Reflexión de Hans Urs von Balthasar (1905-1988) sobre Jesús Buen Pastor.
1. «Yo les doy la vida eterna».
El evangelio del Buen Pastor contiene una promesa que supera toda medida; incluso se podría decir que supera toda previsión. A las ovejas de Jesús, a las que él conoce y que le siguen, se les asegura por tres veces su definitiva pertenencia a él y al Padre. Y esto porque ellas ya ahora han recibido por anticipado «vida eterna». Porque lo que Jesús nos da aquí abajo con su vida, su pasión, su resurrección, su Iglesia y sus sacramentos, es ya vida eterna. El que la recibe y no la rechaza, jamás puede ya «perecer», nadie puede ya «arrebatarlo de mi mano»; más aún: nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre, del que Jesús dice que es más que él (porque es su origen), y sin embargo que él, el Hijo, es uno con este Padre más grande. Las ovejas, que están amparadas en esta unidad entre el Padre y el Hijo, poseen la vida eterna; ningún poder terreno, ni siquiera la muerte, puede hacerles nada. Sin embargo, aquí no se promete el cielo a todo el mundo, sino a aquellos que «escuchan mi voz» y «siguen» al pastor: una pequeñísima condición sine qua non para una consecuencia infinita, inmensamente grande. Conviene recordar aquí las palabras de san Pablo: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17).
2. «Los que estaban destinados a la vida eterna».
En la primera lectura se muestra que el hombre no se salva automáticamente. Hay que aceptar la palabra de Dios y de la Iglesia. Los judíos, a los que Pablo y Bernabé predican la palabra de Dios, están celosos por el gran éxito de su predicación, se burlan de ellos y responden con insultos a sus palabras, por lo que los apóstoles les dicen: «Como no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles». Y explican a los judíos que estaba ya previsto desde siempre que de Israel debía salir una luz que llegara «hasta el extremo de la tierra», que este viraje hacia los paganos se produce por tanto en el espíritu del verdadero Israel. El pueblo de Israel no debía querer poseer la salvación para él solo, pues ésta estaba destinada para todos los hombres: desear la salvación de una manera egoísta significa autoexcluirse del cielo. Pero también de los gentiles se dice: «Los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron», no en el sentido de una predestinación limitada -semejante predestinación no existe-, sino en el sentido de que también los gentiles deben aceptar personalmente la fe y vivir conforme a ella.
3. «El Cordero será su pastor».
Finalmente -en la segunda lectura- se nos ofrece una visión del cielo, donde se cumple la promesa que el Señor hace en el evangelio y donde todos los que lo han seguido en la tierra como «sus ovejas» aparecen como una muchedumbre inmensa de todos los pueblos delante del Cordero, su pastor, porque han sido rescatados por la sangre de su cruz y ahora son apacentados y conducidos por él «hacia fuentes de aguas vivas». La vida que se les promete no es un estancamiento, sino algo que fluye eternamente; por eso los que pertenecen al Señor «ya no pasarán hambre ni sed».
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