Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 20 de diciembre de 2025

"Introito" con música gregoriana para el domingo cuarto de Adviento


El cuarto domingo de Adviento nos sitúa en el umbral inmediato de la Navidad. Tras la elevación confiada del alma (“Ad te levavi”, domingo primero), el anuncio solemne de la venida del Señor (“Populus Sion”, domingo segundo) y la alegría serena de su cercanía (“Gaudete”, domingo tercero), la liturgia da ahora voz a una súplica intensa y concentrada. El introito “Rorate caeli” recoge toda la tensión espiritual del Adviento y la transforma en clamor: la Iglesia no solo espera, implora.

El texto procede íntegramente del profeta Isaías (Is 45,8), al que se añade un versículo del salmo 19 [18]. A diferencia de otros introitos de este tiempo, aquí no hay centonizaciones ni adaptaciones litúrgicas: la Iglesia canta el texto bíblico tal como aparece en la Vulgata. Sin embargo, esta fidelidad literal está ya cargada de interpretación cristológica. Al traducir el hebreo, san Jerónimo sustituyó “la justicia” por “el Justo”, y “la salvación” por “el Salvador”. La promesa deja de ser abstracta: la justicia y la salvación se concentran en una persona. El clamor del profeta se convierte así en súplica dirigida a Cristo, el Justo que desciende del cielo y el Salvador que brota de la tierra.

El simbolismo del texto es de una densidad extraordinaria: el cielo que destila, las nubes que derraman, la tierra que se abre y germina. Toda la creación participa en el misterio que está a punto de cumplirse. El Adviento alcanza aquí su punto máximo: el universo entero es convocado para la venida del Salvador.

La música gregoriana traduce este simbolismo con una arquitectura sonora de gran fuerza expresiva. Ya desde el inicio, el imperativo “Rorate” se proclama mediante una fórmula característica del primer modo (protus auténtico). No se trata de un simple acento, sino de un verdadero gesto retórico que fija el centro espiritual de toda la pieza. Frente al “Gaudete” del domingo anterior (imperativo dirigido a los fieles), el “Rorate” es un mandato dirigido al cielo, un clamor apremiante. La espera se ha vuelto ardiente.

La línea melódica refuerza constantemente el sentido del texto. “Desuper” (“de lo alto”) se eleva hacia las tesituras agudas, mientras que “pluant iustum” desciende en una auténtica “lluvia” de notas, imagen sonora del don que baja del cielo. En contraste, “aperiatur terra” se apoya en la región grave del ámbito melódico: la tierra que se abre se expresa como profundidad receptiva. Cielo y tierra se encuentran así no solo en el texto, sino en el movimiento mismo de la melodía.

El versículo del salmo (“Caeli enarrant gloriam Dei”) introduce un momento de contemplación. Después de la súplica, la creación canta la gloria de Dios. Musicalmente, esta sección ofrece un respiro luminoso, casi una anticipación del cumplimiento de la promesa: la creación que proclama la gloria es la misma que está a punto de acoger al Salvador.

Este introito culmina el camino del Adviento. La antigua monodia gregoriana, con su sobriedad y profundidad, concentra aquí toda la expectación de la Iglesia: el tiempo de la promesa se ha agotado, la espera se ha convertido en oración urgente. El canto se hace voz de la Esposa que clama por la venida del Esposo, y prepara el silencio lleno de luz en el que resonará, en la noche de Navidad, la Palabra hecha carne.

Roráte cæli désuper, et nubes pluant justum; aperiátur terra, et gérminet Salvatórem.

Cæli enárrant glóriam Dei, et ópera mánuum ejus annúntiat firmaméntum.

Roráte...

Destilad, cielos, como rocío de lo alto y derramad, nubes, al Justo; ábrase la tierra y produzca al Salvador.

Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento.

Destilad... (Isaías 45,8 / Salmo 18,1).

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