Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 11 de diciembre de 2025

Infancia y juventud de san Juan de la Cruz (1542-1563)


La infancia de Juan de Yepes (futuro san Juan de la Cruz) estuvo marcada por una pobreza extrema que condicionó su desarrollo físico. Nacido en un entorno social muy desigual, perteneció al grupo de los más desfavorecidos: experimentó la muerte de su padre y de un hermano por hambre, y creció compartiendo incluso la leche materna que su madre, Catalina, daba a otros niños como nodriza para ganar unas monedas. Su baja estatura posterior parece deberse a estas carencias nutricionales de la primera infancia. Desde niño tuvo que emigrar y mendigar antes de acceder a los estudios.

A pesar de los intentos posteriores de la Orden y de genealogistas por ennoblecer su linaje (afirmando que descendía de hidalgos toledanos y ocultando toda sospecha de ascendencia judía o morisca) la realidad histórica apunta a que su familia carecía de prestigio social. Los procesos de beatificación del siglo XVII muestran cómo se intentó construir un origen noble, aunque en el mismo Fontiveros nadie recordaba a sus padres, humildes tejedores que vivían en el arrabal. La documentación local habla simplemente de «Catalina, viuda pobre», lo que confirma la total marginalidad familiar. Esta conciencia de pobreza quedó reflejada en la espiritualidad del santo, que llenó sus escritos de términos como «despojo», «desnudez» o «miseria».

La figura de su madre, «la Catalina», emerge como clave: trabajadora incansable, siempre pobre, sostenida ocasionalmente por limosnas y por la caridad de las carmelitas descalzas de Medina. Su situación social, quizá marcada por un origen morisco, explica el rechazo de la familia del padre y algunos de los prejuicios que más tarde sufriría Juan.

Frente a esta pobreza real, los hagiógrafos del barroco rodearon la infancia del santo de episodios maravillosos (caídas en pozos de las que lo rescata la Virgen, ayunos prodigiosos, revelaciones sobre su futuro religioso), interpretaciones piadosas que deformaban hechos reales. La publicación reciente de los procesos de beatificación y de los primeros testimonios permite hoy distinguir con mayor rigor la historia auténtica de estas elaboraciones devotas.

Su condición de «pobre de solemnidad» le abrió una puerta inesperada: el ingreso en el «Colegio de los doctrinos» de Medina del Campo, donde recibió una educación básica a cambio de servicios como monaguillo, recadero y plañidero en los entierros. Allí aprendió a leer y escribir con notable rapidez. Se formó luego como aprendiz en diversos oficios, experiencia que él mismo evocaría en sus escritos con sus imágenes artesanales sobre el trabajo de la madera y la talla.

Más determinante aún fue su servicio durante siete años en el hospital de la Concepción, dedicado a enfermos de sífilis. Allí cuidó a moribundos, pidió limosna y convivió con el sufrimiento extremo. Esta experiencia nutrió su profunda compasión y su visión ascética sobre los «apetitos» desordenados. La caridad concreta que mostró en su vida religiosa (lavar enfermos, preparar alimentos, acompañar con humor a los melancólicos) proviene claramente de estos años.

Finalmente, gracias a su trabajo en el hospital pudo estudiar humanidades en el colegio jesuita de Medina. Allí entró en contacto con los clásicos, la retórica, el teatro escolar y la literatura italiana, adquiriendo la formación intelectual y literaria que marcaría más tarde su obra poética. A pesar de sus responsabilidades futuras, nunca renegó de sus orígenes humildes y los asumió con naturalidad, incluso en su poesía, orgulloso de su piel «morena» y de la dignidad de los pobres desde donde Dios lo llamó.

Resumen del capítulo cuarto de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, «Luz en la noche del alma. Vida y legado de san Juan de la Cruz». Grupo editorial Fonte, Burgos 2025, páginas 83-96.

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