Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 30 de agosto de 2025

Humildad es andar en verdad. Domingo 22 del tiempo ordinario, ciclo c


La primera lectura de este domingo (22º del Tiempo Ordinario, ciclo “c”), tomada del libro del Eclesiástico (Eclo 3,19-31), nos exhorta a proceder con humildad en la vida: «Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios». 

El evangelio (Lc 14,1.7-14) recoge una enseñanza semejante de labios de Jesús, que denuncia nuestra tendencia a buscar el reconocimiento, los primeros puestos y las apariencias de honor. 

Frente a esas actitudes, propone a sus discípulos la lógica de la gratuidad y del servicio. Es la misma actitud que él encarnó en su propia vida: el Hijo del Hombre «se despojó de su rango, pasando por uno de tantos» (Flp 2,7) y «no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28).

Ahora bien, ¿qué significa vivir la humildad? No consiste en despreciarse a uno mismo ni en repetir frases autodestructivas como «no valgo nada» o «soy una basura». Esa falsa humildad no honra a Dios ni ayuda al crecimiento humano. 

Santa Teresa de Jesús lo expresó de manera certera: «La humildad es andar en verdad» (6M 10,7). Es decir, reconocer lo que somos, con sencillez y realismo: lo que tenemos de capacidad, como don recibido de Dios, y lo que tenemos de limitación, aceptándolo sin amargura.

San Juan de la Cruz ilustró esta intuición de manera bellísima, poniéndose ante Cristo con estas palabras:

«No quieras despreciarme,
que si color moreno en mí hallaste
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste» (C 33).

En tiempos antiguos, ser «moreno» significaba pertenecer a una clase social humilde, obligado a trabajar bajo el sol, lo que oscurecía la piel. 

Así aparece, por ejemplo, en el Cantar de los cantares, donde la esposa se lamenta de haber tenido que cuidar los rebaños de sus hermanos, descuidando su propia belleza: «Soy morena, pero hermosa» (Cant 1,5). 

San Juan retoma esta imagen para expresar nuestra pobreza radical ante Dios: todos somos «morenos», pobres, carentes de méritos, necesitados de su misericordia. Pero al mismo tiempo, su mirada de amor nos transforma: Él nos comunica gracia, hermosura y dignidad. 

La humildad, entonces, no es humillarse artificialmente, sino saberse pobre y amado, limitado y agraciado, pequeño y, a la vez, ennoblecido por Dios.

La mística carmelita palestina santa Mariam Bawardy (santa María de Jesús Crucificado) lo resumía con palabras fuertes y paradójicas: «En el infierno se encuentran todas las virtudes menos la humildad; en el paraíso se encuentran todos los defectos menos el orgullo». Con ello nos recuerda que las virtudes practicadas desde el orgullo son estériles y hasta peligrosas: pueden inflar el corazón y alejarnos de Dios. En cambio, incluso con nuestras fragilidades y pecados, si hay humildad, hay lugar para el perdón y para la gracia.

Por eso, la humildad es la puerta de todas las virtudes: nos abre a la acción de Dios, nos libra de la vanidad y nos hace capaces de agradecer, de servir y de amar. La humildad nos coloca en la verdad de lo que somos: criaturas necesitadas de la misericordia de Dios, pero también destinatarias de su ternura.

Que el Señor nos conceda vivir la verdadera humildad: no la que aplasta ni destruye, sino la que nos hace caminar en verdad, con sencillez y confianza, siguiendo al Maestro que se hizo pequeño para levantarnos a nosotros. Amén.

1 comentario:

  1. Muchísimas gracias Padre Eduardo. Me ha gustado mucho esta reflexión. Un saludo. 🙏🙏

    ResponderEliminar