Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 24 de febrero de 2022

La comunión en la comunidad eclesial y en la vida consagrada


Recordemos que la Iglesia es «pueblo de Dios en camino» y que nadie se salva solo. Formamos parte de un pueblo elegido y consagrado por Dios para que trabaje en favor de su reino en el mundo. Al mismo tiempo, la Iglesia es «cuerpo de Cristo», formado por muchos miembros distintos entre sí, pero todos necesarios.

Dios es comunidad

En el A. T., Dios se manifiesta por medio de su Palabra (Sabiduría) y de su Espíritu. Con ellos crea, se revela, actúa en la historia de la salvación, suscita jueces, reyes, profetas... Jesús nos ha revelado el misterio de la Santísima Trinidad. El Padre, la Palabra y el Espíritu forman la comunidad original. Dios, desde siempre, es donación y acogida. El Espíritu Santo es el «vinculum caritatis», la posibilidad de diferenciación y de relación entre el Padre y el Hijo. «Solo se vencerán las odiosas divisiones de este mundo contemplando la Unidad de la Trinidad» (S. Sergio de Radonez).

El hombre es comunidad

Hemos sido creados a imagen de Dios y reflejamos en nuestro ser su misma estructura comunitaria. Somos capacidad de amor (acogido y donado) en libertad. Ningún ser humano puede darse la vida a sí mismo ni se basta a sí mismo. El hombre desarrolla sus capacidades, llega a ser verdaderamente hombre en comunidad. Empezando por los niños. «Poned atención / un corazón solo / no es un corazón» (A. Machado).

La Iglesia es comunidad

Jesucristo buscó un grupo de hombres y mujeres con los que compartir su fe, a los que educar en el camino del Reino, a los que enviar a predicar. El Espíritu Santo hace de todos los cristianos un único cuerpo y el mismo Espíritu suscita multitud de carismas personales para la construcción de la Iglesia (no olvidemos que la palabra “Iglesia” significa ‘asamblea’, ‘comunidad’). El Espíritu hace que la salvación que Cristo actuó para todos de una vez para siempre se haga presente en la vida concreta de cada creyente por medio de la comunidad (nadie puede bautizarse ni perdonarse a sí mismo; ningún carisma es autosuficiente...).

La vida religiosa es comunitaria

La vocación a la vida religiosa es eminentemente comunitaria. Estamos llamados a reflejar la vida del hogar de Nazaret, la de los discípulos/as reunidos con el Señor; a ser un anticipo (imperfecto y parcial, por supuesto) de los cielos nuevos y la tierra nueva, donde Dios lo será todo en todos. Somos promesa de vida eterna.

La comunidad, la fraternidad religiosa no es una realidad de orden psíquico: expresión de nuestros deseos, fuerzas, posibilidades naturales...; sino espiritual: basada en el don del Espíritu Santo que nos permite llamar «Abba» a Dios y reconocer a Jesús como Señor. La realidad psíquica se construye sobre nuestras ilusiones, pasiones, deseos y necesidades. La realidad espiritual, sobre la palabra de Dios.

En la comunidad espiritual descubro que el cimiento no es mi amistad, mis gustos... sino Cristo. Solo él puede salvar a mi hermano y a mí. Solo él puede perdonarle a él y a mí. Debo renunciar a mis intentos apasionados de manipular, forzar o dominar a mi prójimo. Los otros quieren ser amados tal como son, tal como Cristo los ama. Por ellos vino Cristo al mundo, murió y resucitó. Este es su principal valor para mí. 

El amor psíquico crea su propia imagen del prójimo, de lo que es y de lo que debe ser, quiere manipular su vida. El amor espiritual parte de Cristo y descubre su imagen en cada hombre, deseando su salvación, su felicidad... por Cristo, no por mí.

Lo que nos une no son las ideas, gustos, trabajos... sino la fe en Cristo, en su llamada, en su perdón, en el misterio de su presencia entre nosotros. Él es nuestra paz y nuestra unidad.

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