Este capítulo examina el ambiente reformista que precede y acompaña a san Juan de la Cruz, situando su obra en el amplio movimiento de renovación eclesial de los siglos XV y XVI. Frente a la idea extendida (especialmente en ámbitos protestantes) de que la reforma es un patrimonio exclusivo del protestantismo, se recuerda que la tradición católica había insistido siempre en la necesidad de una reforma continua. Los concilios de Constanza y el V de Letrán ya reclamaban una renovación «en la fe y las costumbres», aunque el vocabulario histórico posterior (“Reforma” y “Contrarreforma”) oscureció la complejidad del proceso.
Desde la Edad Media, la Iglesia católica conoció diversos esfuerzos reformadores, como la reforma carolingia y la gregoriana. En España, la reforma tenía un largo recorrido cuando Lutero publicó sus tesis en 1517: más de un siglo de iniciativas pastorales, espirituales y disciplinarias había transformado la vida religiosa peninsular. La historiografía reciente invita a superar la visión simplista de “contrarreforma” como mera reacción frente al protestantismo.
El capítulo explica también el concepto católico de Tradición: no un inmovilismo ritual o estético, sino la transmisión viva del evangelio recibido de los apóstoles. El Catecismo distingue entre la “Tradición” (con mayúscula), que pertenece al núcleo de la fe, y las “tradiciones” culturales o devocionales, variables según épocas y lugares. La revelación en Cristo es definitiva, pero su comprensión crece sin cesar: san Juan compara esta riqueza a una “mina” inagotable de tesoros y presenta a Dios como una “fuente que mana y corre”, no como un estanque inmóvil.
A continuación, se describe el contexto espiritual del siglo XVI: la expansión del RECOGIMIENTO, una corriente heredera de la "devotio moderna", apoyada por el cardenal Cisneros y difundida mediante una abundante literatura espiritual. Sus notas principales eran la interioridad, el silencio y la oración afectiva. Autores como Osuna, García de Cisneros, san Ignacio de Loyola o san Pedro de Alcántara influyeron profundamente en la religiosidad española.
De este movimiento surgió una desviación, el ALUMBRADISMO, cuyos miembros afirmaban recibir revelaciones directas de Dios, despreciaban los sacramentos, consideraban innecesarias las buenas obras, y rechazaban la mediación eclesial. La Inquisición reaccionó con dureza, y su condena provocó una purga de libros espirituales, que afectó también a autores ortodoxos, como lamentaba santa Teresa.
El capítulo aborda luego la corriente ascética rigorista, muy extendida en la época, que identificaba la santidad con penitencias extraordinarias. La mentalidad dualista heredada del platonismo, unida a ciertas interpretaciones bíblicas, alimentó prácticas extremas entre seglares y religiosos. Modelos como san Pedro de Alcántara (admirado por Teresa, pero también criticado por sus excesos) ejemplifican este ideal de austeridad radical. Tanto en ambientes católicos como protestantes, la reforma se asociaba espontáneamente a mortificaciones y renuncias.
En contraste, san Juan de la Cruz y santa Teresa, aunque formados en esa espiritualidad, la superan: convierten el recogimiento en un camino de fe pura, orientado a la transformación interior más que a ejercicios metódicos o penitencias corporales. Para ellos, la verdadera renovación cristiana no consiste en multiplicar prácticas, sino en crecer en libertad interior, amor a Dios y al prójimo, y docilidad al Espíritu Santo. Sobre este trasfondo histórico y espiritual, se prepara la comprensión de la obra del santo carmelita.
Resumen del capítulo segundo de mi libro Eduardo Sanz de Miguel, «Luz en la noche del alma. Vida y legado de san Juan de la Cruz». Grupo editorial Fonte, Burgos 2025, páginas 43-61.

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