Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 5 de marzo de 2024

Junto a los canales de Babilonia, comentario al salmo 137


Esta pintura titulada "Duelo de judíos en Babilonia" fue realizada en 1832 por el alemán Eduard Bendemann  y se conserva en el Wallraf das Museum de Köln
. Nos sirve para acompañar el salmo responsorial de la misa del domingo cuarto de Cuaresma (ciclo "b") es el 137 [136]: el canto de los exiliados junto a los canales de Babilonia. Es un texto de gran belleza lírica, pero con unos versos finales de muy difícil interpretación.

El salmo fue compuesto por algún judío que regresó a Jerusalén después del destierro (a partir del año 538, a.C., cuando se permitió a los judíos volver a su patria) y se encontró con un panorama desolador: Jerusalén estaba destruida y la reconstrucción no era sencilla.

La tentación era regresar a Babilonia, como cuando los judíos salieron de Egipto y echaban de menos los ajos y cebollas. Pero entonces reflexiona con realismo y reconoce que la vida en el exilio no era sencilla y que cuando estaba allí deseaba volver a Jerusalén, por lo que se reafirma en su compromiso de reconstrucción de la ciudad, para comenzar una nueva etapa, mirando al futuro.

Por eso, el salmo evoca los sufrimientos del exilio en Babilonia, cuando los judíos se reunían a orillas del río Éufrates para orar. Allí lloraban, recordando cuando eran libres y peregrinaban al templo de Jerusalén, y soñando con tiempos mejores. Sus enemigos, al verlos, se reían de ellos y les deseaban lo peor.

Parece ser que incluso les pedían que entonaran sus cantos para ellos. Pero los cantos religiosos no son un espectáculo folklórico, por lo que ellos colgaban sus instrumentos, negándose a hacerlo.

En el exilio comprendieron que no fue Dios el que los castigó, llevándolos al destierro, sino que fueron ellos mismos, con sus pecados, quienes se procuraron la ruina. El sufrimiento les permitió reflexionar, comprender lo que había pasado, arrepentirse y disponerse a ser mejores en el futuro, aprendiendo de los errores del pasado.

Es el mismo tema que desarrolla la primera lectura, tomada del libro de las Crónicas: Dios envió profetas a su pueblo, advirtiéndoles de las consecuencias de sus pecados, pero no les escucharon y terminaron siendo víctimas de su propia maldad. Una vez en el exilio solo les quedaba el recuerdo de lo que habían perdido y el llanto.

Al final del salmo se evoca la destrucción de Edom y de Babilonia (los enemigos de Israel) con una imagen muy dura: sus hijos serán estrellados contra las piedras.

Por desgracia, parece ser que era una práctica habitual en las guerras antiguas. De hecho, Jesús lloró por Jerusalén, que iba a ser destruida y afirmó: «Tus enemigos te cercarán y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos, y no dejarán en ti piedra sobre piedra» (Lc 19,41-44).

Jerusalén es, para los judíos, la imagen del pueblo de Dios, de su esposa amada, y para los cristianos es la imagen de la Iglesia y de la patria celestial. Su añoranza es el deseo de comunión con Dios y su reconstrucción es imagen del esfuerzo por hacer un mundo más justo.

Babilonia es para unos y otros imagen de los enemigos y del pecado (recordemos especialmente el libro del Apocalipsis). Su destrucción es imagen de la victoria sobre el pecado y sobre la muerte.

Les propongo tres versiones de este salmo. Primero recojo la traducción litúrgica (que elimina los últimos versículos, ya que son violentos y de difícil comprensión, por eso los pongo entre corchetes), en segundo lugar les ofrezco una traducción en lenguaje actual y en tercer lugar, un poema de san Juan de la Cruz, que lo recreó cuando estaba en la cárcel de Toledo.

Observen que san Juan de la Cruz quiere que los enemigos, sus hijos y él mismo no sean "estrellados" contra la piedra, sino colocados sobre ella, ya que la piedra es Cristo (un tema muy bíblico: la piedra desechada por los arquitectos, que se convierte en la piedra angular de un edificio nuevo, que es la Iglesia). Es decir, pide por la salvación de todos, también de sus enemigos, para que todos puedan vivir reconciliados, convertidos en piedras vivas del edificio espiritual de la Iglesia.

Traducción litúrgica del salmo137 [136]

Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sion; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras.

Allí, los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sion».

¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha.

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.

[A los idumeos, Señor, tenles en cuenta el día de Jerusalén, 
cuando decían: «¡Desnudadla, desnudadla hasta los cimientos!».

¡Capital de Babilonia, destructora, dichoso quien te devuelva el mal que nos has hecho! ¡Dichoso quien agarre y estrelle a tus hijos contra la peña!]

Traducción en lenguaje actual

Cuando estábamos en Babilonia, lejos de nuestro país, acostumbrábamos a sentarnos a la orilla de sus ríos. ¡No podíamos contener el llanto al acordarnos de Jerusalén! En las ramas de los árboles que crecen junto a esos ríos colgamos nuestras arpas.

Los mismos soldados, que nos sacaron de Israel y nos hacían trabajar, nos pedían estar alegres; ¡querían oírnos cantar! ¡Querían que les cantáramos canciones de nuestra tierra!

¡Jamás cantaríamos en tierra de extranjeros alabanzas a nuestro Dios! ¡Jerusalén, Jerusalén! Si llegara yo a olvidarte, ¡que la mano derecha se me seque! ¡Que me corten la lengua si por estar alegre dejo de pensar en ti!

El día que Jerusalén cayó, los edomitas gritaban: «¡Acaben con la ciudad! ¡Que no quede rastro de ella!» Dios mío, ¡no te olvides de esos gritos!

Un día, ciudad de Babilonia, ¡también tú serás destruida! ¡Dios habrá de bendecir a los que te paguen con la misma moneda! ¡Dios habrá de bendecir a los que agarren a tus hijos y los estrellen contra los muros!

Recreación poética de san Juan de la Cruz

Encima de las corrientes / que en Babilonia hallaba,
allí me senté llorando, / allí la tierra regaba,
acordándome de ti, / ¡Oh Sion!, a quien amaba.
Era dulce tu memoria, / y con ella más lloraba.

Dejé los trajes de fiesta, / los de trabajo tomaba,
y colgué en los verdes sauces / la música que llevaba,
poniéndola en esperanza / de aquello que en ti esperaba.

Allí me hirió el amor, / y el corazón me sacaba.
Díjele que me matase, / pues de tal suerte llagaba;
yo me metía en su fuego, / sabiendo que me abrasaba,
disculpando al avecica / que en el fuego se acababa.

Estábame en mí muriendo, / y en ti solo respiraba,
en mí por ti me moría, / y por ti resucitaba,
que la memoria de ti / daba vida y la quitaba.

Gozábanse los extraños / entre quien cautivo estaba;
preguntábanme cantares / de lo que en Sion cantaba:
"Canta de Sion un himno, / veamos cómo sonaba".

Decid, ¿cómo en tierra ajena / donde por Sion lloraba,
cantaré yo la alegría / que en Sion se me quedaba?
Echaríala en olvido / si en la ajena me gozaba.
Con mi paladar se junte / la lengua con que hablaba,
si de ti yo me olvidare, / en la tierra do moraba.

¡Sion, por los verdes ramos / que Babilonia me daba,
de mí se olvide mi diestra, / que es lo que en ti más amaba,
si de ti no me acordare, / en lo que más me gozaba,
y si yo tuviere fiesta / y sin ti la festejaba!

¡Oh hija de Babilonia, / mísera y desventurada!
Bienaventurado era / aquel en quien confiaba,
que te ha de dar el castigo / que de tu mano llevaba,
y juntará sus pequeños, / y a mí, porque en ti lloraba,
a la piedra, que era Cristo, / por el cual yo te dejaba.

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