Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 16 de diciembre de 2020

Jornaditas de Belén (texto del siglo XVII)


Durante siglos, en los días previos a la Navidad se representaban “entremeses” y “autos sacramentales” (escenificaciones de pasajes bíblicos, especialmente de los acontecimientos relativos a los misterios de la encarnación y de la natividad) y “pastorelas” (cantos de los pastores en su camino hacia el portal de Belén, acompañados por instrumentos tradicionales). 

“Las posadas” se siguen celebrando en muchos lugares, tanto de España como de América latina. Se organiza una procesión con las imágenes de la Virgen y S. José o con unos niños convenientemente vestidos para representarlos, y se va de casa en casa pidiendo posada para que María pueda dar a luz. En otros casos se lleva en procesión una imagen del Niño Jesús. Se acompaña del rezo del rosario, cantos sencillos e ingenuos y reparto de dulces entre los niños. En México es normal terminar rompiendo la “piñata” y compartiendo dulces y chocolate, mientras se cantan villancicos.

En algunos lugares de Andalucía se conserva la costumbre de celebrar las “jornaditas” en recuerdo de los 9 meses de embarazo de la Virgen y de las 9 jornadas de camino que realizaron María y José desde Nazaret a Belén. Cada día se preparan imágenes de María y de José caminando, sentados junto a un pozo o pidiendo alojamiento. Junto a ellas se entonan las letanías de la Virgen, “coplas del Niño” y “cantos de campanilleros”, entre otros. El texto que recojo a continuación es del siglo XVII y las fotos que lo acompañan corresponden a los montajes que realizan cada día de la novena en Castilleja de la Cuesta (Sevilla).


PRIMERA JORNADA. Esta es la primera jornada, y es en el Monte Tabor, donde obró el divino Niño el misterio de la transfiguración en su crecida edad, manifestando su gloria. Aquí contemplarás la humildad con que emprendió su viaje nuestra purísima Reina, no llevando otra cosa que un poco de pan y fruta para tan dilatadas jornadas, caminando por aquellos montones de nieve, en un pobre y humilde jumento. Y al santísimo esposo hecho paje de estribo de la Reina Madre llevando en sus hombros el fardito de ropa, y ajuar del divino Niño, guiando el jumento por las veredas más suaves. Contempla también cómo, llegando a aquel alto monte, le formó el santo José entre las ramas un pabellón con su humilde capa, para resistir los aires fríos del riguroso invierno. Mira, también, al divino Niño, en aquel virginal tálamo, donde teniendo muy presente el misterio de la transfiguración, miraba los pocos que le habían de seguir por las sendas del camino de la cruz, para llegar a la posada eterna de la gloria. Los muchos que habían de perderse en la peregrinación y viaje a la eternidad, por el camino ancho de la perdición; y mira qué camino llevas para llegar al alto monte de la gloria; y pídeles a nuestros peregrinos sagrados que te admitan en su compañía, para llegar con seguridad al Belén de la gloria.


SEGUNDA JORNADA. Esta es la segunda jornada, en la ciudad de Naín, donde resucitó el Niño Dios al hijo de la viuda, en su crecida edad. Contempla en esta jornada los trabajos de nuestra Reina y Señora, experimentando las lluvias del cielo y las penalidades del camino; a su santo esposo caminando a pie, limpiando los caminos pedregosos, cansado, hasta llegar a la ciudad. Puedes considerar en este patriarca santo la vergüenza que pasaría en las puertas de los mesones, buscando posada para su fatigada esposa, las palabras ásperas y desabridas con que le despedían los mesoneros, como gente interesada, el desconsuelo con que se quedaría en el rincón del portal, aumentando la pena de ambos esposos el ver a Dios a las puertas de un mesón, sin dar entrada a la misma luz. Y mira tú cuántas veces has hecho la mismo, despidiendo a Dios de tu corazón con el pecado, por tener tu alma hecha un mesón público de los demonios. Abre en este día las puertas de tu corazón, y oye qué te dice desde el vientre de su madre: mira, alma mía, en cuya busca vengo para llevarte a mi gloria, que estoy llamando a las puertas de tu corazón, ábreme que no tengo dónde reclinar la cabeza.


TERCERA JORNADA. La tercera jornada de nuestra purísima Reina, desde la ciudad de Naín hasta los campos de Samaría, donde le salieron al Niño Dios en su crecida edad, aquellos diez leprosos. Considera cómo siendo mucha la gente que cruzaba aquel camino, al ver a nuestros peregrinos en tan suma pobreza, unos los atropellaban, otros los apartaban como a gente humilde y despreciable, y de esta suerte, míralos llegar a los campos de Samaría, sin tener dónde alojarse, y qué sentiría el santo patriarca en aquel despoblado campo, todo sembrado de nieve, sin poder aliviar la pena que padecería con los aires fríos la más tierna y delicada niña, y qué padecería el divino Niño en sus entrañas, cuando vio así tratada a su santísima Madre; y mira cuántas veces atropellas al Niño Dios traspasando su santa ley, apartándole de tu corazón y de tu alma, por hacer tu gusto y voluntad; y procura en esta posada salir al encuentro del divino Niño, para que te sane como a los leprosos, manifestándole tus llagas, pues no viene a otra cosa que a curar la lepra de todo el linaje humano.


CUARTA JORNADA. Esta es la cuarta jornada, en el pozo de Siquén, donde se contemplan los nuevos trabajos de nuestra Reina y Señora, caminando unos ratos a pie y otros en el jumentillo, y el santo José tirando de las bestizuela, los pies descalzos y ampollados; donde habiendo llegado puedes considerar este día cómo teniendo a la vista aquella fuente de agua nuestra soberana Reina, viendo que se acercaba su dichoso parto, la devoción con que desenvolviendo el fardito del ajuar del divino Niño, hincada de rodillas, lava la camisita y los pañitos en que había de envolver aquel rico tesoro de los cielos. Mira y contempla aquel fuego de amor en que se abrazaba su corazón, con los deseos de ver entre sus brazos a aquel Verbo hecho carne, para nuestro remedio.


QUINTA JORNADA. Camina, alma mía, en compañía de nuestros sagrados peregrinos y contempla en esta quinta jornada qué hizo nuestra purísima Reina desde el pozo de Siquén hasta el llamado Necmas [la actual Nablús]; contempla lo que dice la venerable madre María de Jesús de Ágreda: que muchas veces se hospedaba la santísima Virgen entre los corrales de las ovejas, porque no le daban otro mejor lugar los hombres. Pues considera este día que, no hallando en este lugar posada, se retira a la montaña. Entrando por las puestas de la cabaña, se elevan alegres los corderillos y las ovejas, y con sus balidos le ofrecen aquel humilde lugar, retirándose a un rincón, reconociendo a su Señor y Creador. Considera, pues, la humildad de la santísima Virgen y Reina de los ángeles, mírala apearse del jumentillo y contempla cuáles serían los pensamientos de aquel divino Pastor en las entrañas de su Madre, que vino a buscar la perdida oveja.


SEXTA JORNADA. Contempla la sexta jornada que hicieron estos príncipes soberanos hasta llegar al lugar donde perdieron al divino Niño Jesús, a los doce años de su edad, donde podrás considerar los trabajos que padecería esta tierna y delicada niña en aquella doblada tierra, ya subiendo los montes altos, cubiertos de nieve, ya pasando la serranía, hasta llegar a aquel despoblado sitio, donde viéndole el santo patriarca atormentada por las inclemencias del tiempo, le rogó tomase algún descanso para proseguir su jornada, y mientras el santo esposo buscaba alguna sombra para aquella, que a todos hace sombra con su intercesión, contempla el dolor que padecería el Niño Dios en sus entrañas, teniendo muy presente la que había de padecer su santísima Madre, perdiéndolo en aquel sitio, y el poco sentimiento que habían de tener los hombres perdiendo a Dios, su amistad, gracia y amor.


SÉPTIMA JORNADA. Esta es la séptima jornada y es en Jerusalén, donde se contempla las penas que padecería nuestra Reina y Señora, cuando pasando por aquellas calles contemplaba las penosas jornadas que su divino Jesús había de hacer de tribunal en tribunal, y en las posadas tan malas que había de hallar, y en aquellos pretorios y tribunales, consideración que le sacaba las lágrimas a los ojos. Contempla el tormento que el Niño Dios padecería en sus entrañas; allí, diría, me darán la bofetada, y en aquella casa abrirán un calabozo para ponerme aprisionado; en aquel palacio se abrirán las puertas para atormentarme con más de cinco mil azotes; y en aquel tribunal me tratarán como a loco simple. Con esta consideración llegaría al Monte Calvario.


OCTAVA JORNADA. Contempla la octava jornada desde Jerusalén hasta Belén, donde habiendo llegado nuestros peregrinos, cuando pensaba el santo patriarca hallar segura posada para la Madre de Dios, entre sus deudos y conocidos, poniendo fin a sus trabajos, entonces se le multiplicaron las penas, porque llegaron a las puertas de los parientes y todos les dieron con ella en la cara. Considera el sentimiento grande que padecería su atribulado corazón en aquellas calles buscando en las puertas de los mesones un lugar para la emperatriz de los cielos. La mortificación que padecería con las palabras ásperas y desabridas con que los despedían, tratando al santo esposo de ocioso y vagabundo, al verlo con tanta pobreza: ¡Qué lágrimas derramarían sus ojos! Y más cuando habiendo entrado la noche y desgajándose la niebla, corriendo los aires fríos y no teniendo donde volver los ojos, miraba a su santísima esposa desamparada y llorosa con el desprecio de los hombres. Considera también qué sentiría el divino Niño al ver a su Madre traspasada con tan sangriento cuchillo de dolor, ¡qué lágrimas derramaría en sus entrañas, al ver sus amorosos llamamientos despreciados! Y después de haber trasegado todos los mesones y casas de los poderosos sin hallar un portal para su descanso; míralos salir de noche, tristes y desamparados, a buscar entre los irracionales la piedad que los hombres les negaron. ¿Qué haces, alma mía, que no se abren las puertas de tu corazón de dolor para dar posada a la santísima Virgen María y el Niño Dios? Procura salirles al encuentro y llevar al divino Niño a tu alma, recibiéndole sacramentado este día, para que al fin de tu jornada te abra las puertas de su gloria.


NOVENA JORNADA. Hemos llegado a la última posada que le previno el Eterno Padre a su Unigénito Hijo para su nacimiento y es una humilde cueva y pesebre de animales, donde puedes considerar cómo, habiendo llegado, los peregrinos sagrados dan gracias al eterno Padre por aquel humilde y despreciado hospicio; después lo barren y lo asean. Mira y contempla cómo el santo esposo desdoblaba el fardo, y de la humilde ropa forma el pesebre que sirvió de lecho al parto de la Reina Madre, una cama para su descaso y, habiendo hecho lumbre, se retira a un rincón del portal, y llegando la medianoche sintiendo nuestra gran Reina y Señora se llegaba la hora de su dichoso parto, hincada de rodillas, puestas las manos en el puestas la manos en el pecho, los ojos levantados al cielo, elevadas las potencias y sentidos y toda divinizada, dio al mundo Unigénito del Eterno Padre y suyo, Cristo Jesús, Dios y hombre verdadero, a quien en brazos de san Miguel Arcángel adoró, y recibiéndolo con profunda humildad y reverencia en sus santísimos brazos, le adoraron los santos ángeles (como en el altar sagrado) como a su verdadero Dios, Señor y Creador. Contempla el gozo del señor san José cuando despertando de aquel dulce sueño (en el que estaba mirando tan soberano misterio) vio en brazos de la Aurora al divino sol de justicia desterrando las sombras de la noche, con su inaccesible luz, alegrando al mundo con su venida; y aquella humilde cueva hecha un abreviado cielo, y viéndole tiritar de frío y hacer pucheros a su santísima Madre, quien le envuelve en aquellos humildes pañales, le abriga entre sus pechos y le regala con su dulce néctar, y le pone entre la paja y el heno, donde le adoran los animales como a su Hacedor y Señor. Y con la noticia que tuvieron los pastores por un ángel, con júbilo y alegría, vienen en busca de luz, entran en la cueva, y dando el parabién a la santísima Madre, reciben al Niño en los brazos con singular regocijo y alegría de ver a Dios hecho niño en un establo, ceñidos los brazos, envuelto en mantillas, y al León de Judá hecho cordero humilde en una cueva.

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