Acompañamos esta entrada con una preciosa representación del pintor italiano Giovanni Battista Gaulli, llamado el Baciccio (1639-1709).
Seguimos profundizando en el significado de la fiesta de la Ascensión del Señor. Hoy lo hacemos con dos poemas.
El primero es una oda en cinco estrofas de fray Luis de León (s. XVI), que se lamenta por la ausencia de Jesús, que deja a los discípulos sumergidos en el dolor y el desconcierto cuando desaparece de su vista. Él asciende a lo más alto, mientras que los discípulos permanecen en el valle hondo. Aquí se hace eco de un sermón de san Bernardo de Claraval, que dice:
«Si bien lo pensáis, hermanos, ¡cuánto dolor y temor ocuparía los apostólicos pechos cuando le vieron desviarse de ellos y levantarse sobre los aires! Bendiciéndoles, caminaba al cielo, estremeciéndose acaso aquellas entrañas de singular misericordia al dejar a los suyos afligidos. ¿Cómo me dejaste sin despedirte de mí, cuando hermoso en tu gala, Rey de la gloria, te retiraste a las alturas de los cielos?»
El poema de fray Luis de León dice así:
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
en soledad y llanto?
¿Y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados
y los ahora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde volverán ya sus sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura
que no les sea enojos?
Quien gustó tu dulzura,
¿qué no tendrá por llanto y amargura?
Y a este mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al fiero viento, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?
Ay, nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dónde vas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
En algunas versiones antiguas hay cuatro estrofas más. Algunos críticos dicen que las eliminó el mismo fray Luis porque quitan dramatismo al texto anterior, que poéticamente queda más completo sin ellas. Otros piensan que las añadió después para completar el deseo místico del que se decide a seguir a Cristo a pesar de todo, con los ojos puestos en la meta final. Algunos comentaristas piensan que fueron escritas por un discípulo suyo. Sea como fuere, esas estrofas dicen así:
Tú llevas el tesoro
que solo a nuestra vida enriquecía,
que desterraba el lloro,
que nos resplandecía
mil veces más que el puro y claro día.
¿Qué lazo de diamante,
ay, alma, te detiene y encadena
a no seguir tu amante?
¡Ay, rompe y sal de pena!
Colócate ya libre en luz serena.
¿Qué temes la salida?
¿Podrá el terreno amor más que la ausencia
de tu querer y vida?
Sin cuerpo, no es violencia
vivir; mas lo es sin Cristo y su presencia.
Dulce Señor y Amigo,
dulce Padre y hermano, dulce Esposo;
en pos de ti yo sigo,
o puesto en tenebroso
o puesto en lugar claro y gloriöso.
¿Cómo no recordar los versos de san Juan de la Cruz que se lamentan por la ausencia del Amado: «¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido...» Es la experiencia del místico, que siempre se debate entre la presencia y la ausencia del Señor, una experiencia real de encuentro con él, pero siempre imperfecta, ya que Dios es mucho más de lo que podemos decir, sentir o desear, por lo que en cada encuentro parcial y temporal crece el deseo de que sea definitivo y para siempre.
El segundo poema es de José Luis Blanco Vega (1930-2005) nos recuerda que la ausencia de Cristo es solo aparente. Es verdad que con su ascensión desapareció materialmente de nuestra vista, pero permanece presente entre nosotros de una manera nueva, por medio del don del Espíritu Santo y de los sacramentos. Por eso la liturgia, junto al poema de Fray Luis recoge este otro, que dice:
No; yo no dejo la tierra.
No; yo no olvido a los hombres.
Aquí, yo he dejado la guerra;
arriba, están vuestros nombres.
¿Qué hacéis mirando al cielo,
varones, sin alegría?
Lo que ahora parece un vuelo
ya es vuelta y es cercanía.
El gozo es mi testigo.
La paz, mi presencia viva,
que, al irme, se va conmigo
la cautividad cautiva.
El cielo ha comenzado.
Vosotros sois mi cosecha,
El padre ya os ha sentado
conmigo, a su derecha.
Partid frente a la aurora.
Salvad a todo el que crea.
Vosotros marcáis mi hora.
Comienza vuestra tarea.
El segundo poema es de José Luis Blanco Vega (1930-2005) nos recuerda que la ausencia de Cristo es solo aparente. Es verdad que con su ascensión desapareció materialmente de nuestra vista, pero permanece presente entre nosotros de una manera nueva, por medio del don del Espíritu Santo y de los sacramentos. Por eso la liturgia, junto al poema de Fray Luis recoge este otro, que dice:
No; yo no dejo la tierra.
No; yo no olvido a los hombres.
Aquí, yo he dejado la guerra;
arriba, están vuestros nombres.
¿Qué hacéis mirando al cielo,
varones, sin alegría?
Lo que ahora parece un vuelo
ya es vuelta y es cercanía.
El gozo es mi testigo.
La paz, mi presencia viva,
que, al irme, se va conmigo
la cautividad cautiva.
El cielo ha comenzado.
Vosotros sois mi cosecha,
El padre ya os ha sentado
conmigo, a su derecha.
Partid frente a la aurora.
Salvad a todo el que crea.
Vosotros marcáis mi hora.
Comienza vuestra tarea.
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