Quizás el rasgo más característico de la personalidad de nuestro santo sea su reserva a la hora de hablar de sí mismo. A diferencia de santa Teresa, que escribió una autobiografía y ofreció numerosos datos de sus viajes y relaciones humanas en el libro de las "Fundaciones", san Juan siempre se mostró reacio a escribir e incluso a hablar en primera persona de sus vivencias íntimas.
Su actitud se explica en parte por su timidez y también porque daba gran importancia a la enseñanza del Señor, que cita en varias ocasiones: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos. […] Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6,1-3).
De hecho, en sus escritos afirma: «Amas tú, Señor, la discreción, amas la luz, amas el amor sobre las demás operaciones del alma» (D prólogo). Lo que él vivía, también lo aconsejaba a los demás: «Ama no ser conocida de ti ni de los otros» (D 134); «Calle lo que Dios le diere y acuérdese de aquel dicho de la Escritura: “Mi secreto es para mí”» (D 152).
Como ya hemos indicado, tras su muerte se escribieron varias hagiografías con el propósito de proponerlo como modelo para los frailes carmelitas. En ellas se subrayaban su ascetismo, sus numerosos milagros y otros fenómenos extraordinarios. Responden más al género ejemplarizante que a la moderna crítica histórica. El historiador Teófanes Egido puso en duda su valor histórico y en algunas ocasiones nombró a fray Juan «el santo sin biografía», advirtiendo:
"Pocos santos dispondrán de hagiografías de calidad como estas, elaboradas, además, en tiempos no excesivamente lejanos a los que vivió el hagiografiado. No obstante, para su correcta lectura, no hay que perder de vista algo elemental: las preocupaciones, las finalidades, es decir, el modelo arquetípico de la primera parte del siglo XVII no se corresponde con los métodos y las exigencias historiográficos de nuestros días. […] Propiamente hablando, aquellas obras de arte estaban más cercanas a lo que conocemos como novela que a las rigurosas historias posteriores a la crítica ilustrada, al contraste positivista del siglo XIX. No es que se mintiera; es que no interesaba tanto la «verdad» histórica cuanto ensalzar al venerable y estimular su pronta beatificación, aunque fuese con dosis considerables de imaginación" (Egido, Aproximación a la biografía, 356-357).
Es importante recordar lo que ya hemos indicado en la introducción: desde 1991 (cuarto centenario de su muerte) los avances historiográficos han sido notables. Hoy disponemos de una documentación mucho más amplia: documentos oficiales, actas de gobierno, testimonios de contemporáneos, cinco gruesos volúmenes con los procesos de beatificación y canonización (los testigos no se conocían entre sí, ya que los tribunales se establecieron en lugares tan distantes como Segovia, Ávila, Jaén, Granada…, presididos en cada caso por tribunales distintos) y estudios sobre sus orígenes familiares, formación académica, destinos, etc. Gracias a ello, podemos interpretar sus actitudes y vivencias con una luz que los biógrafos anteriores no tenían.
Detengámonos en algunos datos y fechas fundamentales para situarlo correctamente. Juan de Yepes nació en Fontiveros (Ávila) en 1542 y murió en Úbeda (Jaén) en 1591, de modo que su vida transcurrió en pleno siglo de oro español. Le tocó vivir una época de profundas inquietudes religiosas (tal como hemos visto) y de fuertes contrastes socioeconómicos.
Ya hemos comentado que en los dominios del emperador Felipe II nunca se ponía el sol, porque tenía posesiones en los cuatro continentes conocidos. Los barcos cargados de oro, plata y productos de lujo llegaban a España provenientes de «las Indias», tanto las orientales (India, China, Filipinas) como las occidentales (las Américas).
Al mismo tiempo, la miseria se extendía entre los grupos más débiles y desfavorecidos, porque numerosos varones estaban enrolados en los ejércitos imperiales o habían emigrado a América, y muchas tierras dejaron de cultivarse por falta de braceros. Debido a la mala gestión de la economía, se disparó la inflación y los precios se multiplicaron.
Por estas causas, se sucedieron las revueltas populares, que protestaban contra la sangría de hombres y dinero que se necesitaban para mantener los ejércitos que participaban en las conquistas americanas, en los enfrentamientos con Francia e Inglaterra, en las guerras de religión en Alemania y en las luchas para defender Europa del imperio turco otomano.
Comprender este trasfondo de contrastes ‒entre la opulencia del imperio y la pobreza de los desfavorecidos‒ es importante para comprender la existencia de san Juan de la Cruz, así como para apreciar la radicalidad y la profundidad de su propuesta espiritual.
Tomado de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, «Luz en la noche del alma. Vida y legado de san Juan de la Cruz». Grupo editorial Fonte, Burgos 2025, páginas 79-81. Es la introducción de la segunda parte del libro, titulada "Notas biográficas".

Como cada época tiene su dificultad lo mejor es destacar todo lo "bueno" que nos aporta.
ResponderEliminarLa figura de San Juan de la Cruz viene a llenarnos de confianza en Dios y poco a poco imitamos algo de las virtudes que lo caracterizaban. Nada facil.
Gracias mil.