Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.
A continuación, el sacerdote, teniendo en alto el pan consagrado, en el que se hace presente el Cuerpo de Cristo, dice: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del Señor». Y todos respondemos, repitiendo las palabras del centurión romano, que maravillaron a Cristo por su humilde y atrevida confianza: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» (Mt 8,8-10).
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