Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 27 de diciembre de 2018

La Palabra se hizo carne (y 3)


Hemos dedicado las dos últimas entradas a analizar la afirmación del prólogo del evangelio según san Juan: «La Palabra se hizo carne».

El evangelista añade que la palabra hecha carne «puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). La palabra usada es eskenosen; la misma que utiliza el Antiguo Testamento para indicar la presencia de Dios en medio del pueblo y la gloria que lo acompañaba (la shekinah). 

Antiguamente, Dios habitaba en la tienda del encuentro y, posteriormente, en el templo de Jerusalén. Con la encarnación, la carne de Jesús es el lugar donde se manifiesta la presencia de Dios entre los hombres, su gloria, su amor salvífico. Dios se ha hecho verdaderamente cercano a los hombres, uno de ellos.

Por último, cuando el evangelio dice que «la palabra se hizo carne» no podemos olvidar que Jesús también afirmó: «El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6,54-55). 

El prólogo de san Juan ya hace referencia al misterioso destino de Jesús, que ha venido para ofrecerse en sacrificio en la cruz y como alimento en la eucaristía. En la encarnación ya están incluidas la cruz y la resurrección, el misterio pascual, del que se nos permite participar sacramentalmente en el banquete eucarístico. 

Como vemos, en el prólogo del evangelio según san Juan se nos ofrece una clave de comprensión de todo su misterio.

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