La devoción a la Virgen María es tan antigua como el cristianismo. En los escritos y oraciones de la Iglesia primitiva siempre se habla de ella en referencia a Cristo, presentándola como modelo de los creyentes que acogen la gracia de Dios en sus vidas y permiten que las transforme. Esto no significa que se celebraran fiestas en su honor, ya que durante los siglos de persecuciones los cristianos solo celebraban la fiesta semanal del domingo y, posteriormente, la fiesta anual de la Pascua.
Desde el Concilio de Éfeso (año 431) comenzó a celebrarse también una fiesta anual en honor de la Madre de Dios. En Roma se estableció el 1 de enero y tomó el nombre de "Natale Santae Mariae". La liturgia bizantina le dedica una sinapsis el 26 de diciembre, el rito copto el 16 de enero y la liturgia Mozárabe el 18 de diciembre. En fechas cercanas encontramos celebraciones similares en las otras liturgias antiguas.
Con el tiempo, se introdujeron otras fiestas en honor de la Virgen María en el calendario y la de su maternidad divina terminó por desaparecer, aunque la liturgia del 1 de enero conservó numerosas referencias a María en sus textos.
El papa Pío XI la restauró en 1931, para celebrar el 1500 aniversario del concilio de Éfeso. Como el concilio se clausuró el 11 de octubre, mandó celebrarla en esa fecha. Finalmente, Pablo VI, regresando a las tradiciones más antiguas, consagró el final de la Octava de Navidad a María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia.
Los textos de la liturgia de las horas del día explican el contenido de la fiesta. Por un lado, la revelación de la identidad del Hijo de María, que es también Hijo de Dios. Por otro, a partir de algunas citas del Antiguo Testamento, un segundo tema: Jesús, naciendo de María, se inserta en la historia de Israel y da cumplimiento a las promesas de los profetas: «Ha brotado un renuevo del tronco de Jesé, ha salido una estrella de la casa de Jacob: la Virgen ha dado a luz al salvador».
Pablo VI decretó en 1967 que en esta fecha se celebre la jornada mundial de la paz. La justificación es que celebramos al que Isaías anunció como «Príncipe de la paz», en cuyo reino «la paz no tendrá fin» (Is 9,5-6). Los ángeles también anunciaron en su nacimiento la «paz a la tierra» (Lc 2,14). Los cristianos recibimos la paz de Cristo y tenemos que ser instrumentos de su paz.
Los textos de la liturgia de las horas del día explican el contenido de la fiesta. Por un lado, la revelación de la identidad del Hijo de María, que es también Hijo de Dios. Por otro, a partir de algunas citas del Antiguo Testamento, un segundo tema: Jesús, naciendo de María, se inserta en la historia de Israel y da cumplimiento a las promesas de los profetas: «Ha brotado un renuevo del tronco de Jesé, ha salido una estrella de la casa de Jacob: la Virgen ha dado a luz al salvador».
Pablo VI decretó en 1967 que en esta fecha se celebre la jornada mundial de la paz. La justificación es que celebramos al que Isaías anunció como «Príncipe de la paz», en cuyo reino «la paz no tendrá fin» (Is 9,5-6). Los ángeles también anunciaron en su nacimiento la «paz a la tierra» (Lc 2,14). Los cristianos recibimos la paz de Cristo y tenemos que ser instrumentos de su paz.
Lucero del alba,
luz de mi alma,
santa María.
Ha brotado un renuevo del tronco de Jesé, ha salido una estrella de la casa de Jacob: la Virgen ha dado a luz al Salvador. Te alabamos, Dios nuestro.
Virgen y Madre,
hija del Padre,
santa María.
Mirad, María nos ha engendrado al Salvador, ante quien Juan exclamó: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Aleluya.
Flor del Espíritu,
Madre del Hijo,
santa María.
La Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha visto nunca, ni se verá de nuevo.
Amor maternal
del Cristo total,
santa María.
Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
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