo. Así, «Todo el que busca sinceramente la verdad, busca a Dios, aunque no lo sepa, porque Dios es la verdad» (Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein).
Él, en su misericordia, ha salido a nuestro encuentro y se ha dejado conocer. San Pablo recuerda que Dios quiere «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,4) y Jesús enseñó que solo «la verdad os hará libres» (Jn 8,32). Él mismo oró por los creyentes, diciendo: «Padre, santifícalos en la verdad: tu Palabra es la verdad» (Jn 17,17). La Iglesia acoge agradecida la revelación de la verdad y la propone formulada en sus dogmas. El resumen de la fe de la Iglesia (de sus dogmas) se llama credo o símbolo (que, en griego, significa «juntar», «reunir»).
Los principales contenidos de la Teología sistemática o dogmática son cuatro: la Cristología, el tratado de Trinidad, la Antropología Teológica (que estudia la creación del mundo y del hombre, la gracia, el pecado, las virtudes y la escatología o destino último de los seres humanos y del universo) y la Eclesiología (que trata de la identidad de la Iglesia, los sacramentos, la liturgia, la Mariología y la teología de los ministerios, de la vida consagrada y del laicado).
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