Esta pintura de Lucas Cranach el Viejo, realizada antes de 1537, representa la "nueva familia" de Jesús, que acoge con cariño a todos los que se acercan a él.
El domingo 10 del Tiempo Ordinario, ciclo b, en misa leemos el evangelio que narra cómo los parientes de Jesús pensaban que se había vuelto loco y sus enemigos afirmaban que estaba endemoniado (Mc 3,20-35). A unos y a otros sorprendía la manera de hablar y actuar de Jesús, que se salía de lo normal y no se ajustaba a lo que esperaban de él.
Tanto a sus parientes como a sus enemigos, Jesús responde que él realiza el proyecto de Dios con la fuerza del Espíritu Santo y les invita a asumir ese proyecto, formando parte de la familia de los hijos de Dios, que no se corresponde con una comunidad de parientes o paisanos, sino que está formada por todos los que acogen a Jesús y se unen a él, con deseo de cumplir la voluntad del Padre.
Mucho se podría profundizar en las lecturas de este domingo, que hablan del pecado de Adán y Eva, aunque en realidad se puede aplicar a cualquier pecado de cualquier ser humano (primera lectura); de la misericordia de Dios, que es más grande que el pecado (salmo responsorial); de la fe, que nos invita a esperar contra toda esperanza en la redención futura (segunda lectura); de los pecados que pueden ser perdonados y de la misteriosa blasfemia contra el Espíritu Santo (evangelio); pero yo quiero fijarme solo en una cosa: Jesús me dice que puedo formar parte de su familia, ser hermano suyo, vivir íntimamente unido a él.
Podemos profundizar en el mensaje de este evangelio leyendo el siguiente comentario de san Agustín:
Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: "Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ese es mi hermano, y hermana, y mi madre". ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado en ella?
Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.
Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: "Dichoso el vientre que te llevó". Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: "Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen". De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad; en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno.
María fue santa, María fue dichosa, pero más importante es la Iglesia que la misma Virgen María. ¿En qué sentido? En cuanto que María es parte de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero un miembro de la totalidad del cuerpo. Ella es parte de la totalidad del cuerpo, y el cuerpo entero es más que uno de sus miembros. La cabeza de este cuerpo es el Señor, y el Cristo total lo constituyen la cabeza y el cuerpo. ¿Qué más diremos? Tenemos, en el cuerpo de la Iglesia, una cabeza divina, tenemos al mismo Dios por cabeza.
Por tanto, amadísimos hermanos, atended a vosotros mismos: también vosotros sois miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así lo afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: "Estos son mi madre y mis hermanos". ¿Cómo seréis madre de Cristo? "El que escucha y cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre". Podemos entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de "hermanos" y "hermanas": la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos.
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