Al menos desde hace 3.000 años tenemos documentada la presencia ininterrumpida de santuarios en honor de las divinidades cananeas y fenicias en el Monte Carmelo.
De hecho, en inscripciones egipcias del tiempo de Tutmosis III es denominado Rusa gedes (que significa «cabo sagrado»).
El filósofo sirio Jámblico (Iamblichus), del siglo IV, en su libro Vida de Pitágoras explica que este se retiró a vivir en la soledad del Carmelo antes de su viaje a Egipto. También escribió que el Monte Carmelo era «el más santo de todos los montes, por lo que el acceso está prohibido a la mayoría».
La leyenda sobre la aparición de las geodas en el «jardín de Elías» es muy curiosa. Cuenta la tradición que el profeta subía desde el wadi ‘ain es-Siah a la cima del Carmelo un día de mucho calor. Al pasar junto a un campo de melones, pidió al dueño que le diera uno para mitigar la sed. El propietario, no queriendo compartirlos con Elías, dijo: «No son melones, sino piedras»; a lo que este respondió: «Está bien, que se conviertan en piedras». Por eso, también se conoce la zona como «campo de la maldición».
Desde el siglo III a.C. fue un importante centro de culto en honor de Zeus (en el convento de Stella Maris se conserva un pie de mármol, exvoto a Zeus Carmelus Heliopolitanus).
El historiador romano Tácito afirma que el año 66 d. C. Vespasiano acudió al Carmelo a consultar el oráculo de la montaña (Oraculum Carmeli Dei) antes de emprender su campaña contra Jerusalén. Son muy numerosos los testimonios arqueológicos y bibliográficos sobre la persistencia de cultos paganos en distintos lugares de la montaña.
Dada la presencia multisecular de estos centros de culto pagano, no es extraño que el profeta Elías retara allí a los profetas de los falsos dioses y eligiera esta montaña para afirmar la divinidad de Yhwh, el único Dios verdadero.
Dada la presencia multisecular de estos centros de culto pagano, no es extraño que el profeta Elías retara allí a los profetas de los falsos dioses y eligiera esta montaña para afirmar la divinidad de Yhwh, el único Dios verdadero.
Desde Elías, el Carmelo se convirtió en un punto de referencia para el judaísmo posterior, que veía en él un reclamo perenne a la pureza de la fe y a la práctica sincera de las cláusulas de la Alianza.
La relación entre Elías y el Carmelo es tan fuerte, que los palestinos llaman a la montaña Jebel Mar Elías («montaña de san Elías» en árabe) y numerosos lugares conservan en su nombre referencias al profeta («jardín de Elías», «cueva de Elías», «fuente de Elías», «lugar del sacrificio de Elías», etc.). Incluso unas plantas que crecen en la zona son llamadas «barbas de Elías» y unas piedras redondeadas y huecas, con cristales de cuarzo en su interior (las «geodas»), bastante comunes en la zona, son llamadas «melones de Elías» o «ciruelas de Elías», dependiendo del tamaño.
La leyenda sobre la aparición de las geodas en el «jardín de Elías» es muy curiosa. Cuenta la tradición que el profeta subía desde el wadi ‘ain es-Siah a la cima del Carmelo un día de mucho calor. Al pasar junto a un campo de melones, pidió al dueño que le diera uno para mitigar la sed. El propietario, no queriendo compartirlos con Elías, dijo: «No son melones, sino piedras»; a lo que este respondió: «Está bien, que se conviertan en piedras». Por eso, también se conoce la zona como «campo de la maldición».
Los recuerdos de la historia, las tradiciones y las leyendas locales han unido con tanta fuerza al Monte Carmelo y al profeta Elías, que ya no se pueden separar el uno del otro. En esto son concordes las tradiciones de judíos, cristianos, musulmanes y drusos.
La importancia religiosa de las gestas de Elías en el Carmelo, hizo que el pueblo mirara con especial simpatía todo el monte y lo asoció a significados nuevos, siempre positivos.
La importancia religiosa de las gestas de Elías en el Carmelo, hizo que el pueblo mirara con especial simpatía todo el monte y lo asoció a significados nuevos, siempre positivos.
A esto ayudó también la abundante flora y fauna. En una tierra tan árida, la santa montaña llegó a ser símbolo de hermosura y fertilidad. Su belleza sirve para piropear a la esposa en el Cantar de los Cantares: «Tu cabeza es como el Carmelo, ¡qué hermosa eres!» (Cant 7,6-7), e incluso para cantar la belleza de la Jerusalén futura, a la que se dará la hermosura del Carmelo (cf. Is 35,1ss).
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