Tras su fuga de la cárcel toledana, Juan de la Cruz se recuperaba discretamente, mientras la situación de los descalzos se volvía crítica. Tras la muerte del general Rubeo y la destitución de Gracián como visitador, los carmelitas descalzos convocaron precipitadamente un capítulo en octubre de 1578, contra el parecer de Teresa de Jesús, que temía un enfrentamiento frontal con el nuncio y el general de la Orden. Aunque Juan estaba muy debilitado, también fue llamado, pese a las súplicas de la santa para que lo protegieran y cuidaran.
El capítulo eligió provincial a Antonio de Jesús y envió a dos religiosos a Roma para negociar la ansiada independencia. Como uno de ellos era prior del Calvario (en Jaén), se nombró a Juan sustituto temporal, una decisión sorprendente y quizá motivada por recelos internos, pues su reciente heroísmo despertaba admiraciones incómodas. Pero aquel destino, aparentemente marginal, resultó providencial: poco después, el nuncio declaró ilegal el capítulo, invalidó sus acuerdos, excomulgó a los asistentes y sometió a los descalzos a la autoridad de los calzados. Juan, que ya estaba en Andalucía, quedó al margen de las represalias.
Las tensiones duraron poco. A instancias del rey, en abril de 1579 el nuncio levantó las censuras, destituyó al visitador calzado y nombró vicario general a Ángel de Salazar, favorable a los descalzos. Aunque criticó la audacia de algunos de sus líderes, reconoció su vida ejemplar y se inclinó a apoyarlos. Se abría así una etapa nueva para la reforma teresiana y para Juan, que pasaría la siguiente década en Andalucía (el Calvario, Baeza y Granada), viviendo su madurez como formador, acompañante espiritual y escritor.
Tras acompañar la fundación de las carmelitas en Granada, fray Juan se estableció en el «Carmen de los mártires», donde pronto fue nombrado prior. Durante seis años desplegó una actividad impresionante: impulsó la construcción del convento, trazó un acueducto para abastecer sus huertas y organizó los espacios de retiro y trabajo. Incluso plantó un ciprés (el árbol de origen americano más antiguo en Europa), que aún se conserva en los jardines.
Su vida combinó la labor manual con una intensa actividad pastoral y epistolar. Atendía a las carmelitas, dirigía a numerosas personas y escribía cartas llenas de delicadeza espiritual, animando a superar escrúpulos, miedos y dependencias afectivas, invitando siempre a la libertad interior.
A la muerte del vicario de Andalucía, Gracián lo nombró para este cargo, lo que multiplicó sus responsabilidades: resolver conflictos, fundar nuevos conventos, visitar comunidades y organizar la formación. Su talante conciliador ayudó a sanar heridas abiertas por los conflictos recientes. En los capítulos provinciales defendió la rotación de los cargos para evitar abusos de poder, aunque no logró que se adoptara esta medida.
Entre viajes interminables (más de 27.000 km en burro o a pie) participó en capítulos, promovió fundaciones en España y en ultramar y apoyó las gestiones para obtener del papa el cambio al rito romano, paso decisivo en la consolidación de los descalzos.
En medio de esta agitación, escribió sus grandes obras: Subida, Noche, Cántico y Llama. En Granada vivió también momentos de profunda ternura espiritual, especialmente en las celebraciones con las monjas.
Mientras fray Juan ensanchaba horizontes, alrededor comenzaban a gestarse tensiones: Gracián fue juzgado y castigado, y la figura de Doria, cada vez más autoritaria, empezaría a oscurecer el futuro del Carmelo descalzo.
Resumen del capítulo sexto de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, «Luz en la noche del alma. Vida y legado de san Juan de la Cruz». Grupo editorial Fonte, Burgos 2025, páginas 131-156.

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