Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 27 de junio de 2021

«Talitha qumi», Niña, levántate


En el evangelio del domingo 13 del Tiempo Ordinario, ciclo "b", Jesús devuelve la vida a la hija de Jairo, que tenía 12 años al morir.

Aunque hoy nos resulte extraño, en la época de Jesús las personas vivían unos 40 años, por lo que tenían que madurar más rápido que en nuestros días si querían conocer a sus hijos y a sus nietos.

De hecho, los niños eran declarados mayores de edad a los 12 años, podían casarse y tenían que empezar a pagar impuestos. Por eso, la escena que nos habla de Jesús, que se perdió en el templo a los 12 años nos dice que al llegar a su edad adulta era plenamente consciente de su misión. Las niñas eran declaradas mayores de edad a los 13 años, aunque sus padres podían casarlas antes.

El caso es que la hija de Jairo murió con 12 años, antes de llegar a la edad adulta, lo que es algo que va contra las leyes de la naturaleza, que piden que los padres mueran antes que los hijos. Muchas personas han pasado por el mismo sufrimiento de Jairo, que lloraba desconsolado.

La liturgia de hoy nos dice que la muerte no tiene la última palabra, ya que Dios nos creó para la vida. Ya he comentado estas lecturas en la siguiente entrada:


Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientesAnte la muerte de un ser querido, todos nos encontramos como el jefe de la sinanoga de hoy, que llora por la muerte de su niña de 12 años. No importa si la persona que muere es joven o anciana. Si la amamos de verdad, la separación siempre es difícil. No comprendemos totalmente el misterio de la muerte (ni tampoco el de la vida), pero tenemos fe en Jesús que nos dijo: "El que cree en mí no morirá para siempre". En el momento oportuno, él nos dirá las palabras que hemos leído hoy en el evangelio: "Talitha qumi. Contigo hablo, ¡levántate!" Esta es nuestra esperanza para nosotros y para las personas que amamos: el amor de Dios es más fuerte que la muerte, por lo que la muerte no puede tener la última palabra.

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