Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 2 de diciembre de 2025

Adviento: el Señor viene, siempre está viniendo


Hemos comenzado un nuevo Adviento, tiempo de deseos y esperanza, tiempo para abrir los ojos y el corazón a aquel que viene a colmar nuestra indigencia, y para prepararle el camino. Anhelamos la llegada del mesías y queremos esforzarnos para recibirlo dignamente.

«La Palabra se hizo carne» (Jn 1,14). Hace más de dos mil años, asumió nuestra naturaleza y entró en nuestra historia el Hijo de Dios (el «logos» eterno, la razón y el sentido del universo que buscaban los filósofos griegos, «el amor que mueve al sol y las demás estrellas» en palabras de Dante). EL SEÑOR VINO a salvarnos, a compartir nuestra condición, a iluminar nuestras sombras. Y «a cuantos lo recibieron los convirtió en hijos de Dios» (Jn 1,12). Nada más grande ha acontecido jamás en el mundo.

«Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación» (Lc 21,36). En el momento oportuno, el Señor volverá con poder y gloria para llevar a plenitud su obra de salvación, iniciada en Belén y consumada en la Pascua. Creemos que EL SEÑOR VENDRÁ «para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin» (tal como confesamos en el Credo). Su venida futura es el horizonte firme que sostiene nuestra esperanza.

«Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20). El Adviento no es solo recuerdo de acontecimientos pasados o anticipación de promesas futuras: es presencia. Jesús es el Adviento permanente: Dios que camina por nuestros senderos, habla en la Iglesia, se reparte en la eucaristía, hace morada en lo más íntimo por la fuerza del Espíritu. En él, el cielo se inclina para tocar la tierra. Nuestro reto es descubrir que EL SEÑOR VIENE, está siempre viniendo, llamando a la puerta de nuestros corazones (cf. Ap 3,20). Hemos de reconocer con humildad que en nuestras vidas hay demasiadas puertas cerradas. Es tiempo de abrirlas.

María, doncella de Nazaret y madre del Adviento, nos precede y acompaña. Que su oración sea la nuestra: «Hágase en mí tu voluntad» (Lc 1,38). Que ella nos ayude a recibir con corazón puro al Dios que está cerca, que ya viene a nuestra casa, a nuestro barrio, a nuestra vida. Porque allí, en lo pequeño y cotidiano, él nos espera.

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