Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 2 de mayo de 2025

Jubileo de la esperanza. Historia y contenidos


El próximo 3 de mayo de 2025, la Familia del Carmelo, familia teresiana, celebrará en el Desierto de las Palmas una jornada especialmente pensada para fortalecer la fraternidad y el sentido de comunidad. La invitación está abierta a todos: comunidades religiosas, Carmelo Seglar, grupos de oración, grupos parroquiales, entidades educativas y a todos los que quieran compartir este carisma.

Será un día para reencontrarnos, celebrar la fe y crecer juntos en esperanza, bajo el lema del jubileo 2025. Habrá momentos de oración, reflexión, talleres, testimonio misionero, Eucaristía, comida compartida y música.

Programa de la Jornada:

10:00 h: Bienvenida, saludo del P. Provincial y oración de inicio (Laudes) en la iglesia del monasterio.

10:45 h: Motivación y reflexión a cargo del P. Eduardo Sanz de Miguel: “Peregrinos de esperanza”, jubileo 2025. 

11:30 h: Talleres por grupos:

Ruta-paseo por el espacio del Desierto (P. Ignacio Husillos)

Visita al museo del monasterio (P. Eduardo Sanz)

Testimonios vocacionales (P. Amando Cantó)

Misión en África: nuestra Delegación (P. Pascual Gil)

13:00 h: Celebración de la Eucaristía.

14:00 h: Comida fraterna y paella compartida.

16:00 h: Actuación musical y concierto de Mate González.

17:30 h: Despedida y cierre.

Esta jornada es una ocasión especial para vivir la fraternidad carmelitana y compartir la alegría de caminar juntos.  

Este es el tema que desarrollaré:

JUBILEO DE LA ESPERANZA. HISTORIA Y CONTENIDOS
Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

1. EL JUBILEO EN LA BIBLIA

El «jubileo» o «año santo» es una celebración gozosa y festiva para conmemorar un acontecimiento importante. Los jubileos «ordinarios» se celebran cada 25 años a nivel mundial, aunque también hay jubileos «extraordinarios», unidos al recuerdo de acontecimientos particulares.

La palabra «jubileo» viene del hebreo «jobel», que es el macho cabrío, cuyo cuerno (el «shofar») se tocaba de una manera insistente para convocar el año jubilar y que los judíos siguen tocando hasta el presente algunos días especiales, para llamar al culto en la sinagoga.

La palabra hebrea «jobel» se tradujo en la Biblia griega por «áphesis» (que literalmente significa ‘amnistía’, ‘remisión’, ‘liberación’ y ‘perdón’), subrayando más el aspecto moral que el celebrativo. En latín se tradujo por «iubilaeus», que hace referencia al gozo, la alegría.

Hay un primer «JUBILEO SEMANAL»: el sabath. En el decálogo se manda: «Recuerda el día de sábado para santificarlo... Porque en seis días ha hecho el Señor el cielo...» (Éx 20,8-11). Este mandamiento hace referencia al relato de la creación en siete días (cf. Gén 1). Los seis días en que Dios crea terminan con la expresión «y vio que era bueno». El sábado es el recuerdo de que aquel que hace las cosas buenas no es el hombre, sino solo Dios.

El pueblo de Israel celebraba un «PEQUEÑO JUBILEO» cada siete años. No se plantaban las tierras, se dejaban en «barbecho», para no sobreexplotarlas y que pudieran dar más frutos los otros años. Como ese año no se cultivaba, había que compartir lo que cada uno pudiera haber almacenado en los años anteriores con los que no tenían nada (especialmente con los huérfanos, las viudas y los emigrantes) (cf. Éx 23,10-11; Lev 25, 1-7; Dt 15, 1-6). Renunciando a la sobreexplotación del terreno, al año siguiente daba una cosecha mejor y más abundante, porque los ciclos de la naturaleza no dependen del ser humano, sino de Dios.

Cada cincuenta años se celebraba el «GRAN JUBILEO». Aparte de no plantar las tierras, para dejarlas en barbecho, ese año se perdonaban las deudas, se liberaban a los esclavos israelitas, se devolvían las tierras y posesiones que los judíos habían tenido que vender a sus vecinos por necesidades económicas… Jesús habla de esto al empezar el evangelio, citando a Isaías: «El Espíritu del Señor me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,14ss). Jesucristo anuncia que el «año jubilar» o «año de gracia» unido a su persona tiene como cimiento «anunciar a los pobres la Buena Noticia», el evangelio. Toda su vida y actividad es anuncio de la cercanía de Dios, de su amor y misericordia hacia todos, pero especialmente hacia los más débiles, pequeños y afligidos. El anuncio del evangelio va unido a gestos concretos de liberación hacia los cautivos y oprimidos, de ayuda a los necesitados, de misericordia con los más necesitados.

2. EL JUBILEO EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA

Desde tiempos apostólicos, los cristianos organizaron peregrinaciones a Tierra Santa y a las tumbas de los mártires. Con el tiempo, tres metas de peregrinación se distinguieron sobre todas las demás: Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela. La Iglesia concedió numerosas gracias espirituales a quienes las realizaran con espíritu de conversión, principalmente el don de la «indulgencia plenaria». Otros importantes santuarios fueron recibiendo similares privilegios pontificios, especialmente en fechas determinadas. Finalmente, se establecieron años en los que todos los fieles podían ganar la indulgencia de una manera especial, siempre que cumplieran con determinadas condiciones.

Los «JUBILEOS ORDINARIOS» se celebran cada 25 años para toda la Iglesia universal, especialmente en Roma y en Jerusalén. En nuestros días, también en aquellos santuarios que el obispo determina para su diócesis. El primero se celebró en Roma el año 1300. El éxito fue tan grande que se estableció celebrar uno cada 100 años. En 1350 llegaron tantas peticiones a Roma, que se estableció una periodicidad de 50 años. Posteriormente hubo otros cambios en las convocatorias, estableciéndose una periodicidad de 25 años.

El papa Francisco convocó un jubileo extraordinario de la misericordia en 2015 y el jubileo ordinario de la esperanza para 2025, que clausurará el nuevo papa.

3. ¿SON NECESARIOS LOS JUBILEOS Y LAS PEREGRINACIONES?

Los jubileos y las peregrinaciones NO son necesarios. «Jesucristo es el único salvador del mundo ayer, hoy y siempre» (cf. Heb 13,8). Nos salva Jesucristo, no lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer. Aunque es verdad que Jesucristo respeta nuestra libertad y nos pide que optemos por él y por vivir conforme a sus enseñanzas para poder acoger la salvación que él nos ofrece. Participar en los ritos y en las tradiciones jubilares no es un requisito para la salvación o para mantener una relación con Dios. Dios respeta la psicología, sensibilidad, estado de vida y vocación específica de cada persona, por lo que no todos tienen que seguir las mismas sendas ni hacer las cosas de la misma manera.

Los jubileos y las peregrinaciones PUEDEN ser muy útiles porque nos ofrecen una preciosa ocasión para reflexionar sobre algunos contenidos de nuestra fe. Hay verdades que creemos (la encarnación del Señor, su muerte redentora, la comunión de los santos…) y damos por supuestas, pero con motivo de los jubileos se tienen encuentros de formación y publicaciones que nos ayudan a profundizar en dichas verdades. Al reflexionar sobre los valores fundamentales de la vida, los fieles pueden experimentar un profundo renacimiento espiritual. Además, reúnen a creyentes de diferentes lugares y orígenes, fomentando el sentido de pertenencia a la Iglesia universal, que es mucho más grande que la comunidad de proveniencia.

4. PEREGRINOS DE ESPERANZA

El jubileo es una invitación a tomar conciencia de que Jesucristo sigue presente entre nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20) y él llevará a plenitud su obra salvadora en el momento oportuno. El gran reto de los cristianos es descubrir esa presencia cercana, amorosa, independientemente de las circunstancias concretas que nos tocan vivir en estos momentos, de manera que no se enfríe nuestra esperanza. Siempre debemos recordar la palabra del Señor, que nos dice: «Mira que yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo» (Ap 3,20).

San Pablo nos invita a estar «siempre alegres», porque «el Señor está cerca» (Fil 4,4-5). Él es nuestra alegría, él es nuestra paz, él es nuestra esperanza. En él se cumple lo que anunciaba el profeta Sofonías «El Señor, tu Dios, está en medio de ti, te salva, se goza y se complace en ti, te ama» (Sof 3,18). En medio de nuestras dificultades y sufrimientos, nuestra alegría brota del saber que «el Señor está cerca», más cerca de nosotros que nosotros mismos, ya que está dentro de nosotros y nunca nos abandona, ni en los momentos más oscuros y difíciles. Además, «el Señor se complace en ti y te ama», él se alegra cuando lo acogemos y dejamos entrar en nuestras vidas. Si construyo mi existencia sobre esta certeza, no puedo ceder al desánimo. A nadie le faltan los sufrimientos, las dificultades, las incomprensiones, las pérdidas dolorosas..., pero podemos alegrarnos en el Señor, con una paz y una alegría que el mundo no conoce ni puede dar.

No podemos esperar inactivamente, contentos con la certeza de que el Señor volverá con gloria al final de los tiempos. La esperanza debe movernos a colaborar con Cristo en su obra de salvación, preparando con nuestras buenas obras un mundo mejor, que sea anticipo del que está por venir. No debemos desear el futuro ignorando el presente, ya que el Juez divino nos pedirá cuentas sobre nuestro obrar en este mundo. Mientras esperamos la futura salvación, hemos de trabajar para prepararla. Esta es la dimensión práctica de la esperanza cristiana, que nunca deberíamos ignorar si no queremos falsificarla.

En nuestro caminar, María es modelo de esperanza en las promesas de Dios, que se cumplen siempre y es también fuente de nuestra esperanza, tal como rezamos en la Salve: «Vida, dulzura y esperanza nuestra, a ti clamamos». En ella pone su confianza el pueblo cristiano, sabiendo que nunca abandona a sus hijos.

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