Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 20 de mayo de 2025

Los discípulos de Jesús


Entre los discípulos de Jesús podemos distinguir cuatro grupos:
1. Los que permanecen en sus casas.
2. Los que siguen a Jesús por los caminos.
3. Los doce.
4. Los setenta.

Los que aceptan el mensaje de Jesús, pero permanecen en sus aldeas y ocupaciones, esperando el establecimiento del reino de Dios. Están esparcidos por todo el país; especialmente en Galilea, pero también en Judea y en la Decápolis. Incluso en su predicación fuera de Israel encontrará Pablo simpatizantes de la predicación del Señor. Podemos recordar al endemoniado de Gerasa (Mc 5,18-19); a José de Arimatea, personaje destacado que «esperaba el reino de Dios» y veneraba a Jesús, hasta el punto de arriesgarse a pedir su cuerpo tras su muerte (Mc 15,43); a Zaqueo, que dio sus bienes a los pobres y a cuya casa llevó Jesús la salvación (Lc 19,8), a Lázaro, Marta y María, amigos de Jesús y de sus discípulos, en cuya casa se alojaban cuando iban a Jerusalén (Jn 11,1ss).

Los que siguen a Jesús, dejándolo todo. En el evangelio se los llama mathetes, que significa ‘alumnos’. Entre ellos y Jesús se establece la misma relación que entre los rabinos y los suyos. Los discípulos de los rabinos también «seguían» a sus maestros a una distancia respetuosa y convivían con él durante los años que duraba su enseñanza. Este grupo es conocido e identificado por todos. Cuando arrancan espigas en un sábado, llaman la atención a Jesús (Mc 2,24), ya que el maestro es responsable de sus alumnos. Sin embargo, no son los alumnos lo que eligen a Jesús, sino al revés (Lc 9,59). Además, no acuden a Jesús para que les enseñe la Torá, sino porque han oído su predicación sobre la llegada del reino. Jesús les llama con una radicalidad tal que tienen que dejar incluso sus familias y ocupaciones (Mc 1,16-20). Los hay casados y solteros, hombres y mujeres. Para todos se usan los mismos verbos: «seguir» y «servir» (cf. Mt 27,55).

Los rabinos podían exigir a sus discípulos una compensación económica o algunos servicios a cambio de sus enseñanzas. En el caso de Jesús no es así. Exige mucho más, una adhesión total a su persona y a su causa: «Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre y a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26). Están llamados a compartir su doctrina, sus esperanzas y su vida, llegando hasta la muerte, si fuera necesario (Mt 10,38). Asimismo, les pide que continúen su obra y les anuncia que compartirán su destino de perseguido y también su gloria. Conocemos el nombre de Cleofás (Lc 24,18), José Barsaba y Matías (Hch 1,23), María Magdalena, Juana, la mujer de Cusa, Susana, María, la madre de Santiago el Menor y Salomé (Lc 8,1-3; Mc 15,40s), entre otros.

Cuando se redactan los evangelios, se tiene en cuenta una situación específica, que surgió después de la ascensión y pentecostés: la de aquellos que se sentían llamados y enviados para el anuncio del evangelio con una dedicación exclusiva (o casi). Por eso se insiste en que los discípulos, «dejándolo todo, lo siguieron» (cf. Mt 4,18-22; 9,9), pero hay que matizar esta afirmación, ya que Pedro conservó su casa y su familia, con la que Jesús convivía. Además, después de la pasión, los discípulos de Emaús, Pedro y Andrés, Santiago y Juan, entre otros, regresan a sus casas, a sus actividades anteriores, por lo que habían conservado sus propiedades; además, las barcas y aperos de pesca estaban en buenas condiciones, lo que indica que nunca se habían abandonado del todo.


Tomado de mi libro:
Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d., «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre. Teología espiritual». ISBN 978-84-220-2383-8. Editorial BAC, Madrid 2025. pp. 154-155.

La BAC tiene distribuidores en todo el mundo, por lo que el libro puede conseguirse en cualquier librería, si se dan los datos editoriales.

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