Una práctica piadosa tradicional para la Cuaresma, junto al rezo del Vía Crucis y de las siete palabras de Jesús en la cruz, es la meditación de los siete dolores de la Virgen María. Especialmente adecuada para el viernes anterior al Domingo de Ramos, fiesta tradicional de la Virgen Dolorosa.
1. La profecía de Simeón. Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada atravesaría tu alma y te manifestó que tu participación en nuestra redención conllevaría sufrimiento, ayúdanos a ser dignos hijos tuyos y a imitar tus virtudes.
2. La huida a Egipto con Jesús y José. Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente, pasando grandes penalidades con tu Hijo tan pequeño; haz que rechacemos las injusticias y ayudemos a los que sufren.
3. La pérdida de Jesús en Jerusalén. Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo cuando tenía 12 años, y por los tres días que lo buscaste angustiada; haz que los niños y jóvenes no se pierdan por malos caminos.
4. El encuentro con Jesús con la cruz a cuestas, camino del calvario. Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo cargado con la cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y coronado de espinas, sometido a burlas y humillaciones, para levantarnos a nosotros del pecado; haz que seamos dignos vasallos de tan gran Rey y sepamos ser humildes como él lo fue.
5. La crucifixión y la agonía de Jesús. Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver cómo atravesaban con clavos las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego al verle agonizando en la cruz; no permitas que el pecado nos venza y haz que podamos recibir los frutos de la redención.
6. La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto. Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo, y al recibirlo en tus brazos muerto, víctima de nuestros pecados; haz que sepamos amar a Jesús como él nos amó.
7. El entierro de Jesús y la soledad de María. Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu Hijo, y por tu soledad y aflicción; concédenos la gracia de sentir tu compañía protectora en la hora de nuestra muerte.
Reflexión del papa Francisco (7-4-2020)
La Iglesia recuerda los dolores de María: El primero, apenas 40 días después del nacimiento de Jesús, la profecía de Simeón que habla de una espada que le traspasará el corazón. El segundo dolor en la huida a Egipto, para salvar la vida del Hijo. El tercer dolor, aquellos tres días de angustia cuando el niño se quedó en el templo. El cuarto dolor, cuando la Virgen se encuentra con Jesús camino del Calvario. El quinto dolor de la Virgen es la muerte de Jesús, ver al Hijo allí, crucificado, desnudo, muriendo. El sexto dolor, el descendimiento de Jesús de la cruz, muerto, y lo toma entre sus manos como lo tuvo en sus manos más de 30 años antes en Belén. El séptimo dolor es la sepultura de Jesús.
La Virgen acompañó a Jesús como discípula, porque el evangelio muestra que, con las amigas, mujeres piadosas, seguía a Jesús, escuchaba a Jesús. Siguió a Jesús hasta el Calvario. La gente seguramente decía: “Pobre mujer, cómo sufrirá”, y los malos seguramente decían: “Bueno, también ella tiene la culpa, porque si lo hubiese educado bien esto no habría acabado así”. Estaba allí, con el Hijo, compartiendo la humillación del Hijo.
Honramos a la Virgen diciendo: “Esta es mi Madre”, porque ella es Madre. Ese es el título que recibió de Jesús, precisamente junto a la Cruz (cfr. Jn 19,26-27). No la hizo presidenta o le dio títulos de “funcionalidad”. Solo “Madre”. Y luego, los Hechos de los Apóstoles la muestran en oración con los apóstoles como Madre (cfr. Hch 1,14). La Virgen no quiso quitar a Jesús ningún título; recibió el don de ser Madre de él y el deber de acompañarnos como Madre, de ser nuestra Madre. No pidió para ella ser una casi-redentora o una co-redentora: no. El Redentor es uno solo y ese título no se desdobla. Solo discípula y Madre. Y así, como Madre debemos pensarla, debemos buscarla, debemos rezarle. Es la Madre en la Iglesia Madre. En la maternidad de la Virgen vemos la maternidad de la Iglesia que recibe a todos, buenos y malos: a todos.
Hoy nos vendrá bien pararnos un poco y pensar en el dolor y en los dolores de la Virgen. Es nuestra Madre. Y cómo los llevó, lo bien que los llevó, con fuerza, con llanto: no era un llanto simulado, era el corazón destruido de dolor. Nos vendrá bien detenernos un poco y decir a la Virgen: “Gracias por haber aceptado ser Madre cuando el ángel te lo dijo, y gracias por haber aceptado ser Madre cuando Jesús te lo dijo”.
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