Para que nuestra lectura de san Juan de la Cruz dé fruto, no podemos ignorar su modo particular de escribir. Exceptuando algunos capítulos de Subida y Noche, no nos encontramos ante una exposición doctrinal sistemática, sino poética-simbólica. Incluso en varias ocasiones que propone esquemas escolásticos para la comprensión de algún tratado, no los tiene en cuenta en el desarrollo.
Usando un lenguaje misterioso, el Santo trasmite algo de su encuentro con el Amor. Al hablarnos de una «noche más clara que la luz del mediodía», de «la música callada, la soledad sonora», etc., fuerza las palabras y las enriquece con nuevos matices. Al inicio y al final de Llama recuerda que las palabras ordinarias no sirven para acercarnos al misterio de Dios (cf. Prol 1; Ll 4,17). Sin embargo, él hace el esfuerzo de contar lo que siente y entiende con el lenguaje menos impropio, por medio de «figuras, comparaciones y semejanzas», que es la manera que usa Dios para hablarnos en «la Escritura divina, donde, no pudiendo el Espíritu santo dar a entender la abundancia de su sentido por términos vulgares y usados, habla misterios en extrañas figuras y semejanzas» (C prol 1).
Él sabe que con su discurso no agota los contenidos de la experiencia mística: «no se podrán declarar al justo, ni mi intento será tal, sino solo dar alguna luz general» (C prol 2). Porque es consciente de las limitaciones de nuestro lenguaje, invita a «echar de ver cuán bajos y cortos y en alguna manera impropios son todos los términos y vocablos con que en esta vida se trata de las cosas divinas» (2N 17,6).
Los testigos de los procesos de canonización insisten en que cantaba sus poesías. Y desde el principio se cantaron en los conventos. Canta el misterio de Dios, siempre más allá de todo lo que podemos conocer: «Entréme donde no supe / y quedéme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo» y canta al gozo de conocer a Dios por fe: «Que bien sé yo la fonte que mana y corre, / aunque es de noche». Canta la posibilidad de encontrar a Dios: «Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance» y canta su deseo de verle cara a cara: «Vivo sin vivir en mí / y de tal manera espero / que muero porque no muero». Canta las verdades de la fe: toda la historia de la salvación desde: «En el principio moraba / el Verbo y en Dios vivía» hasta «muerto se ha quedado... el pecho del amor muy lastimado», y canta su vivencia personal de estos misterios: «Debajo del manzano, / allí conmigo fuiste desposada, / allí te di la mano / y fuiste reparada / donde tu madre fuera violada». Con la poesía y el canto consigue trasmitir un mensaje doctrinal y espiritual para el que no sirven los medios de comunicación ordinarios, porque la fe se narra, no se demuestra.
A los poemas que escribió en la cárcel, añade sentencias, cautelas y avisos destinados a personas que se dirigen con él o le piden consejo. Posteriormente rehizo sus poesías y escribió los comentarios a los grandes poemas, en estrecha relación y dependencia con ellos, a su servicio, recogiendo las explicaciones que ya había dado verbalmente a quienes convivían con él. Comentarios escritos, también, con un lenguaje poético. Cada página está poblada de niños, mariposillas, ciegos, víboras, personajes bíblicos, imágenes de la mitología, de la filosofía, de la cultura de la época. Al hacerlo no le mueve un simple interés estético, sino mistagógico. Con la belleza de la forma y la extrañeza de los símbolos, despierta nuestra atención y nos invita a hacer experiencia directa de lo que él anuncia.
Si queremos conocer el alcance que Juan de la Cruz da a sus símbolos, la profundidad de sus poesías, hemos de leer sus comentarios o «declaraciones». Pero si hacemos caso de sus repetidas advertencias, no podemos pararnos en ellos; hemos de volver a sus versos y hacer nuestra interpretación. La del Santo nos ayuda, nos prepara, pero no nos dispensa de la personal. Si no la hacemos, privamos a la obra de su potencial interpelante: «No pienso yo ahora declarar toda la anchura y copia de estas canciones, ni mi intento será tal, sino solo dar alguna luz general, porque los dichos de amores, es mejor dejarlos en su anchura, para que cada uno se aproveche de ellos según su modo y caudal de espíritu, que abreviarlos a un sentido a que no se acomode todo paladar. Y así, aunque de alguna manera se declaran, no hay para qué atarse a la declaración» (C Prol, 1.2).
Que la lectura de las obras de san juan de la Cruz despierte en nosotros el deseo de vivir su experiencia de encuentro con Cristo y de transformación en él. Amén.
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